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Entrevista a André Aciman, autor de Llámame por tu nombre, Lejos de Egipto y Homo Irrealis  (entre muchas)

Conocí a André Aciman en las oficinas de Random House en Santiago de Chile. No me lo imaginaba de tan baja estatura y me saludó con una sonrisa. Venía llegando de un almuerzo donde probó el pisco sour. Si venido a Chile fue maratónica invitado a participar en ….. La identidad de André Aciman es compleja porque si bien nació en Alejandria, Egipto a los catorce años su familia se debió exiliar en Roma. No tenían pasaporte egipcio porque su familia era judía sefardita por lo que pertenecían otra categoría de ciudadanos, la de las comunidades extranjeras egiptizadas (mutamassirum). Pero tras la guerra entre Israel y Egipto en 1956, conocido como el conflicto del Canal de Suez, el antisemitismo fue insostenible y los Aciman volaronen 1965  a Italia como refugiados y el padre a París. En 1968, tan solo tres años más tarde de llegar a Italia, se establecieron en Estados Unidos.

En su casa paterna hablaban francés, estaban altamente identificados con Francia. También árabe, griego y ladino. La madre de André Aciman era sorda lo que sin duda ha marcado hasta hoy la narrativa de André Aciman. ¿Cómo plasmar el silencio en las palabras? ¿Se puede vibrar con la música en este silencio vasto?

Lo entrevisté para el podcast Espiral y me contó que ella hablaba francés, pero solo con los labios. Una lengua de bisílabos, monosílabos, muy precaria. Su padre, Henri Aciman, tenía una fábrica de tejidos. Era muy culto y lector, a él le debe su pasión por Marcel Proust del que se ha hecho especialista. No solo lo ha leído innumerables veces, sino que ha dictado cursos sobre él en Bard College y ha traducido su obra. Es doctor en Literatura Comparada de la Universidad de Harvard, También fue profesor de literatura comparada y creativa en las universidades de Princeton y Bard College, hoy en el Graduate Center de la Ciudad de Nueva York. Es un escritor inseguro, ama la música y la figura materna lo marcó para bien o para mal, al igual que su padre.

Su primer libro lo publicó en 1995, son sus memorias, Lejos de  Egipto (1995, Libros del Asteroide) y doce años más tarde, publicó su primera novela  Llámame por tu nombre (Alfaguara),  un éxito mundial  y luego siguió publicando muchísimo como Ocho noches blancas (Lumen), Harvard Square (Alfaguara), entre otras y este año un libro de ensayos que de verdad es precioso, Homo irrealis, también por Alfaguara.

El único judaísmo que conoce André Aciman es el de Nueva York, porque en Egipto vivía una vida en que confesar ser judío era peligroso. Su padre odiaba la religión y lo que se practicaba venía por parte de sus abuelos. A este autor no le gustan las fiestas, los eventos multitudinarios y no asiste a matrimonios o cualquier cosa en que haya algo más de veinte personas. Aunque tuvo que hacer una excepción con su hijo que se casó en septiembre. Es un escritor tranquilo, que le gusta escribir en su casa donde hay mucha luz, disfruta enseñando y está escribiendo la segunda parte de Lejos de Egipto, donde contará sus vivencias como exiliado en Roma.

 

Este es un extracto de la conversación que sostuvimos en septiembre del 2023.

 

KC: ¿Qué es para ti el judaísmo?

AA: Oh, no tengo ni idea. El único judaísmo que conozco es el que he encontrado en la ciudad de Nueva York. Porque antes de eso, el judaísmo era algo que uno escondía. Uno no lo proclamaba, porque, por supuesto, en un país antisemita uno no tiene que ser muy inteligente para darse cuenta de que uno tiene que ocultar su judaísmo, por lo tanto, lo oculté. Y a medida que creces ocultando tu propia identidad, te conviertes en un hostil de la verdadera identidad de la que debes estar orgulloso. No me voy a culpar por haber nacido en Egipto, en un país antisemita, por ser antirreligioso o antijudío. No soy un judío que se odia a sí mismo, pero al mismo tiempo descubrí el judaísmo como una filosofía de la vida.

