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Entrevista a León Plascencia Ñol

Esta es una novela que se desarrolla en Argentina, en Buenos Aires. Un pintor y artista conceptual mexicano nos muestra su diario de notas, en donde vemos su relación con el arte, la vida, su pareja. Lo que mueve a Fuzzaro, el personaje principal y a Hye, su pareja, es el placer, el placer virtuoso, la posibilidad de llevar el placer a la belleza y no solamente a la culminación del acto, cualquiera que busque saciar a la belleza. Ella es diseñadora de modas. Todo lo que acontece fuera de la relación no es importante, o es importante en tanto que gira alrededor de sentir la vida, incluso si viene cargado con el nihilismo de los tiempos y la mirada de alguien que debe sobrellevar lapsos de insomnio. Estamos ante un registro de Fuzzaro de sus días en Buenos Aires, un bloc de notas cronológico y un anecdotario que nos devela con gran sinceridad los pensamientos del artista y nos hace sentir como si nosotros los lectores también lo pensáramos. Escribir en primera persona nos orilla a ser y sentir como el personaje, y eso lo logra muy bien el autor:

“El mundo es un cambio de casa constante […] Avanzo a ciegas a partir de la memoria, reconstruyo, invento, modifico. Pienso en escenas breves, en pequeñas historias de un mosaico múltiple. Me quedo en el borde, en las astillas. Al reconstruir nuestra vida de este mes, todo queda sesgado. Avanzo a tientas. La prosa es un murmullo. ¿Cuánto hay de verdad en lo que se cuenta? […] Escribir en presente es una falacia, los hechos no están ocurriendo. Hay un problema gramatical. Escribir en presente es mentir. Se sucede siempre en el pasado”.

Pero a la par de estas reflexiones, también leemos la historia de su vida intelectual y la vida de la pareja. Hye tiene otra pareja en Seúl, Emile, una relación anterior a la relación que inició con Fuzzaro. Los tres están de acuerdo, o acaso los dos hombres están de acuerdo en las decisiones de Hye en torno a sus amoríos. Cuando un accidente deja muy grave a Emile, Hye tiene que viajar de emergencia hasta Seúl. Fuzzaro no la acompaña y entramos aquí a una historia en donde vemos cómo la relación se va distanciando más allá de las obvias distancias geográficas. En realidad, acudimos acaso a esa honestidad de cómo nos contamos la vida.

“Son las cuatro de la mañana. Supongo que es mi insomnio, mi imposibilidad de entender el mundo que me rodea. O debe ser la llamada de Hye, donde me informa que Emile sigue igual, que no hay avances. Que los médicos seguirán con los estudios. Que no soporta verlo lleno de tubos. Que cree que Emile la reconoce cuando le habla. Que ella está arreglando todas las cosas de la empresa y que además tiene que lidiar todo lo relacionado con su nueva colección.

Deseo que Emile no se recupere pero no lo digo. Quiero que Hye esté acá pero lo callo. No quiero hacer reales mis pensamientos”.

En esta novela las relaciones no entran (y se agradece) en una dinámica Foucaltiana, donde el poder y la sexualidad ejercen el poder de una hacia otro. Sino que es la experiencia misma de vivir, sentir, llegar a un estado sensorial en donde el cuerpo se depura del mundo, de la dinámicas y conceptos externos que rigen a la sociedad. León Plascencia Ñol nos ofrece una narrativa inteligente, sentida, honesta. Una historia en la que alcanzamos a ver las inquietudes que el autor ha trabajado ya también como poeta en obras anteriores. Incluso su más reciente libro Animales extranjeros (Editorial Era 2021).

 

Hay un playlist en Spotify para acompañar la lectura de La música del fin del mundo. ¿Qué papel juega la música en tu día a día y en tu proceso creativo?

La música es importantísima en mi vida diaria. La escucho para escribir, para cocinar, para conducir un auto, para los momentos solitarios del viaje, de algunos viajes; incluso en algún momento la escuché para dormir, ya que soy insomne.

Cuando intento escribir, busco música que me funcione, ya sea para entrar en un estado meditativo –puede ser Bach–, o para encontrar cierto ritmo que estoy buscando –puede ser el jazz, ciertos músicos de jazz–. Cuando pinto, necesito en cambio otro movimiento, otra sensación: música colombiana –salsa caleña, porro, currulao, cumbia-, brasileña –Buarque, Caetano, Calcanhotto, Veloso, et al– y toda su complejidad y extensión, boleros –Celio González, Bienvenido Granda, Daniel Santos, La Lupe y muchos, muchísimos más–, tango –Goyeneche, Adriana Varela, Lidia Borda, Rinaldi–, salsa niuyorican, rock, un poco de todo. Me gusta aventurarme y descubrir nuevas músicas. Ahora, por ejemplo, descubrí a un grupo de mujeres talentosísimas muy jóvenes: Acus, Kali Uchis, Lido Pimienta, y estoy maravillado con ellas.

