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El Viaje Fantástico de Raquel Welch

La culpa la tuvo un bikini. De supuesta moda prehistórica, con varios tonos marrón y fabricado en piel, para ser más preciso. No sería el primer traje de baño ni el último en la carrera de Raquel Welch, pero gracias a este modelito, ella alcanzaría el estrellato internacional y un puesto garantizado dentro de la cultura popular.

     Welch portó esa indumentaria al interpretar a Loana en la película británica de 1966 One Million Years B.C., producida por los estudios Hammer, famosos por sus cintas de horror. Incluso más que el filme, fue el afiche de promoción, con una imagen de Welch desafiante en ese bikini y la melena teñida de rubio, lo que catapultó inesperadamente a la joven actriz en ascenso a una fama descomunal.

     Fama que fungió como jaula dorada, abriéndole puertas a exitosos largometrajes en las décadas de los 60 y 70, pero que a la vez le denegó oportunidades por el resto de su vida. Símbolo sexual como pocos, la nueva sirena que siguió a Marilyn Monroe, Welch rehusó hacer desnudos en pantalla, aún mientras sabía que su físico era lo que la había hecho despuntar.

     Lo interesante es que Welch nunca se mostró amargada y resentida ante ello. Hasta guardó como recuerdo uno de sus bikinis trogloditas. Mantuvo un sentido del humor que rara vez Hollywood supo aprovechar.

Raquel Jurásica

     One Million Years B.C. fue una de esas películas que vi cuando niño y que nunca olvidé, despreocupado por la disparatada noción de que cavernícolas habían convivido con dinosaurios y otras criaturas prehistóricas (millones de años los separaban), maravillado en vez por las creaciones del genio de la técnica de animación stop motion, Ray Harryhausen.

     Harryhausen hasta había dicho que la cinta, rodada en Islas Canarias en 1965, no era para profesores, sino para divertirse.

     El otro filme alucinante de Welch que también saldría en 1966, Fantastic Voyage (20th Century Fox) fue el que marcó su primer papel de envergadura en el cine. En esta ocasión, ella interpretaba a un miembro de un equipo médico que había sido miniaturizado para entrar al cuerpo de un científico en riesgo de muerte y salvarle la vida. Es un clásico del cine de ciencia ficción.

     En 1970, Welch se arriesgó a interpretar a un personaje transgénero en Myra Breckinridge, versión en pantalla de la novela homónima de Gore Vidal. La película fue un desastre, pero mostró que ella tenía más que ofrecer que su escote.

     De esa década de apogeo para Welch me encantaron sus cintas The Last of Sheila, The Three Musketeers y The Four Musketeers, todas con repartos estelares y buena acogida. Pero al terminar esa época, Hollywood le puso fecha de expiración.

En picada y en alza

     Su situación laboral se deterioró al ser despedida en 1981 del filme Cannery Row por considerársele “vieja” ya a los 40 años. Los estudios MGM la reemplazaron con una actriz mucho más joven que ella en ese momento, Debra Winger. Welch demandó a la compañía y ganó, pero durante años vio cómo las ofertas en el cine no llegaban.

     Para Welch, una oportunidad perdida fue cuando en 1982 se le consideró para el papel de Alexis Carrington en una nueva teleserie nocturna, Dynasty. El papel se lo llevó la actriz inglesa Joan Collins, quien al hacer de villana en el famoso dramón revigorizó su carrera.

     Welch no se dio por vencida. Se reinventó en la tele, el teatro, las industrias del ejercicio y la belleza y hasta en el canto.

     Irónicamente, al Welch entrar en sus 60 y con una carrera fílmica que había quedado relegada para dedicarse a su labor de empresaria con una compañía de pelucas, la artista comenzó a aprender español, abrazó su herencia hispana y entró en una nueva etapa creativa con papeles de mujer latina en las películas Tortilla Soup (2001) y How to Be a Latin Lover (2017) y la serie de TV American Family (2002). En 2001, fue premiada con el Imagen Foundation Lifetime Achievement Award, que honra las contribuciones de los Latinos a la industria del entretenimiento. Su etnicidad no había sido lo que la había encasillado. Había sido su belleza.

     Pero como Rita Hayworth y tantos otros artistas del viejo Hollywood, los nombres étnicos, los acentos, los orígenes, eran armas de doble filo. Al emigrar a los Estados Unidos, el padre de Welch, Armando Carlos Tejada Urquizo, le prohibió aprender español, considerando que sólo en la asimilación encontraría el éxito.

Ancestros bolivianos

     Tejada Urquizo era un ingeniero oriundo de La Paz, Bolivia, que contrajo matrimonio con la estadounidense Josephine Sarah Hall. Primer fruto de esa relación fue Jo Raquel Tejada, o la futura Raquel Welch. Por sus lazos familiares bolivianos, Welch tenía por prima a Lidia Gueiler Tejada, la primera mujer en llegar a la Presidencia de Bolivia, en 1979.

     En 2002, Welch viajó a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, para participar en un festival de cine, y allí fue homenajeada y se encontró con familiares. «Siempre había existido en mi corazón la intención de venir y ahora que vine estoy feliz», expresó a los medios en aquella ocasión.

     Welch, nacida en Chicago y criada en California, nunca fue vociferante en su política. Se describía conservadora. En 1967 viajó a Vietnam junto al comediante Bob Hope y otros artistas para entretener a las fuerzas armadas estadounidenses. En los últimos dos años de su vida, Welch estuvo apartada de Hollywood, contenta de estar en su casa, según dijo.

     La muerte de Welch este 15 de febrero me provocó esa extraña sensación de pesar y melancolía que puede aflorar en uno cuando fallece una celebridad. Aunque trabajé como periodista de entretenimiento durante más de dos décadas, nunca se me dio el momento de entrevistarla. Como no la conocía en persona, reflexioné por mi reacción ante su deceso, el cual se informó, provino tras una corta enfermedad.

     Y me di cuenta de que, al dejar de existir Raquel Welch, nacida un 5 de septiembre al igual que yo, se cerraba así otro capítulo de mi niñez y juventud, recordándome una vez más mi propia mortalidad. Que de ese final nadie se salva. Raquel Welch no habrá tenido la carrera que tal vez merecía, pero vivió la vida sin lamentos, a su manera, y de paso, entreteniendo a muchos de manera colosal. Dejó la huella que ya quisiera un dinosaurio.

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