Search
Close this search box.

Isaac Bashevis Singer de vacaciones

El escritor polaco Isaac Bashevis Singer, premio Nobel, y su vida en New York Y Miami

Isaac Bashevis Singer (foto)En 1935 Isaac Bashevis Singer les prometió a su esposa e hijo de cinco años que muy pronto se verían en América. La época ayudaba para semejante travesía: en Polonia los aires se iban cargando de intolerancia y el nazismo era una peste que muy rápido se propagaría por el resto de Europa. Del otro lado del Atlántico lo esperaba su hermano Israel Joshua Singer. Hacía un par de años que vivía en Estados Unidos y se había ganado un nombre dentro de los autores que escribían en yiddish.

Isaac Bashevis, que hablaba un mal inglés y tenía una débil visa de turista, consiguió trabajo como free lance en el Jewish Daily Forward, el diario en yiddish de New York. Por aquellos años la comunidad judía hablaba esa lengua lo que permitía que hubieran en la ciudad algunos teatros y publicaciones literarias. Aunque el yiddish fuera para una minoría, Singer pudo ganarse la vida escribiendo los más diversos artículos de actualidad –eventos sociales, recetas de cocina, respondiendo el correo de lectores– y publicando algunos cuentos al mes.

Cuando el invierno hacía insoportable New York, el escritor, que para ese entonces se había casado con Alma Wassermann –una judía alemana refugiada que decidió abandonar a su marido y dos hijos por un amor devoto a Singer que duró medio siglo–, bajaba hasta el calor húmedo de la ciudad de Miami. En un libro de fotografías de Richard Nagler y textos del autor, My love affair with Miami Beach, Singer confiesa: “Déjenme decir que para mí, la primera vez que visité la ciudad, sentí como si hubiera venido al Paraíso”.

Lo que quería decir con “paraíso” tenía que ver con el paisaje tropical, obviamente, pero también con su pasado, el cofre que atesoraba su niñez y primera juventud en las pequeñas ciudades de Polonia. En Miami Beach se reencontró con otros emigrados judíos que hablaban su lengua. Y a diferencia de New York, en las cafeterías y lobbies de los hoteles de la playa el escritor escuchaba en una variedad de dialectos del yiddish aquellas historias y chistes de su tierra que habían sobrevivido al desarraigo.

En 1973 Singer compró un pequeño departamento en las Surfside Towers, un condominio ubicado en el fin de la zona norte de Miami Beach. Cuando llegué a la ciudad en el 2000 hacía nueve años que el escritor había muerto. Alquilaba un cuarto muy cerca de su casa así que caminaba por la zona y podía encontrarme con sus moradores que eran ancianos vestidos rigurosamente de negro, sentados en la entrada de los edificios al resguardo del sol, hablando entre ellos una lengua desconocida para mí. A veces tomaba algo en la cafetería en la que desayunaba el escritor junto a su mujer, o deambulaba por el Isaac Singer Boulevard, en la calle 95, el tributo que le rindió la ciudad…

Uno de sus primeros relatos ambientados en Estados Unidos se llama “Alone”. El protagonista es un viajero solitario de vacaciones en Miami Beach. Cansado de la gente que entra y sale del hotel, los gritos de los niños y las parejas cargadas de bolsas de compras, lo único que desea es estar completamente solo en el edificio. Le ruega a Dios que lo escuche, y se va a dormir. Cuando se levanta al otro día, comprueba horrorizado que su deseo se ha hecho realidad. Entra en pánico, la culpa lo golpea, se siente el hombre más desdichado del mundo pensando en las muertes que su egoísmo ha ocasionado.

