Hay poemas que se escriben por impulso irracional, originados desde el vértigo. Hay otros que ya existen y el poeta debe intervenir para construirlos.
En el presente caso, me he puesto a analizar un poema de Tomas Tranströmer porque es un punto de partida en la literatura. He leído sinnúmero de poemas, no obstante, son contados los que aportan sustancia a la historia literaria. Y el poema “De marzo del 79” es uno de ellos.
Acaso pase por alto las lindezas del lenguaje en que fue escrito (sueco) porque para atender un texto y analizarlo cabalmente se debe hacer en su idioma original, me valdré de la traducción del uruguayo –y también poeta- Roberto Mascaró. Confío en su buena mano e inteligencia, haciendo un desmenuzamiento del lenguaje para vivir en carne propia el hecho lingüístico y semántico del poema.
Este texto del poeta representa el viaje, huida o no, hacia la aventura, el olvido y la naturaleza. Ir al origen es un síntoma de la preocupación que tiene el escritor para encontrar huellas. Todo principio es desconocimiento, ignorancia. En el poema, el poeta sabe todo lo sucedido hasta ahora, conoce que la vida es civilización, pero en su originalidad no es así, es eterno salvajismo; es mito y barbarie. Por tanto, busca lo salvaje que “no tiene palabras”.
Hay una intensa reflexión acerca del lenguaje. Parte hechizando a la “palabra”, parte invirtiendo los signos. Aquí hace analogía en el diálogo platónico de Cratilo, en el cual Sócrates cuestiona cómo se forma el lenguaje, si primero fueron las palabras, los sonidos, la relación entre el significante y el significado.
El lenguaje, articulación de signos, no se ha escrito del todo: “¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!”. Hay poemas que no se escriben, hay otros que se crean solos. El inconsciente se presta a recrear las percepciones de un escritor. Palabras no dichas, palabras no ensambladas, palabras volátiles. El poeta entra y participa en el juego, interviene porque es necesario. Alguien debe hacer el trabajo del lenguaje. Nadie más capacitado que el poeta para singularizar las sustancias y hacerlas vivas, irrepetibles.
El instante permanece: “Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.” No hay tiempo porque éste se detiene. El origen ya es, no muta, no es devenir. La vida es así, encuentro y aventura, buscar huellas, descifrar caminos, hacer lenguajes que permitan construir nuestra decadencia, reconstruir los pasos, entender los por qué, verbalizar lo no dicho, hacer mito lo imposible, verificar las razones, justificarlas; morir en el vacío y joder con él, implicar la barbarie en el conocimiento y desmembrarlo de toda luz; desmitificar la civilización, quitarle el encumbramiento en que está posicionada en la modernidad.
Tomas Tranströmer está cansado, pero no del lenguaje, de las palabras, porque a éstas se les atribuye una gloria que no merecen al prostituirse los significados. Por eso, preservar el lenguaje original es la manera más profunda de justificar nuestro presente.
De marzo del 79
Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.
Tomas Tranströmer: “De marzo del 79”.
Versión de Roberto Mascaró.
De “La plaza salvaje”, 1983.
Nórdica Libros S.A. 2010.