Este mes me provocó hablar un poco sobre la hombría. Y no sé por qué pues estoy embarazada (muy feliz) y una de las cosas más femeninas que existen es el embarazo. Pues bien, una de mis novelas preferidas de todos los tiempos es La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa y en esta resalta el tema de la hombría, siendo específicamente uno de los objetivos del Leoncio Prado, como de todo colegio militar, el hacer hombres a sus estudiantes, en su mayoría adolescentes. Los cadetes en la novela pasan por la transición de adolescencia a adultez permaneciendo tres años de sus vidas en el colegio. Durante ese tiempo se enfrentan a diferentes experiencias que, dependiendo de la posición que tomen hacia estas, los definirán como hombres: el pertenecer a un grupo, la bebida, el robo, el saber pelear y defenderse, el sexo, entre otras. Estas experiencias están enlazadas con el poder y con la capacidad de supervivencia que cada cadete posee. Es por ello que me dispongo a analizar cómo los cadetes se convierten en hombres dentro del colegio y qué es lo que significa serlo recalcando el aspecto del sexo por ser uno de los temas que se consideran cruciales en la construcción de la hombría.
Uno de los factores que determinan la hombría en la novela de Vargas Llosa es la capacidad que tienen los cadetes para sobrevivir en un lugar donde hay algunos que mandan y otros que obedecen. Generalmente la capacidad de supervivencia es determinada por la habilidad de pelea que el cadete tenga o alguna otra estrategia que lo salve de ser pisoteado por los demás. El Jaguar por ejemplo nunca tuvo problemas para demostrar su superioridad en materia de riñas: “No conozco a nadie que maneje como él la cabeza y los pies. Casi no usa las manos para pelear, chalaca y cabezazo todo el tiempo, no quisiera pelearme nunca con el Jaguar [dice el Boa]” (324-25). En cambio el Esclavo, como su apodo lo indica, es oprimido por los demás integrantes del Círculo al no saber ni querer pelear: “-Es por eso que estás fregado” –dice Alberto-. Todo el mundo sabe que tienes miedo. Hay que trompearse de vez en cuando para hacerse respetar […] Y lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero” (36). Lo interesante aquí es que a pesar de que Alberto le aconseja al Esclavo que se dé a respetar por medio de los golpes, él tiene otra forma de asegurar que no lo humillen y que lo acepten en el Círculo, escribiendo novelitas pornográficas y pasando desapercibido: “-Yo me hago el loco, quiero decir el pendejo. Eso también sirve, para que no te dominen. Si no te defiendes con uñas y dientes, ahí mismo se te montan encima” (36). A pesar de que Alberto no utiliza la fuerza física como estrategia, sí emplea la fuerza intelectual y en ese aspecto es superior a los demás quienes no tienen el poder de la pluma ni la creatividad en la escritura.
Otro de los factores que entran en juego es la clandestinidad que implica robar, beber, copiarse exámenes, etc., actividades todas que requieren una valentía y una hombría suficientes para no ser descubiertos. Todos los miembros del Círculo y demás cadetes del quinto año participan en estas actividades reprobadas por las normas del colegio militar. Frente a esto, lo que se considera totalmente una falta de hombría es ser soplón, y el que lo es debe atenerse al castigo que por su inferior carácter masculino merece, cuestión que debe estar relacionada con la idea de que el chisme es cosa de mujeres y los hombres chismosos por consiguiente son mujercitas. El que se atreve a soplar, el Esclavo, termina muerto, por no ser hombre de verdad. Aquí se muestra entonces que la superioridad de los más fuertes y los más machos determina el destino en el colegio de los más débiles y menos hombres.