Más allá del detalle de acompañar el libro con tu playlist, lo utilizas como un recurso artístico.

Así es. Me gusta explorar distintos  niveles y expresiones. La novela la quise imaginar como un largometraje con sus posibilidades de tensión gracias a la música. Tengo muy presente un trabajo que hice cuando estaba en la escuela de cine, me tocó analizar una escena de una película de Scorsese, ahí me di cuenta de la fuerte expresividad de la música como acompañamiento y tensión. La escena era una del pintor Lionel Dobbie (interpretado por Nick Nolte) mientras está pintando abstraído y se escucha A Whiter Shade of Pale de Procul Harum. Soy un cineasta frustrado. Me hubiera gustado dirigir una película en donde la música fuera el centro.

Como poeta, en la novela se ve la importancia que le das al lenguaje, pero además vemos ciertas descripciones de la realidad, ¿te interesa también retratar cierto “estado de la cuestión” en cuanto a lo social/político?

Me interesa el lenguaje ante todo –todo lenguaje es político– y encontrar su ritmo latente, secreto, ambiguo.

Aunque ya has trabajado la narrativa, esta es tu primera novela, ¿fue difícil mantener al poeta a raya para trazar esta historia?

Me cuesta mucho pensar en la división de géneros. Aunque sé que cada uno tiene sus reglas específicas, me gusta pensar que lo que escribo o pinto o cocino o fotografío o edito, por mencionar varios de mis intereses, está atravesado por la respiración poética. Para mí, como dicen los orientales, todo está en todo.

Incluyes versos entre la narrativa y narras poéticamente incluso capítulos enteros. ¿Este fue tu plan desde que empezaste a estructurar la novela o fuiste acercándote a este recurso conforme avanzabas en la escritura?

El plan de la novela era uno muy cercano a como quedó al final en la edición. Como te mencioné en la otra pregunta, no pienso en géneros. Me gusta algo anfibio, algo que tenga múltiples apariencias. Creo en la densidad del lenguaje, en la tensión de ese lenguaje, en sus quiebres. Nunca pensé que algunas líneas tendrían que ser versos, como dices, simplemente busqué ciertos ritmos, cierta respiración. En la última sección del libro hay algunos capítulos que parecen estar escritos en verso pero no es así. Ahí hay un planteamiento conceptual. Quiero decir, conforme se va contando la historia de Fuzzaro, el personaje principal, le van sucediendo un montón de cosas, entre ellas, él entra en una espiral de enfermedad, ansiedad, drogas, etc., y de alguna manera va desapareciendo, va desapareciendo lo que es, por eso mismo la prosa con la que se está contando la historia, comienza a desintegrase también y se fractura y se rompa y hace que en la página parezca que son versos. A lo largo de toda la novela me preocupé mucho por el ritmo, por crear tensión, porque funcionara con el temperamento y las emociones del personaje.

Cuéntanos un poco sobre el personaje principal, Fuzzaro, cómo fuiste armándolo desde su nombre hasta sus ideas, ¿Podríamos catalogarlo como un alter ego? (por aquello de que “toda obra es autobiográfica”).

Fuzzaro tiene su origen en otra novela –inconclusa– que estaba escribiendo durante mi primera estancia en Seúl, en 2007. El nombre vino solo, sin pensarlo, como un homenaje a Maqroll el Gaviero, personaje entrañable de Álvaro Mutis, un escritor muy querido por mí en mi juventud. Te decía que al estar escribiendo esta novela de un fotógrafo, quizá oocidental, quizá latinoamericano, que vive en Seúl y en Kioto y Tokio, empecé a explorar una serie de elementos que me importan en mi trabajo: el deseo, el sexo, los viajes, el arte, etc., y escribí como 150 páginas de la novela al tiempo que estaba escribiendo también un libro que apareció publicado un par de años después y que se llama Seúl es una esquina blanca. Mi novela inconclusa terminó por fastidiarme y la dejé guardada. Al volver a México, y por circunstancias que no vale la pena mencionar acá, le comenté a Julián Herbert lo que había pasado con ella y él me dijo que también a él le había pasado algo similiar con una que estaba escribiendo. Un poco en broma, un poco en serio, le dije que me mandara lo que tuviera y que podríamos armar, quizá, un libro. De ahí salió Tratado sobre la infidelidad, un libro de cuentos. Yo rescaté de mi novela tres capítulos y a Fuzzaro.

