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Juany, la vaquerita

Al llegar al día sábado, Juany despierta muy temprano para comenzar a llamar por teléfono a sus amigas: la noche es la oportunidad de romper con el tedio y para ligar galanes en el rodeo.

Desde que se puso las botas vaqueras se sintió libre. Los zapatos de tacón para la oficina duermen debajo de la cama hasta el próximo lunes.

¡Imagínate!, hoy irá a bailar con su nueva blusa Wrangler que compró hace dos quincenas en el Penny Riel.

Son las nueve de la noche, su padre le advierte llegar temprano; Juany devuelve una breve sonrisa de hasta-crees-que-voy-a-dejar-de-divertirme-por-llegar-temprano-ni-lo-pienses; en el trayecto casa-rodeo sobre el ecotaxi Volkswagen de 4.50 el banderazo inicial, el grupo de tres compañeras secretarias perseveran para definir quién será la primera en ligar hoy.

Juany, como siempre, luce despampanante: huele a loción imitación Cesar’s que su ex novio le regaló un día que caminaban por Colegio Civil y, además del conjunto de camisa, pantalón negro y sombrero, lleva puestas las botas que su hermana le trajo de León cuando fue de luna de miel hace un año.

Al llegar, y después de pagar al taxista, observan detenidamente la puerta del rodeo: las tres esperan en la fila con cara de mira-qué-no-ves-que-se-hace-tarde-para-entrar.

Las damas no pagan boleto y tienen barra libre “si es que no se le olvida al mesero que nosotras existimos y le vamos a dar su propina”. Los caballeros, setenta pesos de cóver que les incluye un par de cervezas.

Desde que entra al recinto, Juany comienza a mover sus pies al ritmo de la música. Ahora está “Te aprovechas”, de Límite; Juany tararea la canción: “Y te aprovechas, porque sabes que te quiero, al sonido de tus besos…y me desgarras y manejas a tu antojo…”.

En cinco minutos dos galanes se acercan para invitar a bailar a sus compañeras: Juany espera en un lado de la barra, sentada; el mesero le sirvió ya su primera piña colada con el sabor de siempre.

La pista de baile se encuentra en plena ebullición: parejas entretejidas al ritmo de una cumbia de Bobby Pulido. El polvo se levanta e inunda la atmósfera, pero en verdad no importa mucho: el humo de los cigarros hace casi irrespirable el poco aire limpio.

Juany le pide lumbre a su vecino de barra. Rápido, el hombre-sombrero-negro-cinto-con-un-águila-de-plata-y-pantalón-Levis-pegadito, saca el encendedor Marlboro mientras la fuerza del fuego ilumina sus rostros y sonríen. Los primeros gramos de nicotina comienzan a correr hacia su cerebro.

El hombre-sombrero la invita a bailar. Juany acepta y se dirigen a la pista. Cruza por su mente la pregunta de si esta noche terminará en una camioneta nueva de doble tracción y con clima, o sólo en un hotel de paso rumbo ala carretera a Laredo. Primero el hombre-sombrero le pregunta a Juany su nombre: ella contesta con una sonrisa en sus labios. Él le dice que se llama Manuel, que vive en Valle Verde, segundo sector. Ella le contesta: “¡Qué casualidad!, yo tengo ahí una prima que vive en…”, y resulta ser novia de su hermano mayor.

Las frases de “qué chiquito es el mundo” y que “uno no pue-de portarse mal porque de volada se dan cuenta”, los obligan a sonreír y tomarse de la mano para tratar de buscar la salida de la pista.

Llegan a la barra con más tranquilidad: ya ligaron. Las compañeras de Juany están tomando un par de cervezas Tecate light con limón y sal. Ella les presenta a su nuevo amigo-amante-dentro-de-un-rato. Él extiende la mano y se levanta el sombrero para que le puedan ver el rostro en cuya boca, al frente, brilla un diente de oro.

Juany se disculpa con Manuel para poder ir al baño. Se hace acompañar por una de ellas que le dice: “Es un forro, de dónde lo sacaste, ya te propuso algo, qué estás esperando, lánzate, al cabo está bueníiisiiimoo”, y que no importa, que ellas se van por su lado, y que después se hablan para saber cómo le fue.

Al volver a la mesa, Juany ya va más que dispuesta para irse con el hombre-sombrero que dice llamarse Manuel.

Sus compañeras se despiden y Juany se siente sumamente decidida y Manuel le dice que por qué no van a dar una vuelta por la ciudad. Juany lleva en su bolsa un par de condones que compró en la máquina del baño para protección, que uno nunca sabe y es mejor prevenir porque se acuerda de su hermana que hizo lo mismo un día y terminó con un hijo en brazos sin saber quién era el padre.

Ya a la salida, la música de “La revancha” se desvanece con los pasos que juntos dan rumbo a la calle. El lunes, al llegar a trabajar, se siente mal del estómago, tiene los ojos hinchados y rojos, los zapatos de tacón le aprietan.

A la hora de la comida sus amigas escuchan atentas por tercera vez la historia completa. Le preguntan con morbo: ¿En dónde lo hicieron, cuántas veces? ¡Se ve que es un tipazo! ¿Quedaron de verse pronto?”.

Juany contesta a todas las preguntas con un suspiro.

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