 

KC: Eso es interesante. ¿Y qué descubriste en Nueva York?

AA: Bueno, no eran los rituales que me gustaban, porque odio los rituales, y creo que lo he dejado bastante claro. Lo que descubrí en Nueva York fue que por primera vez en mi vida encontré que estaba bien ser judío y decirle a la gente que eres judío. Y soy judío no hay dudas sobre eso pero al mismo tiempo, nunca he sido capaz de decir eso a la gente. De repente, en Nueva York, no solo era aceptado, sino que también se alentaba a decir que eres judío porque descubrías que otras personas son judíos. Una de las cosas que he notado cuando trato con mis amigos de Europa, es que nunca me dicen directamente que son judíos, les toma algunas semanas, a veces meses, para que finalmente me digan que también son judíos. Así que hay una especie de reluctancia allí. Pero en Nueva York, lo que descubrí sobre el judaísmo, y es un judaísmo muy callejero, no es el judaísmo rabínico el que me interesaba, es que había un sentido de ironía, y lo mencioné antes, un sentido de ironía sobre ser judío que nunca había visto antes. Y, por supuesto, apoya mi propio sentido de que soy un judío que la pelea. No quiero ser judío, pero soy judío, por lo tanto, tengo que abrazarlo. Pero esa contradicción, esa paradoja de querer no abrazarse al judaísmo y, sin embargo, ser judío, esa paradoja, de hecho, define el tipo de judaísmo al que adhiero.

Y, al final, creo que si miras a todos nuestros profetas y a todos los grandes nombres en el judaísmo, en la Biblia en especial, ninguno de ellos le gustaba ser judío. Ninguno de ellos, incluso, le gustaba Dios o le gustaba la llamada de ser profeta. Así que había una especie de resistencia inherente de ser judío en el judaísmo. Y creo que este tipo de judaísmo es el tipo que puedo experimentar y es el tipo al que me adhiero.

 

KC: ¿Crees que tu familia tuvo un papel en esto o solo Egipto?

AA: Mi familia tuvo un papel en ello. Mi padre celebró navidad. Nosotros celebramos navidad en casa. Él no celebró Janucá, que es una fiesta judía que descubrí en América. Ni siquiera había escuchado de Janucá.

 

KC: ¿En serio?

AA: Sí. Así que eso fue totalmente diferente para mí. Pero mi padre era un hombre que odiaba la religión, y que abominaba la religión, como yo. Sin ser vicioso en este sentido, solo que no pensaba en ello y se rehúso pensar en ello. Así que me preguntó un día ¿Quieres tener un bar mitzvá?. Y yo le dije, no. Él me dijo, bien. Y ese fue el final de eso. Él me preguntaba, de una manera profunda manera, si quería ser judío o no. Y yo le dije, no.

 

KC: ¿Y tienes una vida espiritual?

AA: Sí. Una vida espiritual puede existir fuera de la religión.

 

KC: Por eso te lo pregunto.

AA: Sí, absolutamente, tengo una vida espiritual, pero es una vida espiritual muy primitiva. Mucho de esto tiene que ver con el arte, en otras palabras, mi compromiso con el arte es visceral y es inherente a quien soy. Al mismo tiempo, también soy muy supersticioso, que es una forma de religión primitiva. Soy muy supersticioso y creo que uno tiene que jugar con Dios, si hay un Dios, y pacificarlo y placarlo, si uno puede.

 

KC:  Dijiste sobre tu madre: «Ella no podía escuchar sus risas pero las leí en sus caras. Le debo este lenguaje a mi madre no a los libros que leí o estudié, sino a mi madre, quien no tenía fe en eso, ni mucho talento o paciencia con las palabras. La sordera fue un estigma. Voy a citar ahora un párrafo de Lejos de Egipto: «Cuánto envidio a otros hijos por tener madres…»

KC: ¿Te acuerdas?

AA: Sí, por supuesto.

