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Conversación con Valeria Bergalli, fundadora del sello editorial Minúscula

Valeria Bergalli (foto de I. F.)Quizá Minúscula sea una de las pocas editoriales exquisitas del panorama hispano. No sólo porque no edite best-sellers, o literatura light, o escritores muy conocidos y premiados, o clichés… Sino, porque ha sabido, desde 1999, construir una “biblioteca”, una mentalidad a medio camino entre el transgénero y la tradición. Para hablarnos de cómo se logra esto “sin fracasar en el intento”, nos juntamos con Valeria Bergalli, fundadora de la editorial, y compartimos una infusión. Nada como ese “brebajito chino”, dice en algún lugar un rarísimo personaje del rarísimo Laiseca, para “meterle mano” a la literatura de otra manera.

Si algo tiene Minúscula, es lo bien delineada que tiene su línea editorial. ¿Cómo se llega a algo tan concentrado: esfuerzo, cultura, zeitgeist…?

Creo que es una suma de cosas. Por un lado está mi propia experiencia (crecí entre tres países: Argentina, Italia y Alemania, y luego, ya algo mayor, me vine a vivir a un cuarto, en el que aún resido) y, por otro lado, la elaboración, intelectual si quieres, pero sobre todo en el plano de la sensibilidad, de ciertas experiencias compartidas: la infancia, el exilio, el trauma (las dictaduras, las guerras), el paso del tiempo, la memoria y la historia.

Una de las zonas más atractivas, por conceptual, en el catálogo de Minúscula es la de cierto no-tiempo o anacronismo. ¿Fue (es) este anacronismo algo deliberado? ¿Consideras este fall in the time como una de las zonas a leer en la escritura de los contemporáneos que has comenzado a publicar en los últimos años?

En Minúscula construimos nuestro catálogo al abrigo de la idea de una Europa con vínculos culturales profundos. Nos parece importante poder ofrecer a estos lectores una selección representativa de obras que se inscriben en esta dirección y cuya lectura contribuye a un mayor conocimiento de este legado. Se trata de una propuesta que surge del deseo de que Europa sea un ámbito cultural y socialmente vivo. Nos resulta muy estimulante la idea de una Europa cuya columna vertebral es una red de ciudades; la cultura urbana es una creación europea, y la literatura más audaz, más sugestiva, siempre se ha fraguado entre ciudades. El modo en que escritores como Joseph Roth, Egon Erwin Kisch, Franz Werfel, Ernst Weiss, para mencionar a algunos de los que hemos publicado, se movían entre Berlín, Viena o Praga, colaborando con periódicos, estableciendo lazos con editores, participando de la vida nocturna, observando la evolución de la industria cultural, nos sigue pareciendo importante y significativo, un modelo.

Así, por ejemplo, en nuestra colección Alexanderplatz, se presentan novelas y ensayos acerca de la realidad alemana y las áreas geográficas sobre las que esta cultura ha ejercido su influencia. El nombre de la serie alude al símbolo por excelencia del Berlín de entreguerras, punto de encuentro de innumerables personalidades procedentes de Viena, Praga y Budapest, entre otras ciudades. Cuáles fueron los orígenes de ese momento de esplendor cultural, cómo pudo acabar con todo ello la crisis social que propició el ascenso del nazismo y por qué derroteros han ido las cosas después, hasta hoy mismo, constituyen otros de los ejes de la colección. O en la colección Paisajes narrados, en la que se presentan obras que ofrecen una perspectiva original sobre un lugar, ya sea una ciudad o una región concreta o un paraje imaginario. Son narraciones, fábulas, diarios, cartas, textos en muchos casos difíciles de clasificar, mezcla a veces de diario, narración y reportaje, que con frecuencia suscitan algunas de las cuestiones más candentes para el pensamiento contemporáneo: el fenómeno del enraizamiento, el exilio, la identidad.

