Las luces de las lámparas se pintan de una tonalidad blancuzca y el barandal que habla me asusta. Hace unas semanas, me encontraba tumbada en una cama consumiendo fármacos hasta el adormecimiento.
Hace días vaciaba un par de caguamas, pero, el fin pasado, me codeé por primera vez con pericas musas, bailarinas de venas frías y aullidos sabor a caramelo caducado. Los azulejos del baño se rompieron, las violáceas ojeras se colgaron hasta las lunas de aquellos tenis negros y sentí el polvo amargo entrando por mi nariz. El aire se volvió concreto mientras mi cuerpo se soltaba.
Entonces todos esos méritos personales se fueron a donde tanto nos gusta mandar lo que tanto desespera. Aún siento mis dedos entumecidos de hacer láminas con el papel de cada hoja, casi puedo limpiarme las letras de cada fosa, clean clean clean, ¿la literatura también ahorca?
Hombre de mirada sonriente y arrugada, escondido en cada línea: Favio Julián Herbert Chávez ha nacido mil veces entre la marea tropical y los vientos secos del norte, se profesionalizó en la carrera de Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Coahuila. Posteriormente, se dedicó a la docencia, la edición y de forma muy personal, a la escritura.
Cocaína (Manual de usuario) le correspondió con el V Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, además de una venta exorbitante, permitiendo a Penguin Random House lanzarlo en formato Debolsillo.
A lo ancho de la lectura escuchamos a personajes sin nombre susurrándonos al oído, con timbres profanos o carraspeos que provocan una cercanía que asusta, e inevitablemente excita. Herbert nos pone a mano abierta un balance de posibilidades inclinadas a lo que, según el lector en turno, convenga intuir.
La obra se conforma por quince relatos fluidos y un manual de usuario medianamente explícito en la selección y buen uso de la cocaína en cada una de sus modalidades: jeringa, en piedra o el clásico true west. A pesar de la narración cruda y poética del sentir de los usuarios de la piedra mágica, en ningún momento se nos dibuja alguna oda a la drogadicción, no obstante, tampoco se sataniza. Con la dosis de ironía y jugueteo necesarios, el autor parece decir: “Es tuyo, has lo que quieras con ello” para irse a dormir con una aspirina bajo la lengua.
El Manual de usuario resulta ser una de las partes con mayor resonancia para los que afilan sus dientes en bolsas ziploc. Recomendaciones, sugerencias y modos de uso para el nuevo comprador, clasifica los niveles de alcance e irreverencia opcionales para el novato y hasta el experto.
“Somos orgullosamente una empresa mexicana” reafirma el texto, asegurando la finura de un producto nacional escondido en cada colchón de Elektra, público y al alcancé de cualquier mexicano con un guardadito.
El viaje tembloroso conducido por Cocaína, abre incógnitas como ¿Podemos esperar la propagación del consumo de cocaína? Más allá de mostrar su uso recreativo, también apela a las consecuencias repugnantes demandando una infelicidad que no se limita a la cocaína, pues, dice Herbert: “Estar podrido por dentro no es asunto de la edad o del clima o del cansancio”.
Desde esta voz débil que me carcome la faringe, me arriesgo a decir que dicha Cocaína literaria es adictiva y brillante. Esta pieza es suficiente para sentir el remordimiento ajeno, la suciedad de las estrellas y el asqueroso sabor a pena; así como la fatalidad frenética de un viaje por los temblores de un mundo que estruendosamente se cae a pedazos. Incluso mejor, en mi perspectiva, que cualquier bolsita de perico.
Sólo queda decir que, a día de hoy, no consigo limpiarme la nariz de ese fuego narrativo ni despegar los signos-partículas de aquellos pañuelos fantasmas que siguen volando, de esquina a esquina, en el techo de mi habitación.
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Este texto se publicó originalmente en Ruleta Rusa