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La lista negra del Caribe

Hace unos lustros, John Le Carré, el indiscutible maestro de la literatura de espías, escribió El sastre de Panamá, curioso título críptico como lo es El jardinero fiel, de este británico que cambió, por fortuna, el mundo del espionaje por el de las letras y denunció los entresijos a los que tuvo acceso por información privilegiada.

No sé qué habría dicho el autor de El espía que surgió del frío de los papeles de Panamá, o si tenía alguna información previa de esa cloaca financiera que se ha descubierto. La verdad es que el listado de personalidades del mundo de la política y de las letras y las artes que aparecen reflejados en él no sorprende en absoluto. Hay varios estadistas y, de momento, el único que ha sido forzado a dimitir es el mandatario de Islandia, Sigmundur David Gunnlaugsson, que fue cogido en falso en una entrevista que dio la vuelta al mundo para su escarnio y fue apeado de su cargo por la presión de la calle. El recién elegido presidente de Argentina Mauricio Macri figura en ese listado de la vergüenza y hace oídos sordos y no creo que se vaya de la Casa Rosada a no ser que el pueblo lo eche a patadas. De Vladimir Putin uno se lo espera todo, evidentemente, desde asesinatos de sus opositores por medio de plutonio a testaferros a nombre de su fortuna. De los sátrapas de las dictaduras árabes, también, por supuesto; lo extraño es que no estuvieran allí.

En esa lista negra sale lo más brillante de la sociedad, lo más cool. Causa desasosiego encontrar allí a Mario Vargas Llosa, un excelente escritor cuyo corazón va hacia la izquierda mientras su cabeza gira a la derecha en una esquizofrenia que ya no tiene marcha atrás; al cineasta Pedro Almodóvar, que ya se ha disculpado y ha cancelado la gira de promoción de su última película porque no quiere que la prensa le pregunte una y otra vez por tan engorroso asunto; y al actor español Imanol Arrias, que ha dado explicaciones y ha entonado el mea culpa con aire apesadumbrado.

De la lista, aparte de uno de los hijos del que fue presidente de la Generalitat catalana, y ahora es un claro ejemplo de comportamiento mafioso, Jordi Pujol, destaca la figura de un ministro en funciones del gobierno de España, el canario José Manuel Soria, que si tiene un poco de vergüenza, algo que dudo, tendrá que dimitir.

Vivimos en una sociedad amoral e injusta, dominada por unos poderes fácticos, que no emanan de la voluntad popular (la democracia se está demostrando que es un engaño), en la que los que primero violan las leyes son los obligados a cumplirlas, los gobernantes. Con los papeles de Panamá, una de las mayores filtraciones de la historia, como con los papeles de WikiLeaks, está saliendo a la luz la insoportable corrupción económica y moral de los poderosos que mueven los hilos del mundo cuyo leit motiv vital no es otro que el de acumular riqueza a costa de la explotación de la mayoría de la población. Digámoslo claramente y sin tapujos: la mafia del dinero es la que reina en el orbe y utilizan a los políticos a su antojo. Los mafiosos de brillantina y pistola en la sobaquera han pasado a la historia. La crisis económica internacional, otro extraordinario invento con el que se tapa una estafa de dimensiones globales, se ha llevado por delante, ha arrasado, el estado de bienestar en Europa. Las nuevas generaciones de europeos van a ser infinitamente más pobres que las que las precedieron y tienen muchos menos derechos sociales porque se los han cercenado. Europa, como concepto, hace aguas con la crisis migratoria y las decisiones de unos gobiernos desalmados que, contra el pensar de sus ciudadanos a los que, en teoría, representan, están convirtiendo ese territorio de libertad en un gulag lleno de campos de concentración y muros para detener a unos refugiados que huyen de países que han sido destruidos precisamente por los que les ponen vallas a su marcha.

Lo lamentable de todo lo que está ocurriendo a nivel global es que no tiene apenas consecuencias, o que éstas sean únicamente la muerte del mensajero. La consecuencia de las filtraciones de los papeles de WikiLeaks no ha sido que se haya castigado penalmente a los que han cometido delitos de lesa humanidad (torturas, asesinatos y secuestros perfectamente documentados, escuchas ilegales) sino que se ha disparado contra sus mensajeros: Julian Assange, cercado durante años en la embajada de Ecuador en Londres, y el militar Bradley Edward Manning, que filtró documentos, condenado a una pena de 35 años de prisión. Lo mismo va a ocurrir con los papeles de Panamá: nada. A no ser que la población, a nivel mundial, reaccione y ponga a esa banda de delincuentes de cuello blanco en su sitio, es decir, entre rejas.

Esta mafia internacional, acéfala, amoral y apátrida, actúa con total impunidad en el orbe y atraca al ciudadano sin necesidad de utilizar ninguna arma de calibre 38. Los delincuentes que manejan las finanzas, gobiernan países, toman decisiones que suponen hundir en la miseria a millones de ciudadanos y practican lo que podríamos llamar un genocidio lento, van saliendo en todos esos documentos como lo que son, vulgares delincuentes, pero están muy tranquilos porque saben que esas revelaciones de sus trapicheos no van a tener consecuencias. Lo único que queda es hacer justicia poética con ellos a través de la literatura. De la otra, se salvan siempre.

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