¿Pudiera ser amor?
Azoro, frustración, señales de alerta, extravío: los cines para adultos, con su programa extenso, de satisfacción garantizada o la devolución de su orgasmo mental, paraíso revertido, clientela selecta: aquí se asiste para suspirar en la oscuridad de la sala al ritmo de la cadencia de la actriz, presente en la pantalla grande.
La corte no aplaude, disfruta en la intimidad de su butaca el clímax de situaciones grá cas: de entrada, el título fílmico es una extensión del internamiento al cuerpo colectivo: la profanación suprasensible en donde los asistentes forman parte de la iniciación sexual de la cinta y, como tal, testigos de calidad para el evento: La cama ardiente, Cuando las colegialas pecan, De día y de noche, Bragas para una dama, Las que comienzan a las dieciséis, etc.
Al llegar a la taquilla, después de pasar el difícil momento de selección natural por experimentar un éxito más en la carrera del estremecimiento corporal, los inquilinos vagan en el pasillo en espera de la sala, fuman con prisa sus cigarros sin ltro mientras el letrero de No Fumar palpita.
En la dulcería, los rostros de los empleados, cómplices del decoro, militantes activos del ejército de las golosinas y los re- frescos helados, de preferencias sexuales de alternancia, sujetos de crédito moral, miran con actitud cómplice a los asistentes: la cinta está por comenzar: de programa doble, exclusivamente adultos, mayores de dieciocho años. (¡Favor de mostrar la cartilla para entrar! ¡Prohibida la entrada a menores de edad! Todo por disposición municipal. ¡No se devuelven entradas ya comenzada la función!)
Un cometa para llevar a casa
En el cine de adultos, los criterios de clasi cación se encargarán de demostrar las medidas en la escalada de cuerpos; varia de acuerdo con la cantidad de X impresas en el dogma y el código supera la abstracción: a mayor cantidad de letras, mayor emoción de e uvios visuales.
Dentro de la sala, un aroma a almendra dulce, apenas per- ceptible: la butaca pegajosa, años hace de una buena limpia. ¡No importa! Los asistentes son seres en camino de una mejor escala, y como tal, hechos para destrozar el momento: una pareja gay, púberes, en espera de mejores oportunidades para dinamizar sus emociones, se besan rítmicamente apenas iluminados por la luz de la toma abierta: en la pantalla, la mujer, presa pervertida; su deseo, instrumento; cae en las llamadas de la cama que gira en el pleno obligatorio: un acercamiento, se estremece, demanda pla- cer, los asistentes participan y se acarician, son ellos los héroes. Rapunzel en peligro. La última esfera de esperanza corre para llegar a buen puerto.
Aparece el amante a cuadro. En la sala suspiran. Viste un frac. Están solos en la habitación; ella lo seduce, ambos buscan sus cuerpos. La siguiente escena: desnudos, son cómplices del direc- tor que busca realidad y congruencia para los gritos de placer, grabado en el disco compacto de efectos: ella es una virgen, él un caballero: sus cuerpos, instrumentos para alcanzar a los asis- tentes.
Pin, pon, papas
El cine de adultos, es decir pornográfico, porno, cachondo, chido, de tetas al aire, falos enormes, de húmedas piernas abiertas, semen que corre como agua, orgías monumentales, posiciones sexuales extraídas de la literatura oriental como el Kamasutra, de compañeros gays y lesbianas, de todo un poco. De voyeur y nihilista. Abstracto. Moda. Institucional.
Las viejas salas de generaciones en exilio dudan de su inminente muerte por falta de asistencia, se transforman en los cines de categoría dudosa, de señal frustrada: convencimiento y exterminio. La llegada del video rompió el mito tabú de las funciones de media noche, característica única para el cine de contenido sexual fuerte.
Ahora, la iniciación corre a cargo de la modesta inversión familiar en dvd.
Los adolescentes compran: Fogosas fresitas de la Colonia del Valle o Solteras prodigio del Contry.
De acuerdo con la ausencia paterna, encerrados con sus amigos, mientras el sonido de los diálogos pasa desapercibido y los demás le pegan al occiso.
El cine porno: en ocasiones motel de paso, lugar de ligue universitario, escandaloso, jardín para cortar rosa del árbol vecino, promesa de auxilio. Los asistentes nuli can sus encantos. El cine porno, de actuación paupérrima, con extraordinarios mensajes de funcionamiento glandular y de castidad impresos. Sus asistentes: silencio, no se traban nuevas amistades, son víctimas del desenfreno y como tal, buscan en el frente de la pantalla las bondades de la cura. Las frases de los actores son concluyentes: “More, fuck me, fuck me, dick, ahhh, ahhh, ahhh, more, more, more”. El orgasmo mental ha sido agotador. La chica de la panta- lla se viste y vuelve a su caja de Pandora. Sus amantes satisfechos, los espectadores, observan los últimos instantes aliviados.
Cuándo se encienden las luces, por el corredor, las parejas y el observador solitario esquivan miradas y salen rápidamente, los trabajadores de la dulcería ríen cómplices.
En la ciudad oscurece, la marquesina de la sala se apaga…