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Kerouac en bicicleta

Cicloviajeros On The Road


En la novela On the Road (En el Camino), si Jack Kerouac hubiera viajado en bicicleta, Cormac McCarthy no hubiera tenido la ocasión de escribir The Road (La Carretera) cincuenta años más tarde en 2006. En inglés, una sola palabra separa los dos títulos pero no se trata de influencia literaria.  La conexión está oculta.

«No serás nada en este mundo a menos que hagas lo que quieras. No planees nada, simplemente ve y hazlo,» escribió Kerouac. Marcelo Dasque, cicloviajero del siglo 21 encarna las palabras de Kerouac.

Marcelo Dasque

Bajo la neblina matinal, El Alto, Bolivia, 13,000 pies de altitud: le pregunto a Marcelo, “adónde te diriges”. Me responde preguntando, en “argentino»: “¿Qué te parece mejor, que vaya al Lago Titicaca o a la frontera peruana?”  Como Kerouac, Marcelo no planea. Se ha quedado a dormir la noche anterior en la estación de bomberos. Está nueve meses on the road.

En la novela, Sal Paradise (Kerouac) y su amigo Dean Moriarty salen al camino para buscar su liberación, yendo a dedo, en bus, o en automóvil.

Según los críticos, los road novels vienen de un género literario norteamericano. Aclaramos que las primeras novelas de camino vienen de España: Lazarillo de Tormes (1554), autor desconocido, y por supuesto, Don Quxjote de la Mancha (1605 y 1615), de Cervantes.

El Quixote y On the Road comparten un romanticismo de los obstinados.

El libro de Kerouac hizo un impacto enorme. (Algunos años después de leerlo, hice un viaje a dedo desde México DF hasta Cuzco, Perú, ida y vuelta.)  La influencia más notable de la novela episódica de Kerouac se manifestó entre 1960 y 1964: 116 episodios de Route 66, la serie clásica de televisión.

En Route 66, el Chevy Corvette es indispensable para que los dos personajes-viajeros puedan tener aventuras humanas de pueblo en pueblo. El Corvette viene siendo el tercer personaje. En el primer episodio, el dueño del auto señala emotivamente: “Es más que un auto para mí.”

No es casualidad que el patrocinador de Route 66 fuera la empresa Chevrolet.

Milagro: con cada nuevo ciclo anual, los dos jóvenes se encuentran con un nuevo modelo de Corvette.  Los guionistas nunca explican ni cómo ni por qué. Imagínense Don Quixote montando en un nuevo Rocinante cada año.

Influenciado por On the Road, Route 66 contribuyó al culto del automóvil. El mensaje subliminal fue que no valíamos nada si no manejábamos un auto. Ninguna chica nos haría caso si llegábamos en bus o en metro o en bicicleta.

En las pantallas, los héroes manejan autos potentes. James Bond maneja, Steve McQueen manaja, Nicolas Cage maneja. Una excepción notable es Richard Kimble, en El Fugitivo, que viaja en bus o en autostop. Pero Kimble era un fugitivo. Años después conocimos a Forrest Gump, que atravesó el país a pie, corriendo. Pero Gump fue presentado como un anormal. Los normales manejan auto.

En la misma época se construyen suburbios, en expansión descontrolada, conjuntos de casas particulares aisladas de transporte público. Estas “comunidades” se quedan sin ambiente de calle, sin comercio, sin ruidos de vida nocturna. La única salida es el automóvil, ya obligatorio. La serie Route 66 ofrece un escape inmediato de la sala enclaustrada.

Paralelamente a los suburbios, los centros urbanos se reconstituyen para dar prioridad total al automóvil. Los Angeles llega a dedicar 14% de su superficie a los estacionamientos de automóvil. Ni Andy Warhol podría convertir un parking en obra de arte.

A mediados de los años 60, una segunda época de contracultura, menos individualista que los Beats de Kerouac, inicia movimientos anti-guerra y ecológicos, pero el espíritu crítico no alcanza cuestionar el papel totalitario del automóvil.

Con pocas excepciones los hippies no pregonan ni el transporte público ni la bicicleta. Jim Morrison ama su Blue Lady, un Shelby Mustang.

Los “car songs” de los Beach Boys continúan un proceso que se diversifica con la ranfla (lowriders), Wilson Pickett (Mustang Sally) y “Let me ride” (Dr Dre).

La polución cubre el D.F., Lima y Sao Paulo. Con las emisiones CO2 los glaciares de los Andes mueren lentamente. Las guerras se prolongan. Hay refugiados escapándose de los estragos del clima extremo. Un escenario para la distopía en The Road, de Cormac McCarthy, es cada vez más viable.

