En un itinerario poético, Mercedes Alvarado (México, 1984) nos invita a recorrer un mapa personal. Pero no es un recorrido solamente de ella, puesto que su mirada no va hacia dentro sino a su entorno, que es un manojo de ciudades de distintos países, como Nueva York, Lisboa, Oslo, la Ciudad de México. Pero no es un registro de los lugares, sino un viaje a la memoria, colectiva (porque hasta la memoria particular tiene algo de colectiva), porque la poesía es atemporal:
Las Viudas
Una vez entré al mar sin decirle a nadie.
Caminé hasta el agua, en esa playa
tan llena de Pacífico como si no lo fuera
y me desvestí
apenas como una se desviste cuando sólo quiere
quitarse la ropa.
Mi madre habrá estado tejiendo
o platicando con las vecinas
o peleando con mi abuela
con esas palabras prudentes que se arrojan
a media mañana, junto al café con leche.
Me fui mojando las piernas
el pubis
el ombligo
los pechos.
Mojada hasta los hombros
me quedé
en el bikini
—creo que verde
creo que azul—
mirando a la gente seca
que se pone a mirar el mar
—tras las gafas—
sin mirarse, haciendo que miran
algo más que un montón de agua.
Mi madre habrá estado contando
que su hija viaja
‘todo lo que puede’
por no decir nomás
que su hija viaja
porque no aprendió a quedarse.
Habrá dicho cualquier cosa
—si es que hablaba de esta hija—
casi sin saber de esa playa
tan llena de Pacífico
en la que nadie me miraba
mojadísima
hasta los hombros
en el bikini
más bien grande
—creo que verde
creo que azul—.
Podría creerse que es un libro sobre viajes o de viajes. Pero no es un repaso de las ciudades visitadas, sino uno de la introspección o de la inserción del exterior, lo otro, en uno mismo y viceversa. Esto es central en la estructura y la escritura del libro, porque es una manera de ver cómo la voz poética es uno y su entorno y cómo el entorno es también ya parte de uno. En este sentido, la mirada de este libro es sumamente sensible y sabia porque se reconoce a sí misma en la experiencia vivida y su contexto, y cómo ese “habitar” en distintas latitudes termina por dialogar por mucho tiempo dentro de uno. Tras la lectura de este libro, por lo tanto, observaremos cómo el mundo ha crecido, ya no es solo el de las fronteras de los mapas, sino que se descubre en nosotros como una bitácora que nos recorrerá por mucho tiempo.
Háblanos un poco del título del libro.
Días de luz larga es un recorrido; podría leerse linealmente o no, podría tener una sola línea de tiempo o varias, podría ser el viaje hecho o el que se espera, pero al final es un libro en el que se propone un movimiento físico como una manera de -incluso un pretexto para- acercarnos a lo que se está moviendo dentro.
Además de este recorrido geográfico, que yo propongo a manera de postales que tienen una ubicación específica, para mí era importante hablar del clima, la luz y el lenguaje de cada sitio, porque son tres elementos que están muy ligados al cómo percibimos y vivimos la realidad. Muchos de los paisajes en los que sucede el libro están en Noruega, y si bien está el invierno nórdico, oscuro y silente, está también el descubrimiento de los veranos en los que la luz se va alargando en tiempo y alcance. Creo que es un libro sobre los claroscuros personales y que, en ese sentido, lo que nos queda después del viaje es siempre esa intuición de la luz -larga, que perdura- de aquello que descubrimos sin haberlo buscado.
En el libro nos acercas a distintos idiomas, con su vocabulario particular (por ejemplo, “vocho”), ¿cómo sientes esta experiencia con el lenguaje poético desde distintas lenguas?
El lenguaje es la herramienta con la que aprendemos a nombrar, pero también con la que aprehendemos y nos apropiamos de aquello que nos sucede y lo que nos rodea. En la medida en la que somos capaces de nombrar, somos capaces de explicarnos la realidad. Por eso el proceso de aprendizaje de otro idioma implica también el entender esa otra manera de ver y sentir al mundo que está ligado a la cultura, lo antropológico y lo social.
Decir ‘vocho’ tiene una implicación sociocultural en México, y quise utilizar términos y palabras en otro idioma por la carga que estos tienen en cada uno de sus contextos; es una manera de decir ‘yo veo lo que esto significa para ti, veo la diferencia que existe con lo que yo puedo nombrar, y quiero abrazar esa otra cultura a través del uso de tu lengua’.
¿Es este libro tu experiencia como migrante?
Sí, por un lado estoy abordando el sentimiento de extranjería y desapego que se da naturalmente cuando migramos y el sentimiento de pérdida que conlleva, pero también me interesaba mucho abordar el cómo se sigue haciendo vida cuando estamos físicamente en espacios distintos y que incluso podríamos considerar nuevos en nuestra geografía personal… es común escuchar que alguien ‘rehace’ la vida o que se ‘empieza de cero’, pero creo que esto es totalmente imposible y justo de esto quería hablar: no importa en dónde estemos hay un continuo, no es posible pausarnos ni reiniciarnos ni ‘resetearnos’ porque, finalmente, lo que somos y aquello que nos atormenta -igual que la esperanza o los amores- viaja siempre con nosotros, así que hay que redescubrir y reaprender manera distintas de ir haciendo vida, pero es siempre un continuo. En ese sentido, creo que el migrante tiene mayor conciencia de su ser individual como un continuo que se va moviendo de sitio y que forma parte de una colectividad, aunque, claro, se vive siempre desde lo personal.
Escribir poesía desde elementos cotidianos de distintos lugares, nos obliga a repensar la pertenencia a un país o a un territorio, ¿cómo se ve a sí misma Mercedes Alvarado después de escribir este libro y las vivencias que aquí implican?