 

KC: «Por tener madres diferentes de mí, madres dulces, madres que escuchan la respuesta del teléfono, abrieron la puerta y siempre comentaban algo agradable sobre tus ropas, o sobre el clima, o sobre un filme que todos vieron». Estaba pensando, o quizás intentando encontrar un enlace entre esta sordera, este silencio permanente y tu trabajo ¿Hay alguna conexión entre tu trabajo, que es escribir, escribir en silencio, leer en silencio, y tu madre?

AA: Sí, hay mucho.

 

KC: No es tan loco.

AA: No, en lo absoluto. Tienes que entender que mi madre intentó leer algunas de las cosas que escribí y dijo, esto es demasiado complicado, vas de vuelta en el pasado y en el presente, no puedo leer esto. Pero ella leía mis ensayos y le gustaban. La lengua de mi madre no era solo primitiva, ella hablaba, hablaba francés, porque era sorda, pero había aprendido a hablar y podía leer tus labios. Su lengua era fundamentalmente, una lengua de personas sordas. En otras palabras, estaba hecha de monosílabos, de bisílabos, y de palabras que ni siquiera existían, eran solo sonidos, sonidos guturales. Y esa es fundamentalmente la lengua que entiendo. Hablo italiano, hablo francés, hablo inglés, escribo en inglés, soy un escritor bastante decente en inglés, pero la lengua fundamental de mi corazón, de la que ya no hablo, porque mi madre está muerta, es la lengua con la que hablé con mi madre, que era la lengua de sonidos, solo sonidos.

 

KC: ¿Eso viene de tu padre? Bueno, tu madre bailaba, pero ¿Cómo integras la escritura con la música?

AA: Bueno, mi padre me fomentó un escritor en particular, de todos los escritores que me fomentó a leer, y él era extremadamente buen lector, me dijo que debía leer a Proust y yo lo pospuse porque sabía que él me iba a hablar de inmediato. Y a los dieciséis, diecisiete años comencé a leer a Proust y me di cuenta, por supuesto, que las frases eran extremadamente musicales, por lo que quería complacer a mi padre escribiendo prosas musicales. Pero no creo que fue solo para complacerlo, fue porque creo que estaba atrapado en prosas musicales. Y, por lo tanto, cuando descubrí a Virginia Woolf, dije, “oh, esto son prosas musicales”, cuando descubrí a James Joyce, dije, eso también son prosas musicales. Y, por lo tanto, esta fue una inclinación que me llevó a conocer a otros escritores. Volviendo a mi madre, la música es un modo de confirmar que no tengo nada que ver con mi madre. En otras palabras, es porque ella no podía entender la música, ella no tenía ni idea de lo que era la música y, por lo tanto, a veces me preguntaba ¿Qué es lo que escuchas cuando escuchas a Beethoven? Y le decía, mamá, no sé cómo explicarlo a ti, y lo intenté porque la amaba, intentaba mostrarle algo sobre el ritmo y el golpeteo.

 

KC: ¿Cuál de todos tus libros es como tu bebé, del que estás realmente orgulloso?

AA: No es Llámame por tu nombre. Es un libro que escribí con mucha dificultad porque tuve que excavarlo fuera de mí, así que me llevó un tiempo escribirlo, tardé un año y medio en escribirlo. Se titula Ocho noches blancas y nadie lo lee porque es, en cierto modo, tan turbio y es un libro difícil. Es, básicamente, un libro que no va a ninguna parte, porque trata de un joven que conoce a una mujer en una fiesta y está claro que tienen que acostarse.

 

KC: Así que si eres así de inseguro. Debe ser muy difícil escribir y estar seguro de que escribes algo bueno.

AA: No, nunca lo estás, claro que no.

KC:¿Entonces necesitas una tercera persona?

AA: Sí, necesito una persona que me diga, sabes qué, esto es condenadamente bueno. Yo digo, no, estás equivocado, simplemente no lo entiendes. No, es muy bueno. Y en ese momento, puedo empezar a aceptarme a mí mismo y aceptar el hecho de que he escrito este libro. Pero todo lo que escribo, lo escribo con la certeza de que será un fracaso.

 

Si quieres leer la entrevista completa o escucharla, o conocer más de Karen Codner, visita la página web www.karencodner.com

 

 

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