En 2016, la investigadora Jade Lindgaard escribió en Mediapart (France), que aproximadamente 2,500 personas mueren cada año en Paris (mi actual residencia) a causa del aire que respiran. Y no somos la Ciudad de México.

McCarthy nunca ha dicho si su distopia resulta de una guerra o de una catástrofe ecológica. Para Andrew O’Hagan The Road es “la primera obra maestra de la generación afectada por el calentamiento planetario” y George Monbiot lo presenta como «el libro ecológico más importante jamás escrito».

En The Road, un padre e hijo viajan a pie hacia el sur, buscando un rayo de sol, pasando por paisajes de autos abandonados,  nubes contaminadas, gente que violentamente acapara los pocos recursos que quedan.

Finalmente una obra cuyos personajes viajan a pie. ¿Necesitamos una gran catástrofe para poder viajar con la energía humana?

Tuvimos que esperar 25 años para que la versión cicloviajera de On the Road se publicara. Se trata de Latinoamérica: Crónica de un viaje en bicicleta, por el vasco Jesús López de Dicastillo. Este “pionero de grandes recorridos” pedaleó desde la Ciudad de México hasta Brasilia. Después del libro, continuó viajando en bicicleta pero también a pie. López de Dicastillo había empezado sus recorridos después de haber sufrido una crisis de identidad causada por su trabajo de ingeniero de automóviles.

No hubo un Route 66 catalizado por López de Dicastillo. Pero el libro despertó el espíritu aventurero en el profesor vasco Lorenzo Rojo, que explica: “El libro me comprobó que viajar así es una locura, es emocionante, y sobre todo, es posible. Unos pocos años después, en 1987, viajé en bicicleta por 6 meses en Latinoamérica. En 1997 comencé un nuevo viaje que todavía continua” (The Next Challenge, 23 mayo 2014”). Dice Rojo: Viajo con una vieja bicicleta, un presupuesto austero y el mismo deseo de mundo – o aún mayor- que cuando comencé. (Munduan Barrena Blog)

Hoy los nuevos Kerouacs, siguiendo los pasos de Rojo y López Dicastillo, atraviesan países y continentes. Son jóvenes y viejos, son hombres y mujeres (los Beats eran sólo hombres). Para Kate Leeming, autora de Njinga: Breaking the Cycle of Africa, 22,000 kilometros de cicloviaje através de Africa fue solamente el comienzo de sus viajes legendarios.

El auto equivale competir unos contra otros. La única competencia del cicloviajero es consigo mismo, como nos dice la activista de la bicicleta, Gina Muñoz Villegas.

“No participo en este evento [La subida de Samaipata de 70 kilómetros] con el ánimo de competir, lo hago como un reto a mí misma con el fin de completar la subida de la manera más espiritual que pueda.  Para mí subir a Samaipata es como una práctica de meditación -como la celebración de la vida –  Subir en medio de esas verdes montañas es como fundirse con ellas y darse un respiro a uno mismo de la constante rutina diaria.”

El cicloviajero chileno Aldo Orpianesi confirma:“[Un] aspecto que nos separa del ciclismo profesional, es la falta de competencia. Nosotros no nos preocupamos por competir” (Mas Deportes, 27 marzo, 2016)

La asociación Randonneurs USA explica que el deporte de randonneuring (cicloviaje), que viene de Francia e Italia, es, por naturaleza, anti-competitivo y más bien se basa en la solidaridad. (Voir rusa.org)

Como Kerouac, los cicloviajeros viajan con pocos recursos económicos.  Utilizan páginas web como duchascalientes.org o couchsurfing.com, sitios que les proveen alojamientos gratis con familias dispuestas a recibir cicloviajeros y mochileros.

Esposa del autor. El cicloviaje incluye paradas en los pueblos, para comer un cruasán de almendras o conocer un castillo.

Desde la edad de 60 años, yo hago cicloviajes. Un viaje mío de tres semanas no se compara con uno de tres años, pero no estoy en ninguna competencia. Simplemente, la carretera es más liberadora cuando se hace con energía humana.

Hemos llegado a una época de realidades paralelas. En el libro The Road, el camino distópico es avasallado por la competencia salvaje en la que sólo hay unos cuantos sobrevivientes.

En otra configuración, cicloviajeros y mochileros nos muestran que es posible viajar sin contaminar, con sobria alegría y con la ayuda de gente a lo largo de la ruta.

 

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