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La última obra de Leila Guerriero, La llamada: Un retrato (Anagrama), es un tratado excepcional que trasciende los límites de la crónica para adentrarse en los recovecos más oscuros de la historia argentina. Se trata de un perfil periodístico, una exploración minuciosa, a través de una larga y guadianesca conversación entre la autora y Silvia Labayru, raptada por el ejército, abusada varias veces en su cautiverio y luego liberada. Una charla que llegó a durar un año y siete meses, y en la que Guerriero se sumerge en un relato visceral que confronta al lector con la cruda realidad de una época marcada por la violencia política y la represión estatal.

     Uno de los aspectos más controvertidos que aborda Guerriero es la revisión de episodios del pasado, particularmente la violencia perpetrada por grupos como Montoneros en Argentina. La autora no se limita a transcribir los hechos de manera descriptiva a partir de las declaraciones de Labayru y otros testimonios, sino que los examina con una mirada crítica y reflexiva, cuestionando las motivaciones y consecuencias de las acciones de aquellos años turbulentos. En este sentido, Guerriero desafía al lector a enfrentarse a una realidad incómoda y compleja, no siempre de su gusto, donde la moralidad se desdibuja.

     La polémica que rodea la revisión de estos episodios del pasado se intensifica aún más al considerar la posterior represión sufrida por los Montoneros y otros grupos revolucionarios tras el golpe de estado militar de 1976. Guerriero no elude este tema delicado, sino que lo aborda con sensibilidad y rigor periodístico a partir de sus protagonistas, empezando por la misma Labayru, que es muy crítica con su pasado violento, o con la justificación de la violencia, ofreciendo una perspectiva multifacética que desafía las narrativas simplistas y polarizadas. A través de testimonios vívidos y detallados, la autora nos sumerge en el horror y la brutalidad de aquellos años oscuros, pero también nos invita a reflexionar sobre las complejas dinámicas políticas y sociales que los alimentaron.

     Es en el tipo de crónica que desarrolla Guerriero donde encontramos la clave para iluminar hechos históricos oscuros y conflictivos como las violaciones sufridas por un buen número de secuestradas por los militares, especialmente aquellas que padecieron su cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). La autora nos transporta a ese infierno en la tierra donde la humanidad se desvanece y la crueldad alcanza límites insospechados, disfrazada de una falsa complicidad y una supuesta reeducación sobre la que vela siempre la amenaza del castigo. La memoria es, al fin y al cabo, una construcción. Está hecha de recuerdos, sí, pero también de olvidos, de silencios, de palabras nunca dichas y de verdades a medias. Y en el caso de los sobrevivientes de la ESMA, esa construcción es aún más compleja, más dolorosa, más inabarcable.

     Guerriero nos recuerda la fragilidad de la memoria y la necesidad imperiosa de dar voz a aquellos que fueron silenciados por la violencia y el terror. A través de testimonios como el de Silvia Labayru, la autora nos enfrenta a la cruda realidad de unas experiencias que, por inverosímiles que parezcan, son parte indeleble de la historia argentina. Sus palabras nos recuerdan la humanidad que yace detrás de las cifras y los relatos de horror. Guerriero nos desafía a mirar más allá de las apariencias y adentrarnos en la complejidad del ser humano, incluso en los momentos más oscuros y desgarradores de la historia, pero también en los luminosos, como el relato de la gestación y el parto de Vera, primera hija de Labayru, que ocurrió en las instalaciones mismas de la ESMA.

     En definitiva, La llamada: Un retrato es mucho más que un perfil periodístico sobre la violencia política en Argentina. Es un testimonio poderoso y conmovedor que invita a reflexionar sobre el pasado. A través de una prosa magistral, un enfoque profundamente humano, y una estructura endiablada, de continuos vaivenes en el tiempo, y a la vez muy efectiva, Leila Guerriero nos recuerda la importancia de dar voz a aquellos que fueron silenciados por la historia, y nos desafía a enfrentar las verdades incómodas que yacen en lo más profundo de nuestra memoria colectiva.

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