No obstante, esto no significa que a la hora de configurar el catálogo miremos solo hacia atrás -aunque sea para vislumbrar mejor el futuro-; también apostamos por el presente, como quizá pueda apreciarse mejor en las otras colecciones de la editorial, y en él también, como lo hacemos en el caso de épocas pasadas, buscamos escritores que descifren con extraordinaria sensibilidad el signo de los tiempos. Así es como nos enorgullece contar con varios escritores que están ahora en el mejor momento de su vida creativa: Svetislav Basara, Pierre Bergounioux, Jesús del Campo, Vasili Golovánov, Mercè Ibarz, Pascal Quignard, Knud Romer, Tiziano Scarpa, Jennifer Egan, Monica Cantieni, José Luis de Juan, Jon Bauer, Maxim Biller, Leonor de Recondo y otros dos magníficos escritores en lengua castellana que no tardaremos en dar a conocer.

Una editorial tan “cerrada”, con muchos nombres desconocidos para la mayoría de los lectores hispanos, ¿cómo hace para sobrevivir? ¿Qué límites impone el mercado (el canibalismo de mercado) a una editorial como la que diriges?

Permíteme que reformule tu pregunta: ¿Cómo nos planteamos nuestro trabajo en un contexto editorial maduro como es el actual, que no se caracteriza precisamente por la escasez de la oferta? Pues, siempre nos ha apetecido construir un catálogo en el que puedan también tener un lugar aquellos autores cuya obra no se inscribe en una corriente determinada, escritores que han abierto territorios nuevos desde su condición de excéntricos. Si pienso en mi experiencia como lectora, debo decir que siempre me ha gustado mucho «descubrir» autores nuevos, tener una intuición al coger un volumen en una librería y sorprenderme con sus páginas. Me gusta esa sensación de sorpresa y lo que más deseo es poder proporcionarla a los lectores de Minúscula. De hecho, confío en que la tengan al llevarse a casa un libro de Anna Maria Ortese, de Marisa Madieri, de Annemarie Schwarzenbach, de Hans Keilson, de Ilse Aichinger, de Jesús del Campo, de Svetislav Basara, de Ludwig Hohl, de Leonor de Recondo o de Gerald Murnane. Y en ese marco y durante estos años, poco a poco, y pese a nuestras dimensiones, también hemos podido llevar a cabo un trabajo de autor con algunos escritores como Annemarie Schwarzenbach, Marisa Madieri, Hans Keilson, Irmgard Keun, Giani Stuparich…

Minúscula es sobre todo una editorial de traducciones. ¿Existe alguna regla que te haga elegir una traducción sobre otra? ¿Consideras la traducción como un espacio de creación en sí?

La traducción, como parte integrante del proceso literario, me parece fascinante. Me interesan todos los aspectos relacionados con ella, quizá porque ya muy pronto entré en contacto con otras lenguas. De hecho, crecí en un ambiente familiar bilingüe (castellano-italiano) al que muy pronto se sumaron el inglés y el alemán. Sin la traducción no habría literatura universal. En Minúscula, la elección del traductor idóneo para un determinado texto, es paso de suma importancia. Jamás me atrevería a publicar un texto sin tener la sensación (la certeza, en algunos casos) de que contamos con el traductor adecuado.

Uno de los libros más importantes para la comprensión del totalitarismo en los últimos años ha sido el LTI, de Victor Klemperer. ¿Suponías la influencia que el libro iba a llegar a tener en el mundo hispano cuando lo elegiste para tu catálogo?

Ni de lejos podía llegar a imaginar entonces, en 2001, lo que significó la publicación del libro de Klemperer, pero sí tengo muy claro lo que supuso para mí cuando lo leí por primera vez hace una pila de años: una revelación y la certeza de que sería un libro que me acompañaría toda la vida, un libro al que volvería una y otra vez, en busca de respuestas, pero también de preguntas. Y lo extraordinario es que, a medida que pasa el tiempo, este texto se revela cada vez más necesario para desmontar los mecanismos del lenguaje de aquellos que pretenden explicarnos el mundo de acuerdo con sus intereses. Volviendo brevemente a la importancia de las traducciones, es importante subrayar que la edición castellana de LTI. La lengua del Tercer Reich no sería la que es sin la soberbia traducción de Adan Kovacsics.

 

 

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