El narrador ante semejante catástrofe se siente “como Noé pero en una barca vacía, sin hijos y esposa, sin animales”. En un momento se encuentra con una muchacha cubana. La chica que trabaja en el servicio de limpieza le pregunta qué hace todavía en el hotel: en horas vendrá un huracán y todos se han marchado. El viajero, que ha dejado a su esposa en New York, ahora no quiere dormir solo en el que tal vez sea el último día de su vida…

En los cuentos y novela de Singer los personajes suelen invocar –o maldecir– a Dios mientras reflexionan sobre la pasión, la vergüenza, el orgullo, se relacionan con prostitutas, artistas, pequeños estafadores. Hay cierto aire de historias folclóricas que incluyen fantasmas y demonios aunque sin demasiada carga moral. La peculiaridad de sus temas quizá se interprete por haber crecido en un hogar donde su abuelo y su padre eran rabinos y lo educaron para que siguiera el mandato familiar, sin suerte. Y por la vida de bohemia que vivió Singer en su juventud en los cafés literarios de Varsovia.

Hay un acontecimiento que actúa de bisagra en la vida de Singer en Estados Unidos. Sin ese hecho, probablemente, hubiera quedado como un autor secreto, sólo accesible a una minoría. En 1953 el crítico Irving Howe y Eliezer Greenberg preparaban una antología de cuentos en yiddish para el lector norteamericano. Howe le dio al escritor Saul Bellow el relato “Gimpl tam” para que lo tradujera al inglés. Bellow había crecido escuchando esa lengua por sus padres inmigrantes judíos. “Gimpel the Fool” llamó la atención de la inteligencia neoyorquina que encontró en él a un nuevo Chejov, y en pocos años los cuentos de Singer comenzaron a publicarse en revistas como Harper´s, The New Yorker y Playboy.

Singer se volvió una personaje conocido para el público de Estados Unidos que lo veía –en esos suaves equívocos donde se mezcla cierta ignorancia y el gusto por las historias “exóticas” –como el último autor de una lengua moribunda. Singer contribuía a alimentar el personaje. Cuando ganó el premio Nobel de Literatura de 1978, ante los reyes de Suecia comentó:

«Mucha gente me pregunta por qué escribo en una lengua que se muere. Y yo les respondo, en primer lugar, que amo escribir historias de fantasmas y nada va mejor con los fantasmas que una lengua que está muriendo (..). En segundo lugar: creo en la resurrección. Creo que pronto llegará el Mesías y millones de cadáveres de personas que hablaron yiddish saldrán de sus tumbas y su primera pregunta será: «¿Hay algún nuevo libro en yiddish para leer?»

Hace algunos meses se estrenó el documental The Muses of Bashevis Singer. Fui a verlo junto al escritor y realizador Gastón Virkel al viejo cine de la calle 71, en Miami Beach, el territorio de Singer. A diferencia de aquellos ancianos frágiles que había conocido quince años atrás, esta vez el público era en su mayoría jubilados saludables que tenían el inglés como primera lengua: eran los hijos de aquellos emigrados judíos que habían escapado de la guerra y la miseria. Recordé a mi abuela sefaradí y Gastón habló de los suyos que también llegaron del Este a un país perdido en el sur del continente. Luego de Estados Unidos, la Argentina es el país donde se encuentra la mayor comunidad judía.

The Muses of Bashevis Singer es un interesante film que indaga en las traductoras –un verdadero harén– que ayudaron al escritor a volcar sus historias al inglés. Singer no hablaba ni escribía bien el idioma, pero tenía una peculiar manera de trabajar. Una vez que terminaba el original en yiddish se lo leía a su traductora en una especie de “yinglish” y luego los dos trataban de arreglarlo en inglés.

En el documental se lo muestra a Singer como un verdadero womanizer. Con la mayoría tuvo romances, aunque otras, gentilmente, rechazaron sus peticiones sexuales.

Para cuando se instaló definitivamente en Miami en 1987, Singer tenía problemas para caminar y ya mostraba indicios del mal de Alzheimer. Esto no le impidió publicar un par libros en inglés, la mayoría tomados de sus historias en yiddish que había acumulado a lo largo de sus años en Estados Unidos.

Según su biógrafa Janet Hadda, a veces Singer se mostraba completamente ido, para luego regresar y decir como un niño: “¡Soy el más grande escritor vivo en yiddish!”

La frase, extrañamente, la pronunciaba en inglés.

Relacionadas

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit