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HOT SUR o la novela de la pesadilla del Sueño americano

hot surLa escritora colombiana Laura Restrepo (Bogotá, 1950), nuevamente con su acostumbrada contundencia narrativa nos induce en la lectura de Hot Sur (Planeta, 2013) a navegar por las aprensivas aguas del tema migratorio. A bracear—sin salvavidas ni anestesia— por caminos cruzados entre ficción y realidad, a partir de múltiples planos narrativos, mezcla las voces de los personajes quienes narran directamente sus experiencias dentro de un argumento lineal con constantes introspecciones y reflexiones sobre el sentido de cuanto les acontece. Muestra las peripecias y los suplicios por los que atraviesa una pobre mujer de la provincia colombiana, de estrato social medio bajo, en su afán de conquistar el “sueño americano”.

El tema de la emigración de hispanoamericanos a los Estados Unidos en la pluma de Restrepo va trepidante y doloroso. Es un réquiem al paraíso soñado descrito en un largo trasegar por las tortuosas experiencias de su protagonista a través de 558 páginas. Con el suspenso propio de la novela negra, cada nuevo capítulo enluta sin compasión alguna la ingenuidad de la soñadora, devastada en la crudeza de un destino siniestro atrapado en un ambiente de una xenofobia arrogante y cruel.

El libro es rescatado y se salva de convertirse en un thriller trepidante sin más,  gracias a la técnica literaria que la autora esgrime con el fino olfato de narradora profunda: convierte la escritura (el libro que va escribiendo la presidiaria María Paz, bajo la orientación del maestro de escritura creativa Cleve Rose) en el origen fundacional del desarrollo de la trama. Como quien dice: la escritura está primero que la realidad. La literatura como testigo inefable del acontecer humano. Y el manuscrito se constituye en testigo redentor de una “calamidad personal”. Al respecto  Juan Pablo Bertazza afirma que a lo largo de la novela subyace la obsesión de Restrepo por borrar cualquier rastro de voz narrativa, para que no haya intermediación entre personajes y lector. Como lo afirma la propia autora: “en esta novela evito escribir directamente— dice—, lo hacen los propios personajes, a través de diarios, notas o entrevistas. Escribir sobre lo escrito, para que el lector se ponga en la voz del personaje sin pasar por mí”, aclara la escritora.

Imbricando símbolos culturales y ritos religiosos que buscan salirle al paso al miedo cerval de algunos de sus protagonistas ( Sleepy Joe con su fanatismo religioso y María Paz con su miedo a lo desconocido), la autora nos enfrenta no solo con la cruda y patética experiencia de un malogrado recorrido migratorio (Bogotá-Nueva York), de por si desgraciado y lamentable, sino que va más allá, como si quisiera ensañarse con el dolor de la víctima, al crear una trama truculenta que atrapa a la protagonista en el infierno de una familia inmersa en prácticas católicas de flagelación y auto castigo con Sleepy Joe, su amante y asesino en serie; y su hermano Greg, el policía y esposo asesinado. La fatalidad, el mal y el azar se confabulan para exacerbar la feroz tragedia de la ingenua protagonista, sentimientos  de destrucción que al final, atrapa también al lector en ese sufrimiento galopante, desbocado y sin término, de tal manera que el libro se convierte en una brasa ardiente entre las manos y del cual se quiere salir cuanto antes.

Llama la atención  la reiteración de un símbolo cultural y religioso que Restrepo desarrolla en el texto y es el de “la limpieza”. A propósito, el título del libro era: Limpio, muy limpio, limpísimo, propuesto por la autora y cambiada por la editorial a Hot Sur, quizás para darle una imagen más acorde con el marketing de novela negra. El símbolo de marras se refiere a la necesidad de limpiar el cuerpo y el alma del “pecado original”, de limpiar de suciedad el asqueroso cuerpo de una sociedad maniqueista, resquebrajada en la intención de los padres fundadores, y llena de falsos valores. Ese es el sentido de los rituales del asesino serial y coprotagonista de la novela y es también la crítica que la autora hace a la sociedad estadounidense a través de las acciones de sus escatológicos personajes.