Mi personaje por supuesto que tiene algunos rasgos míos pero no sé sí lo llamaría un alter ego. Tiene un gusto similar por los viajes y por el arte, aunque no siempre estamos de acuerdo.

¿Qué conexiones encuentras entre el arte, el deseo y el placer en tu novela?

Todas las conexiones posibles, ja.

En tu novela el sexo juega un papel muy importante, pero tu manera de abordarlo es muy interesante, ¿podrías contarnos al respecto?

Pensé en la idea del sexo como purificación. Quise seguir la estela de ciertos pensamientos occidentales y orientales. Por ejemplo, lo planteado con Bataille, o, por otro lado, Nagisa ?shima, dos autores que también fueron importantes en mi juventud. También me interesaron ciertas miradas del misticismo. Había un grupo de jesuitas (¿sí eran jesuitas?) y de laicos que se reunían para realizar actividades que llamaron “Gesu Novo”: se encerraban en templos y en la oscuridad ayuntaban (para usar una palabreja que les gusta a los católicos) unos contra otros en una orgía perpetua hasta que los descubrieron. Intentaban lo propuesto por los místicos: salir de sí para encontrarse en un punto con Dios. Eso es lo que quise plantear en la novela, una purificación, y, de alguna manera, una redención.

Tienes un capítulo que es una lista de recuerdos, a la manera de Joe Brainard y Perec. ¿Fue esto un homenaje a los autores mencionados?

Sí, desde luego es un homenaje a ambos. Primero conocí los textos de Perec, que aparecieron hace muchos años en una revista de poesía que se publicaba en Argentina; luego leí lo de Brainard.

Hablando ahora sobre León, cuéntanos un poco sobre tus talleres de escritura y sobre Nox, Escuela de Escritura Creativa.

Desde siempre me ha gustado dar clases. Me permite aprender mucho y me permite estar con las antenas alertas para ver lo que está pasando en el mundo. Por mis clases ha pasado gente muy talentosa a la que admiro mucho.

En relación a Nox Escuela de escritura creativa, te puedo decir que su antecedente está en una escuela para escritores que tuve en Guadalajara a principios de los dosmiles y que buscaba ser una escuela incluyente e integral, es decir, un espacio donde los alumnos pudieran aprender las herramientas básicas de la escritura pero también pudieran acercarse a otras áreas artísticas. Las clases eran muy libres. Los profesores eran, a parte de escritores, fotógrafos, cineastas, escultores, arquitectos, bailarines, músicos, pintores, etc. Ahora, durante la cuarentena y por insistencia de amigos, volví a rescatar el proyecto y fundamos Nox en colaboración con la Universidad Veracruzana. Iniciamos con laboratorios virtuales de creación y tenemos la idea de que a mediano plazo arranquemos con un diplomado y una maestría. Me interesa mucho formar escritores con una mirada diversa, que sus conocimientos sean plurales.

Sabemos que eres un artista de varias disciplinas, ¿qué viene para ti en este año que empieza?

Recién acabo de terminar una serie de dibujos para una próxima exposición. También hay planes de trabajar algo en conjunto con otros artistas. Quiero hacer, también, una serie de libros de artista, y, por último, un libro con mis fotografías intervenidas. Vamos a ver para qué alcanza ya que hay varias cosas en puerta.

 

León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco, 1968) es poeta, narrador y editor. Dirige filodecaballos editores. Fue director de la revista literaria Parque nandino. Ha sido becario del FONCA en dos periodos, y ha disfrutado de residencias artísticas otorgadas por el Ministerio de Cultura colombiano (2004) y el Instituto de Traducción de Literatura Coreana (2007). Ha obtenido, entre otros, los premios Álvaro Mutis (México-Colombia) 1996, Nacional de Poesía Amado Nervo 1996, Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura 2001, Nacional de Literatura Gilberto Owen 2005, Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2008, Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para obra publicada 2010, Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2016. Algunos de sus libros son Enjambres (1998), El árbol de la orilla (Canadá-México, 2003), Apuntes de un anatomista de ciudades (2006), Zoom (México 2006, República Dominicana 2010), Seúl es una esquina blanca (2009), Tratado sobre la infidelidad (2010) y Satori (2012). Animales extranjeros (Editorial Era 2021) obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2019. Es Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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