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Imaginando a Yma

   Nada más escuchar los nombres de algunas de sus canciones provoca, como poco, curiosidad. Cuando originalmente estrenaron, eran suficiente como para trasladar al oyente a otras tierras. «Chuncho», «¡Ataypura!», «Goomba Boomba«, «Taki Rari», entre tantas otras composiciones, actuaban como pasajes auditivos, boletos místicos, de travesías que alzaban vuelo con las interpretaciones de Yma Sumac.

     Un despampanante registro vocal de cuatro y media octavas (hay quien dice que llegaba a cinco), le permitía a Zoila Emperatriz Chávarri del Castillo (ella le agregó Augusta también), alcanzar notas extremadamente agudas o graves, pasando de soprano a barítono en un parpadeo, intercalando a veces trinos de pájaro y gruñidos de fieras. Esta habilidad, más una imagen concebida entre el mito y la realidad, la llevaron a vender sobre 40 millones de discos, convirtiéndola en uno de los artistas latinoamericanos más populares de la historia. Y todo esto sin redes sociales.

     Las proezas vocales de la cantante peruana, junto a los arreglos siderales que desplegaban estos temas, contribuyeron a popularizar en la cultura musical de Estados Unidos de los años 50 un imaginario de destinos lejanos e insólitos: los géneros de música lounge y exótica. Desde selvas misteriosas pobladas de criaturas desconocidas hasta parajes remotos de civilizaciones antiguas, Sumac los conjuraba todos al abrir la boca. (Tomen nota, Mark Zuckerberg y su Metaverso).

     Brillo que perdura

     Al contrario de otros artistas de culto de la época que brillaron fugazmente para luego apagarse (Bettie Page, Esquivel, Korla Pandit, Vampira, etc.), Sumac siguió destellando, a veces erráticamente, pero siempre a su manera, muchos años más. Su fulgor se opacó para siempre en 2008, en la ciudad de California que fuera su hogar gran parte de su vida, Los Ángeles.

     Y es en Los Ángeles donde Damon Devine –quien trabajó para Sumac en distintas capacidades (asistente personal, maquillista, representante, etc.)– y fuera su amigo y cuidador en los últimos años de la vida de esta, celebra con una serie de actividades para el público este mes el centenario de la artista, con el 10 de septiembre de 1922 registrado como fecha de nacimiento.

     Los eventos arrancan el viernes 9 de septiembre a las 10 de la noche, hora del Pacífico, en el restaurante El Cid con una presentación musical a cargo del conjunto Mambo Diabólico y otros invitados, que incluirá en su repertorio temas populares de Sumac, así como composiciones de la artista nunca escuchadas. Se exhibirán además imágenes y videos exclusivos.

     El domingo 11, a las 11:30 a. m. hora del Pacífico, el Hollywood Heritage Museum, junto con la página web oficial que maneja Devine, yma-sumac.com, y Peru Village L.A., auspiciarán la presentación en la sede del museo de una versión remasterizada de la película de Paramount Pictures Secret of the Incas (Secreto de los Incas), que protagonizaron en 1954 Charlton Heston y Nicole Maurey, en la que aparece Sumac en una de sus escasas intervenciones cinematográficas.

     La cinta, que nunca ha estado disponible en los Estados Unidos en formatos VHS, DVD o Blu-Ray, es considerada por cinéfilos inspiración a la serie de filmes de Indiana Jones. Acompañarán la proyección del largometraje un despliegue de memorabilia de los archivos de Sumac, imágenes inéditas de la película y una sesión de preguntas y respuestas con Devine.

     En una ceremonia pautada para el 13 del mes (5:30 p. m. hora del Pacifico) en el cementerio Hollywood Forever, se colocará un nuevo busto de Sumac en la cripta en la que yace. Como inspiración de esta recreación tridimensional, el escultor peruano-francés Martín Espinoza Grajeda utilizó más de 40 fotos para captar desde todos los ángulos la llamativa belleza de la intérprete. Habrá también un tributo musical en vivo.

     «Yma Sumac abrió las puertas a cualquier artista Latina que temiese salirse de lo común», dice Devine a Suburbano mediante correo electrónico. «Ella rompió con lo tradicional. Fue verdaderamente original».

     Esa originalidad la llevaría a adaptar la música folclórica peruana con la que había descollado en Lima. De ahí triunfó poco después en Argentina y Brasil, y el resto de Latinoamérica, en los años 40. Una vez en Estados Unidos, junto a su entonces esposo Moisés Vivanco y otros colaboradores, Sumac transformó su acto, agregando arreglos de orquesta, elementos tropicales y sonidos inesperados, todo apoyado por una imagen única que combinaba el glamur hollywoodense con su herencia andina.

     Con Voice of the Xtabay (1950), su primer álbum para un sello estadounidense, Capitol, comenzaba la leyenda Sumac. Operática y pachamamesca a la vez, no existía nadie como ella.

     El riesgo que funcionó

     Sumac se arriesgó al modificar su imagen y repertorio y el tiempo le dio la razón. Pasó a convertirse en figura internacional, admirada y vitoreada en todos los rincones del mundo. Irónicamente, los cambios no sentaron bien a muchos en su Perú natal y durante décadas la relación entre la diva y su tierra de origen fue de tirantez. Finalmente hicieron las paces en 2006, con una visita de regreso a la nación sudamericana, que esta vez la recibió como se merecía.

     Todavía hoy los relatos sobre Sumac son tan llamativos como las plumas de un papagayo amazónico: que si nació en la pobreza de una choza rodeada de animales a los que les hablaba (se crio en un buen hogar de clase media), que si era una princesa inca (hay algo de eso), que si era un ama de casa de Brooklyn llamada Amy Camus (jaja, no). Hay historias verídicas, otras exageradas y por supuesto, las inventadas. Sumac magistralmente las envolvió todas en un aire de misterio que deleitaba a sus fanáticos y frustraba a sus críticos, probando así que, cuando se trataba de secretos, ella era el mejor guardado.

     Tuve la oportunidad de asistir a una presentación en vivo de Yma Sumac durante una breve pero exitosa gira de conciertos que la trajo a Miami Beach en 1993. Sería parte de su último comeback en los 90. Regia e imperiosa a la vez, domó la tarima con facilidad, y si bien no alcanzó todas las notas como solía, uno no podía dejar de sentir que estaba ante la presencia de un ícono viviente. La Virgen del dios Sol de la cual cantaba en «Taity Inty», había aparecido en Florida.

 

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