 Para completar el cuadro dantesco, dos cárceles determinan la escenografía que atrapan a la infeliz protagonista: la cárcel de Manninpox y la ciudad-cárcel de New York, espacios en los cuales la soñadora da rienda suelta al delirio persecutorio donde es acosada por sus verdugos. Los escabrosos acontecimientos, sin embargo, son matizados por personajes ajenos a la ira o a la venganza, en verdad ajenos a la realidad como lo es Violeta la niña autista, hermana menor de María Paz,  que con su desdén por todo cuanto sucede a su alrededor, derrama un bálsamo sobre el infernal ambiente.

Para Restrepo, está muy claro que la novelística sobre la inmigración no es de ahora sino de siempre. A la pregunta que Silvina Friera le hiciera en una entrevista sobre el tema, ella respondió: (…) fíjate que las grandes gestas de los pueblos son historias de desplazados. Moisés sale con su pueblo a buscar la tierra prometida y pasa toda clase de penurias en el camino. Eneas sale de una Troya destruida y tiene que buscar un lugar donde fundar Roma. De alguna manera hay que recuperar una tradición muy vieja y tratar de darle el valor que tiene. No como simple masa o estadística, como un dato periodístico que al otro día se olvida. El desplazamiento tiene un carácter fundacional. Libros como Las uvas de la ira, de John Steinbeck, o La cueva del sol, de Elias Khoury, sobre el pueblo palestino están recuperando una vieja tradición de ver en el peregrino, en el nómada, la esencia del ser humano. Pero tienes razón: hoy en día se lo ve más como una estadística.

Los primeros lectores de esta novela y quienes mayor provecho podrían sacarle dadas las innumerables guiños que la autora confecciona, son los inmigrantes colombianos en particular. Laura Restrepo es una conocedora de primera mano de la realidad norteamericana y por lo tanto, utiliza con generosidad intelectual toda la gama de signos de la cultura gringa y juega con la aproximación lingüística de hispanos y anglos. Sin necesidad de convertir a sus personajes en hablantes del spanglish—como lo hiciera Junot Díaz en la celebrada obra La maravillosa vida breve de Oscar Wao— coquetea con ese festejo lingüístico de aproximación verbal al idioma inglés.

No todas las críticas recibidas por esta obra literaria son de alabanza y reconocimiento. Sin dudas, Hot Sur se sitúa a leguas de la exigua calidad de muchas de las novelitas y crónicas periodísticas que sobre el tema se encuentran en el mercado y que no alcanzan a poseer una elaboración literaria como lo ostenta obra de Restrepo. Sin embargo, la falla estructural para ensamblar el hecho sociológico del fenómeno migratorio con la trama de thriller y novela negra, salta a la vista. Al respecto dice  Francisco Ortiz: “El personaje femenino de esta novela, la caracterización casi magistral de los dos personajes principales empujaban a Restrepo a una historia más sencilla, nada negra, más atenta al sano e inmortal realismo, a un bien medido costumbrismo incluso, y habría sido sin duda una novela mejor, no sólo de absorbente lectura y de fácil y perdurable acomodo en la memoria, sino hasta excelente y vindicable en todo foro y todo espacio de crítica y estudio”. Y Amira Armenta remata con estas declaraciones: “esta y otras debilidades hacen de Hot Sur un libro a medio camino entre el thriller que anuncia ser, y que no llega a ser, y la novela sociológica del sueño americano frustrado del inmigrante latino. Algo que tampoco llega realmente a ser, sabiendo que el sueño fracasado de María Paz no tiene mucho que ver con su condición de inmigrante latina sino con la mala suerte de haberse tropezado con un loco”.

Entre esas dos aguas parece navegar esta obra de Laura Restrepo. La presión del mercado a través de la editorial persiguiendo el bestseller que engorde sus bolsas y la necesidad de la imposición de una narrativa genuina que nace del corazón del escritor, ajena a la complaciente industria editorial. Este palpable desequilibrio socava la tan ansiada búsqueda de unidad que toda obra de arte anhela consolidar.

 

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