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Clasismo en el reguetón de Albert Camus

Hace algunos días, el área de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, publicó un tweet con el objetivo de alentar a los estudiantes que todavía no terminan su tesis.

En la imagen podemos ver al reguetonero Maluma con un libro que lleva en la portada a Albert Camus y dice: “Maluma ya leyó a todo Camus y tú todavía no terminas la tesis”.

Creo que es difícil llegar a un acuerdo sobre si es una estrategia correcta o no para fomentar el que los estudiantes terminen su trabajo de investigación. Es evidente lo que pretende el mensaje y la confrontación de elementos que utiliza, pero fracasa en un aspecto práctico: no es lo mismo leer que escribir, aunque sean actividades cercanas.

Sin embargo, sin ser Community Manager ni especialista en redes sociales, el INBA tuvo éxito en la función primaria de las comunidades virtuales: llamar la atención. La prensa iberoamericana se volcó en la noticia sobre el mensaje de un organismo con un renombre cultural importante que recurría a una figura pública. Luego vinieron los análisis y las opiniones.

En varias de ellas se hablaba de una actitud elitista o clasista por parte del organismo, al señalar de manera evidente que Maluma no había leído, o por lo menos no toda, la obra de Camus. Pero dentro de estas opiniones, encontré algo perturbador: las palabras elitismo y, sobre todo, clasismo.

En varios artículos que he publicado en Suburbano, he hablado de mi obsesión por las palabras y su uso. Y en este caso en particular, la palabra clasismo me parece que tiene una utilidad que perjudica. Es cierto que hay una cierta burla por parte del INBA, pero a esto no lo llamaría clasismo de ningún modo. Quizá soberbia, altanería, jactancia, arrogancia.

Lo de elitismo puede ser cierto, sobre todo en un país como México, donde la intelectualidad institucional, vive o, mejor dicho, se siente de un mundo aparte.

No obstante, mencionar la palabra clasismo me parece peligroso. Porque muestra la idea de que leer es privativo de las clases altas, ricas, superiores. Es verdad que una idea la podemos aprehender y, a partir de ella, tomar una actitud: a favor de ella, en contra de ella e incluso rebelarnos a ella.

Esto en México puede causar un enorme perjuicio. La idea de que leer es de ricos y, por lo tanto, ser ignorante es de pobres puede calar hondo en una sociedad como la mexicana (sino es que en casi todas las sociedades latinoamericanas).

Recordemos que México es un país con un grave desarrollo educativo, donde desde la mitad del Siglo XX se vende la idea de que los pobres son buenos y los ricos son malos (ejemplo paradigmático son las películas Nosotros los pobres y Ustedes los ricos), por no hablar de un sinnúmero de telenovelas, donde la chica pobre se casa con el novio rico (pero de alma humilde) y se vuelve rica, pero sin olvidar sus orígenes.

En resumen, no contamos con los instrumentos necesarios para combatir una idea que puede replicarse con facilidad. Decir que leer es cuestión de clases puede ahuyentar a potenciales lectores por diversas razones: unos por no querer ser clasistas, otros porque no se consideran de esa clase.

Quizá piensen que exagero. Pero mi preocupación nace de la experiencia, de las incontables ocasiones que me han dicho soberbio o que creo que tengo más calidad moral por haber leído.

Leer es un acto voluntario abierto a todos y que nos proporciona herramientas, las suficientes para poder acabar, precisamente, con el clasismo y otros vicios.

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