Félix Terrones
Ricardo Sumalavia (Lima, 1968) pertenece a aquella generación de escritores peruanos que dieron a conocer sus primeros textos en la década de los noventa. Si bien desde el inicio cada uno se mostró con una poética personal, una voz que los distinguía por sobre los demás, es posible reunirlos en función de determinadas recurrencias tanto formales como temáticas. Así, por ejemplo, escritores como Iván Thays o Patricia de Souza interrogaron las formas de la intimidad, desplazaron la literatura hacia lo subjetivo, desde el cual abordar la experiencia vital y literaria. Asimismo, se abrió camino la representación de una ciudad de Lima en la que la explosión urbana no excluía los espacios como los familiares, más secretos y reducidos, en donde las parejas se enfrentaban a experiencias, que no por sordas dejaban de encontrarse en el límite. Finalmente, no hay que olvidar que se trataba de escritores que reivindicaban otro horizonte de lecturas más influenciado por los narradores norteamericanos, en particular Vladimir Nabokov y J.D Salinger, que por otras tradiciones literarias como la francesa, por solo citar una que tanto marcó a generaciones precedentes.
Se podría decir que la literatura de Ricardo Sumalavia concentra todas las características de su generación pero que al mismo tiempo las enriquece, les da un impulso que, con el tiempo, ha hecho de él el más literario de todos. Por eso, es una alegría descubrir la antología Última visita, en la que se reúnen los textos más representativos de todos los que ha publicado. Dichos textos, al encontrarse ordenados y reunidos en un solo volumen de fácil acceso, permiten conocerlo por primera vez, asomarse a una literatura hecha no tanto por adiciones o amplificaciones como por los silencios y las reformulaciones. Quienes ya lo hemos leído, una minoría si consideramos el hecho de que Sumalavia nunca ha sido un escritor de multitudes – tampoco creo que llegue a serlo -, entonces podremos descubrir un acercamiento al conjunto de su obra a partir de las ficciones que encarnarían de la mejor manera las temáticas y los conflictos del escritor peruano.
A diferencia de sus dos novelas – Que la tierra te sea leva (2008) y Mientras huya el cuerpo (2012) – en las cuales el autor interroga, mediante la ficción, el proceso de escritura, en los cuentos que forman parte de la antología nos encontramos, más bien, con una reflexión acerca de la ficción y su lugar en la formación de los aspirantes a escritores. Pienso en cuentos como “Primeras impresiones” o “Última visita” en los que las indagaciones urbanas de los narradores los llevan al encuentro con mujeres que serán doblemente iniciáticas. Iniciáticas en la medida en que la interacción con ellas permitiría acercarse a una experiencia única, pero también en el sentido en el que se asomarán a los vínculos de parejas que esas mujeres llevan con sus maridos.
Hay que añadir que, en este sentido, nos encontramos con un mecanismo característico en la literatura de Sumalavia; es decir, la introducción de un extranjero dentro de un orden familiar en el que los pequeños secretos o las verdades a medias comienzan a aflorar poco a poco para dejar adivinar una verdad que, no por nunca revelada, deja de ser menos estremecedora. Generalmente, los narradores del peruano se ven sacudidos por cosas que adivinan de manera sesgada en algo dicho a medias o en las analogías que ellos mismos pueden establecer en el seno de las familias que los acogen. Recuerdo, en particular, la obsesión de sus héroes con los parecidos de familia, lo que es transmitido o heredado en el semblante de los demás, o en sus gestos y palabras, razón por la cual se convierten en intérpretes, tal y como se dice en el cuento “Los climas”: “Me detuve en el rostro del niño. Tendría unos cuatro años y su aspecto mostraba docilidad y cierto aire de distracción. Su expresión, sin embargo, estaba hecha de retazos de la madre, de una mujer que me interesaba vivamente. Esta imagen, estos gestos trasladados de la madre al hijo, no solo significaban para mí, como es natural, una extensión de la madre, sino también una inconsciente manera de cancelar los de la mujer”. Movimiento ambiguo, el del parecido físico entre los integrantes de una misma tribu, pues si bien propicia la evocación al mismo tiempo parece conjurar el recuerdo.
Un último elemento que me gustaría señalar como propio de la literatura de Ricardo Sumalavia es su indagación acerca de la violencia y la manera en que ésta se encuentra imbricada con la creación literaria. Me parece que en sus últimas publicaciones, el peruano se ha consagrado a explorar esta circunstancia, tal y como ocurre en Mientras huya el cuerpo, a mi parecer la mejor de sus novelas. No obstante, algo de la violencia, sobre todo la que se encuentra por debajo de todo vínculo humano, aflora en los cuentos de Última visita. Se trata de una violencia que permite trascender la banalidad de los acontecimientos contados y que le entrega a la lectura una sensación de zozobra, de algo que no termina de definirse y que, por eso, desestabiliza al lector cada vez que acaba uno de sus cuentos. La violencia, tal y como se le plantea, ocupa un lugar preponderante en las relaciones humanas, pero sobre todo, pese a su poder destructor, lleva a los individuos a afirmarse por medio del crimen: “Apolo no comprendió a qué se refería, pero bastó la melodía de aquellas palabras para que se viera intensamente perturbado por la joven poeta, aceptando en silencio su bautizo y relamiéndose con esa voz, que no dejaba de lanzarle frases irónicas durante el trayecto a la estación de policía”. El apelativo con el que el teniente Apolo se hace conocer es entregado por una de sus víctimas, quien muere asesinada por él, asesino de quien al darle un apelativo lo bautizó, lo hizo nacer de nuevo.
La ficción de Ricardo Sumalavia es una literatura hecha de atmósferas y espacios, como las casas o las habitaciones, y también de imágenes, como los recuerdos y las fotografías. Con respecto de los espacios, prefigura la intensa literatura de escritoras como Julia Wong Kcomt o, más recientemente, Jennifer Thorndike (autora de Ella, una de las mejores novelas peruanas publicadas en los últimos años). Cuando se trata de las imágenes, sus ecos pueden encontrarse en autores recientes como Luis Hernán Castañeda. Así, se trata de un escritor que ha sabido hacerse de un lugar en nuestra tradición, un lugar consecuencia de la exigencia de su literatura pero también del interés que ha sabido despertar en generaciones posteriores, quienes lo leen, lo leemos, como un maestro en el difícil arte de contar, un maestro que parece inventarse de nuevo con cada nuevo libro y, por eso mismo, lo mismo que los rasgos entre individuos de una misma familia, desaparecer un poco más.
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