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El símbolo desnudo de la dignidad venezolana

desnudos por la democracia

No sé cómo empezar a hablar de desnudez. Hablar en bola no es lo mismo que hablar con ropa puesta. Una avalancha de ideas e imágenes me atropellan y pujan por salir a tomar prominencia en el escrito, a robar cámara, a sentarse en primera fila, a decir “¡yo estoy aquí!”; en fin, a confundir más que a aclarar. Pero una voz salvavidas me llega de repente de no sé dónde: “remítete al título” me dice, y yo obedezco.

Pues bien, mis amigos, pareciera que estamos entrando en un terreno movedizo sembrado de signos, señales, íconos y símbolos, cuando se trata de comunicar nuestras emociones y sentires, nuestras falencias y pesares, nuestra rabia o nuestro descontento y hasta el deseo y la intención más cara y diáfana de expresar un contundente  ¡basta ya! o un “¡ya está bueno ya!” a cualquier situación límite que nos ahogue.

En todo caso, el desnudo es como un símbolo que recupera la esencia de la persona, que la lanza a su condición primigenia con toda la potencia del animal bueno y noble que llevamos dentro y que al recuperar sus raíces despojadas de toda vestimenta encubridora, se potencia al máximo de su poder.

“Livianos de equipaje”, aconsejan los sabios maestros cuando de prepararnos para la muerte se trata. Livianos de ropaje cuando la vulnerabilidad se viste de nada para mostrar su cara más noble inyectada de coraje e ir en busca de recuperar su condición de dignidad, ahora envilecida por los malhadados traficantes de la mentira.

El cuadro de La maja desnuda, pintura de Goya, (que hasta hace pocas décadas fuera escondida de la vista pública) me suena a majestad desnuda; desafiante y con un brillo de fuego en los ojos que simboliza la potencia de su cuerpo expuesto. No sé muy bien a qué viene la comparación pero la gallarda exposición de la juventud venezolana expoliada por los desafueros de los mercenarios de la barbarie, me sabe a símbolo desnudo, en el esplendor de su fuerza interior que con terneza altanera se dispone no solo a mostrarse sino a tomar acción contra el ropaje cruento del totalitarismo abusador.

 Un Mándala simbólico de rubores cálidos está trazando y coloreando la juventud venezolana en estas jornadas de valerosa desnudez; un potente  Mándala que emana fortaleza; que zurce conciencias no hace mucho desperdigadas en  la ciénaga de la indiferencia; un Mándala de recuperación de energías dispersas y de Poder sobre la imposición a la fuerza de un régimen abyecto y destructor.

El símbolo entendido como herramienta de acercamiento y comprensión hacia los demás cobra ahora inusitada y vigorosa presencia en la comunicación humana, como nos lo indica la experiencia venezolana.  Está transcribiendo con señales que trascienden el lenguaje convencional, sus valores esenciales e innegociables so pena de perder lo único que los hace y nos hace seres de valor: la dignidad.

 

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