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La literatura y los Nóbel: France y Benavente

¿Qué concepción del arte se esconde detrás de los discursos de aceptación de los premios Nóbel de literatura? Esta es mi séptima entrega.

            En 1921, la academia sueca otorga el premio al escritor Jacques Anatole Thibault, que usaba el seudónimo Anatole France. Su novela El crimen de Sylvestre Bonnard (1881) le dio fama en su país natal. Fue polígrafo: poesía (Los poemas dorados, 1873); ficciones autobiográficas (Los deseos de Jean Servien, 1882, y El libro de mi amigo, 1885); ensayos (El jardín de Epicuro, 1894); cuentos (El pozo de Santa Clara, 1895); biografías (Juana de Arco, 1908) y novelas (Las opiniones de Jérôme Coignard, 1893, y Los dioses tienen sed, 1921, entre otras). France usó su breve discurso de aceptación en Suecia para fustigar el Tratado de Versalles, diciendo que “a menos que prime el sentido común … Europa desaparecerá”. Tan errado no estaba. Y hay una anécdota curiosa: en la ceremonia, cuando France ya ha recibido su premio, se da vuelta hacia Walther Nerst, alemán premio Nóbel de química y le estrecha la mano. La academia cree que este es un gesto simbólico de reconciliación entre las dos naciones. En La revolución de los ángeles, de 1914, dice: “El no tenía conocimientos ni tampoco deseaba obtenerlos; se acomodó a su genio, cuya fragilidad se había prohibido sobrecargar. Su instinto le decía que era mejor entender un poco que malentender mucho”. En 1922 recibió el Nóbel de literatura el primer escritor hispánico, el dramaturgo Jacinto Benavente, quien no pudo asistir a la ceremonia de premiación. Prolífico dramaturgo, transitó por todos los géneros del teatro. Entre sus muchas obras (El nido ajeno, Gente conocida, La comida de las fieras, El dragón de fuego, Señora ama, La malquerida) sobresale Los intereses creados, de 1907, donde combina su gusto por la sátira y el humor con una crítica al positivismo imperante en la época. Criticado por moralizante y por estancar el desarrollo del teatro en su país, sin embargo en su obra más representativa supo conjugar y plantear el dilema del amor bien como fuerza trascendente, bien como una manipulación más con la que nos engañamos. Es el enfoque en el lenguaje y en sus redes lo que da a esta obra cierta vigencia aún.

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato

porque de impaciente que se halla mi alma

se me está saliendo por el pie”.

Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.

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