Aquí quiero regresar al continuo del que hablaba antes… pasa que, cuando una se mueve físicamente de sitio y todo parece distinto y nuevo, nuestra percepción de la realidad cambia y necesita reajustarse a ese contexto en el que los días están sucediendo. En ese punto, ¿qué nos mantiene en quiénes somos? Yo te diría que lo cotidiano. Lo más inmediato, lo de diario, lo que pudiera juzgarse a simple vista como actos ‘pequeños’ o ‘insignificantes’ es lo verdaderamente importante y lo que nos conforma como quienes somos: es decir, el cómo hacemos la vida desde lo más sencillo y cotidiano es el ancla que nos une con la realidad social y colectiva en que estamos insertos.
Fíjate bien y te darás cuenta que frente a la ausencia y el desapego, lo que una extraña más no son los ‘grandes acontecimientos’ sino la posibilidad de compartir la vida de diario con alguien, las callecitas que caminabas diario, las costumbres domésticas… y he ahí: somos lo que hacemos, cómo, dónde y con quién lo hacemos. Y también, siempre, lo que hicimos porque no es posible borrar lo de ayer y esto siempre definirá y filtrará los días que vendrán.
¿Sientes distinto tu libro cuando lo lees intercalado con los dibujos? ¿Cómo fue trabajar en este concepto?
Yo tenía claro, desde el principio, que quería un libro en el que hubiera elementos visuales porque era otra manera de redibujar y resignificar los lugares. Creo que en el libro hay un tono narrativo, no es sólo contarte cómo es este sitio sino qué ha sucedido aquí, que es mi manera personal de re-trazar – desde el lenguaje – estas latitudes.
Lo platiqué así con Emiliano Becerril, editor de Elefanta Editorial, y le gustó la idea. Exploramos juntos las posibilidades, desde dónde, cómo… trabajamos de la mano con Jorge Brozon, que es quien realizó las ilustraciones y al final me gustó mucho que Jorge caminó estos sitios a partir de la lectura y él creó su propia imagen y trazo de estas ciudades.
Más allá de los viajes que suponen tus poemas, ¿escribir este mapa poético es una forma de “conocer el mundo” para ti? (a propósito del verso con el que inicia uno de los poemas finales del libro).
Todos establecemos relaciones con las ciudades por donde cruzamos y en las que hacemos vida, a veces somos más conscientes de esto y a veces menos. Estos puntos específicos que se dan como una geografía particular, estas ciudades, son -para mí, en este libro- sitios en los que sucedieron cosas que las definieron, le dieron personalidad, ritmo, sonidos y hasta te diría que estructuras… es decir, cada ciudad es la suma de la historia que ahí sucedió, y eso tiene una influencia en quiénes somos sus habitantes; pero también el cómo somos quienes las habitamos, las historias personales y la vida individual de cada uno de nosotros incide en la vida colectiva y esa colectividad construye, reconstruye, redefine a las ciudades.
“Conocer el mundo” es una generalización y una imposibilidad; si acaso conoceremos la vida de un barrio, lo que ha sucedido en una ciudad en un momento determinado, las particularidades de una calle… lo que sí podemos es reconocer es nuestra relación con esos lugares a partir de la significación que le damos desde lo personal, al vivirlos y caminarlos, ahí es donde la ciudad se hace propia.
Conforme viajas, observas de una manera muy profunda; en un poema hablas, por ejemplo, del hiyab. ¿Qué es viajar/recorrer el mundo para las mujeres?
Hay un montón de mujeres diferentes en las páginas del libro. Quería decir que aquí estamos, en cualquier latitud, y que tenemos formas diversas de mirar, caminar y hacer vida. Particularmente en el poema al que te refieres, Karl Johans gate, hay un desfile de personajes femeninos y cada una de ellas tiene su particular manera de hacerle frente a un día de otoño con lluvia. Esa lluvia nos alcanzó a todas, cada cual la vivió desde una perspectiva diferente, pero al final estamos todas ahí, haciendo vida.
Si, además de tu libro, pudieras decirle algo a los lectores de Días de luz larga, ¿qué sería? ¿Cómo será este año para ti?
Creo que el reto ahora, independientemente del cambio de año, es entender que la realidad social ha cambiado, nuestras maneras de establecer y mantener relaciones interpersonales ya no son las mismas y que deberemos esforzarnos más por sostener esos vínculos afectivos sin el contacto físico y personal al que estamos acostumbrados.
Es muy fácil perder de vista la colectividad porque hemos tenido que acortar nuestros círculos sociales y tenemos la sensación de estar en una pausa en la que sólo estamos atendiendo lo esencial y lo inmediato; sin embargo, ahora es justamente cuando tenemos que ser más conscientes de que formamos parte de lo colectivo y de que sólo asumiendo nuestra responsabilidad moral y emocional con los otros es que vamos a lograr sobrellevar y sobrevivir a esta situación. Ahora es cuando hay que apostarle al comercio del barrio, al consumo local, ayudar al vecino, mantenernos en contacto con los que viven solos, cuidar a los que pueden menos, apoyar a los que han perdido más, etc… si no hacemos todos un esfuerzo por los prójimos a nuestro alrededor y nos quedamos en ‘lo que es cómodo para mí, ahora’, no vamos a lograrlo.
Mercedes Alvarado (México, 1984). Autora de Días de luz larga (Elefanta, 2020) y Apuntes de algún tiempo (Verso Destierro, 2013). En 2017 escribió y produjo Y hasta la muerte amar, proyecto de poesía con ilustración y música. Ha producido dos cortometrajes de poesía animada. Parte de su trabajo se ha publicado en México, USA, España, Portugal y Noruega. Su trabajo poético se ha presentado en espectáculos escénicos en Noruega, Suecia, Indonesia y México.