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Felizmente desfinanciado

 

A veces me cuesta leer de un tirón. Tropiezo con la pronunciación de simples palabras o párrafos sublimes. Ello me conduce a reiteradas frustraciones. Sin embargo, lejos de abandonar el ejemplar en cualquier recoveco de mi hogar, busco una solución definitiva. La encuentro leyendo libros de ficción y no ficción digitalizados. En seguida, abro mi tablet y me adentro en una búsqueda compulsiva.

A mediados de septiembre, por esas buenas nuevas que nos augura la literatura, hallé unos textos editados por Linkgua, sello español especializado en clásicos de la cultura hispánica. Las tapas anchas, magistralmente ilustradas y embellecidas con colores pasteles (que luego observé en su cuenta de Instagram), originaron en mí una fervorosa fascinación.

El momento gozoso se prolongó cuando hojeé las páginas de un libro titulado Relatos, de Esteban Borrero, pedagogo, médico y escritor cubano invisibilizado. En él se abordan ciertos temas que me interpelan. De inmediato, exclamé: ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Si bien pude haberlo deglutido como el púber glotón que alguna vez fui, me decanté por leer con absoluta serenidad.

Relatos está compuesto por cinco historias engalanadas de lirismo: “Calófilo”, “Cuestión de monedas”, “Machito, Pichón”; «El ciervo encantado” y “Una novelita”. “Calófilo” es un cuento extenso, asombroso, desgarrador y de corte filosófico. Aquí se retrata la testarudez del hombre y la cruda realidad cotidiana. Asimismo, se produce un tortuoso conflicto entre el ser y el deber ser. El toque fantástico lo encarna un monstruo que alecciona al personaje principal.

En “Cuestión de monedas” se aprecia la convergencia de factores psicológicos, sociales y culturales. Lo absurdo convive con elementos sobrenaturales. Apofemo, el protagonista, triunfa ante la tempestuosa adversidad que lo jaquea. Cabe remarcar que el hilo conductor con “Calófilo” es la inocencia, que, al principio, gobierna la conducta de la figura central.

La vida rural y la vida citadina protagonizan un notorio contraste en “Machito, Pichón”. Pronto, emerge un forcejeo entre la ingenuidad y la malevolencia. La falta de probidad ocasiona el quebrantamiento de la buena fe entre los personajes. El odioso cinismo, la vulgar estafa y la vil patraña no lo dejarán indiferente.

En “El ciervo encantado” erupciona el pecado capital de la codicia y la incapacidad del ser humano para armonizar los intereses contrapuestos. Sin embargo, la nota negativa es estelarizada por la demora del narrador en conducirnos a las acciones concretas. Por fortuna, ese defecto no echa a perder el brillo del cuento.

“Una novelita” cautiva a cualquier lector o lectora con la milimétrica y suspirante narración paisajística. El romanticismo es explotado hasta niveles próximos al delirio. La timidez, ese estado anímico que nos amedrenta en momentos decisivos, es auscultada a profundidad. El final resulta tan dramático como insólito.

Tras la lectura de este impresionante cuentario, no dudé en llevarme la poesía reunida de Nezahualcóyotl, “La vida parisiense», del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo; y un conjunto de ensayos del puntilloso Pedro Henríquez Ureña. Ahora me encuentro felizmente desfinanciado. ¡Bah, qué importa!

 

 

 

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