Un tercer factor y uno de los más importantes dentro de la novela por la edad en la que se encuentran los cadetes es el sexo. Por supuesto, al ser el colegio únicamente para varones y además de tipo internado, los cadetes tienen que buscar la manera de satisfacer sus necesidades descartando la presencia de una mujer, a menos que salgan los fines de semana a encontrarse con la Pies Dorados. Entonces las gallinas y la Malpapeada cumplen la función. Obviamente estas féminas se encuentran en una posición de desventaja y en un nivel inferior a los cadetes por ser primero animales y segundo hembras. Los estudiantes pueden someterlas fácilmente, usando la fuerza claro, pero sin mucho esfuerzo. No obstante, los cadetes no se conforman con eso sino que también van en busca de humanos, y a falta de mujeres, otros cadetes se convierten en objetos sexuales. Este punto se podría considerar contradictorio porque el ser macho, si se piensa objetivamente, no debería implicar el tener relaciones sexuales con hombres pues eso es lo que determina ser maricón. Sin embargo, en el mundo del colegio militar, tener relaciones sexuales entre varones se trasluce en un signo de hombría. Para esto les muestro a continuación fragmentos de la escena de la gallina que termina en la escena del enano:
“¿Y qué tal si nos tiramos al gordito?, dijo el Rulos […] pero ¿se deja o no se deja? A mí me han dicho que Lañas se lo tira cuando está de guardia […] Quietos, que huele a suboficial […] yo soy muy macho. ¿Y si nos comemos al suboficial? El Boa se come a una perra, dijo el muy maldito, por qué no al gordito que es humano […] También me como un imaginaria. Tú te comes todo […] jura que no te comes a tu santa madre […] Silencio que te parto en cuatro. Trepa de una vez que ya está bien cogido, huevas. Cómo patea el enano […] no te muevas que te mato y te hago polvo y qué más quieres que te esté bombardeando, respingado” (49-53).
Primero se observa la conversación, la ambivalencia de sucumbir ante la tentación de ir a violar a un cadete, enano, que en el dialecto peruano significa joven. Desde allí se va imponiendo la superioridad, desde que la posible víctima es menor que los opresores. Además el hecho de poder o tener la fuerza para «comerse» a cualquier cosa, animales, hombres, mujeres, les da a los cadetes la categoría de macho, punto que incluso recalcan durante la conversación. Sin embargo, ¿por qué adoptar una actitud que ellos mismos asocian con ser maricón? Si se recuerda la escena del profesor de francés y cómo se burlan de él, en su cara, diciéndole que es un afeminado y asegurando que se acuesta con hombres, se observa que en ese caso lo importante es tener la fuerza y el poder sobre el otro, de ser superiores, por eso se convierten en hombres y afianzan su carácter macho. El profesor no tiene la fuerza para hacerlos callar y hacerse respetar, y hasta el mismo Gamboa se lo hace saber: “Debe hacerse respetar usted mismo, profesor, a éstos no les gustan las buenas maneras sino los carajos” (237). Es decir que a la fuerza son moldeados y a la fuerza responden y establecen su lugar dentro del colegio. Por ello, en la novela, no importa que los cadetes tengan relaciones con otros siempre y cuando sea imponiendo la fuerza como el Rulos, el Boa y los demás del Círculo hacen con el enano. Una violación que no promete venganza porque si se intenta todos caerán bajo la fuerza de los machos que reprueban el ser soplón.
Hay que recalcar de igual modo que no existe ningún sentimiento romántico entre los cadetes que tienen relaciones sexuales; si hubiera ese tipo de emociones, el coito sería razón para arrancarle la categoría de hombre a los que participan en este. Por ejemplo, en la escena en que los muchachos están con Paulino en una sesión grupal de masturbación, algunos se burlan del Esclavo e incitan a Paulino para que lo viole. Alberto lo defiende y les prohíbe hacerle daño por lo que lo tildan de maricón, consideran que hay una relación sentimental entre el Poeta y el Esclavo y se burlan de ellos.
Para concluir vemos que los cadetes en la novela de Vargas Llosa se hacen hombres en el colegio militar y si no pueden amoldarse a todo lo que este proceso implica sucumben, siendo una de las posibles consecuencias morirse en el intento, literalmente. La hombría a la que llegan los cadetes adolescentes sólo puede alcanzarse si impregnan con superioridad todas las actividades que llevan a cabo, como pelearse, burlarse de los demás, maltratar a los nuevos, escribir novelitas, tener sexo. Este último aspecto es uno de los más trascendentales puesto que en La ciudad y los perros un verdadero macho no es el que «come» únicamente, sino el que «come» de todo, el que oprime, pisotea y se impone ante mujeres, animales y otros varones, ese es el gran hombre.