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El “Maldito vicio” de Carlos de la Fé o la literatura explosiva en miniatura

vicio-2Mientras numerosas editoriales cierran sus puertas en España, aparece en Granada “Nazarí”, con mucho entusiasmo, aunque a contracorriente del movimiento general. Dirigida por Alejandro Santiago y Paolo Remorini, la editorial “Nazarí” no sólo apuesta por lanzarse a la aventura en tiempos de crisis, sino que también busca armar un catálogo alternativo a las modas, los amiguismos y las estrategias de márketing. Eso explica, por ejemplo, que haya decidido publicar antes que nada microrrelatos, un género con mucho éxito en redes sociales pero que entrega pocos réditos una vez publicado en papel. También, que publique a autores de trayectoria singular, muchos de ellos desconocidos del gran público, pese a su enorme calidad literaria – pienso por ejemplo en Ángel Olgoso, de quien Remorini es estudioso -, cuando no nóveles en cuanto a dar a conocer un libro se refiere.

Uno de estos autores singulares es el español Carlos de la Fé (Canarias, 1970), quien no es un recién llegado en esto de la escritura, antes bien cuenta con varias publicaciones electrónicas y en papel. Además, es conocido por su militantismo a favor de una perspectiva de género que permita entender a la sociedad de manera menos discriminadora (razón por la cual lleva adelante el “Proyecto Desgenerad@s”). Sin embargo, hasta ahora Carlos de la Fé no había entregado al público un libro que reuniera sus microrrelatos, tal y como lo hace ahora con “Maldito vicio” (2013), un libro excepcional por varias razones. La primera de todas es la que parece la más obvia: el hecho de que se trata de un conjunto de textos breves que contribuye a la cada vez más emergente consolidación del género. Pese a la divulgación que los microrrelatos tienen entre el público lector, muchos de quienes leen todavía están cargados de prejuicios con respecto de un género que consideran menor, en la frontera entre el aforismo, el chiste y, peor aún, la anécdota. Con “Maldito Vicio” Carlos de la Fe nos muestra que el microrrelato, en las manos correctas, se puede convertir en una especie de bomba de tiempo que pulveriza el lenguaje desde dentro para entregarle un nuevo sentido, dilatar sus alcances y, por qué no, transfigurar al lector.

Creo que Ángel Olgoso es quien ha formulado del mejor modo la apuesta literaria de Carlos de la Fé cuando afirma que “acota un territorio al tiempo que dinamita los límites, crea espejos con desenvoltura, facetas que devuelven imágenes de complicidades, de tropos, de epifanías y obsesiones de creador”. De hecho los microrrelatos de Carlos de la Fé son una rara avis en el ámbito hispánico por su preocupación esencial en el lenguaje, el proceso de escritura, la constante mise en abyme que realiza de la lectura y el permanente juego intertextual con textos hispanoamericanos o de otras tradiciones. No conozco ningún otro microrrelatista, en España o en América latina, que se haya detenido con igual cuidado y énfasis en resaltar la materia puramente verbal de lo contado. Cada uno de los microrrelatos o relatos de “Maldito vicio” parece reenviar a esa inquietud, convertida en motivo literario, por hurgar dentro de las palabras lo que éstas dicen o quieren decir y lo que el autor les lleva a expresar al ponerlas de revés, jugar con su organización, hacerlas contradecirse.

La radical originalidad de su propuesta no supone que deje de existir una relación (“sexual” diría Carlos, “textual” diría de la Fé) con otros autores. En lo breve, son permanentes las alusiones a Monterroso y Cortázar por ejemplo quienes son una presencia constante en el libro, pero también una influencia ética y estética. De ambos, de la Fé rescata esa actitud ambigua que consiste en el cuidado de las palabras cuando se escribe, pero también en la desconfianza frente a éstas pues siempre se rebelan contra quien las utiliza (las famosas “perras negras” cortazarianas). Otra gran presencia en el libro es la del recientemente desaparecido poeta Leopoldo María Panero, quien es citado con constancia, mediante notas a pie de página, en los últimos microrrelatos de la colección. Las citas, verdadero homenaje del autor, son también la oportunidad de explotar otro de los recursos abundantes en “Maldito Vicio”: la polifonía. Carlos de la Fé se divierte en insertar las voces de otros, sobre todo autores, en sus textos no tanto para homenajearlos como para establecer el diálogo con ellos. Un diálogo que no se contenta con “invitar” al otro, sino que en ocasiones lo distorsiona y altera para entregarle un nuevo significado a sus palabras. Pienso, en particular, en el texto titulado Diez pasiones para olvidar El dinosaurio, donde se imita la estructura y la extensión del precursor relato de Monterroso, pero al mismo tiempo se le reelabora en cuanto a su contenido en un ejercicio que tiene mucho de humorístico y experimental.

También están las relaciones de corte negativo, aquellas que por oposición le permiten al narrador (y con en él al autor) ubicarse a nivel literario, aunque también en el plano social. Es el caso, por ejemplo, de Mario Vargas Llosa y Javier Marías, dos imágenes en sendos microrrelatos, dos escritores de presencia editorial y mediática tan constante que terminan, para los distintos narradores de los que se vale Carlos de la Fé, por convertirse en artistas más de premios que de literatura. De esta manera, se les presenta en los microrrelatos “Cosas veredes” y “Desconozco mayormente”, dos textos llenos de humor por las situaciones que presentan – es deliciosa la manera en que se caricaturiza al Javier Marías rey de Redonda – como por el lenguaje que se utiliza. En particular el segundo relato, una extraordinaria muestra del oído narrativo del autor, de la manera en que se preocupa por entregarnos narradores pendientes del habla local, el sabor propio de cada variante del castellano (en este caso la peruana).

El diálogo que Carlos de la Fé plantea con todos estos escritores y poetas, pero también con muchos más, le permite disponer a su manera un mapa, una topografía literarios que son suyos pero que, gracias a la ficción, comparte con sus lectores. Por eso, he dejado para el final la mención a otra de las características de su ficción, ese hacerse del relato con el que constantemente juega. En lugar de contar ficciones desde una perspectiva acabada y unívoca, el autor canario se divierte planteando relatos en los que el narrador avanza con su relato a medida que escribe. Mediante el artificio del work in progress, el narrador que reflexiona a medida que escribe, o que cuenta que escribe, Carlos de la Fé nos propone una versión de lo que es el ejercicio literario que, acaso, se expresa con total conciencia en uno de los relatos cuando le hace decir al narrador que: “No sé por qué asociación de ideas me viene a la mente la imagen de la sagrada o divina – o como se diga – trinidad. Tal vez había que escribirlo en mayúsculas, pero no me da la gana. Autor, lector, personaje (por qué con minúsculas), comunión, literatura, nada”. Asociaciones libres, humor, preponderancia del cómo sobre el qué, Carlos de la Fé ha llegado para mostrarnos, o más bien recordarnos, que existen infinitas posibilidades para el microrrelato, ese género cada vez diferente y renovado. Una de esas posibilidades, la planteada por el autor de “Maldito Vicio” es explotar desde dentro. Cómo no.

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