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Café y cigarrillos con Eduardo Halfon

escritor Halfon.PROHIBIDO SU USO Y REPRODUCCIÓN EN GUATEMALA.Los libros de Eduardo Halfon, aunque pequeños, reclaman un lento y minucioso acercamiento además del placer de una segunda lectura para abrir todas sus puertas, para ser sacudido por nuevas incertidumbres, extraviarse entre lo testimonial y la ficción, y perseguir las pistas dejadas en ese camino literario tan intenso y personal. Reconocerse en sus páginas no es difícil, si se acepta la eterna condición de búsqueda en la que todos vivimos.

Al tener estas premisas claras, una entrevista con el escritor guatemalteco es una conversación que comienza con la promesa de un final tan abierto como el de sus historias que dejan siempre el deseo de leer más. En una tarde de Nebraska (ciudad donde vive Halfon desde hace cuatro años) que es la noche de Madrid nos encontramos a través de videoconferencia y en un permanente “plano americano” hablamos en un continuo ir y venir entre un libro y otro, entre la música y los viajes, la niñez, la familia y la religión.

OBRA EN CONSTANTE CRECIMIENTO Y TRANSFORMACIÓN

Monasterio (Libros del Asteroide) es la más reciente publicación de Eduardo Halfon, y aunque esta novela corta puede leerse como un libro único, quien ha seguido su trayectoria como escritor sabe que la semilla de esta historia viene creciendo desde hace diez años cuando, en El ángel literario, trataba de descubrir cómo llegaba alguien a convertirse en escritor. En aquel libro -mezcla de cuentos, entrevistas y diario- ya reflexionaba sobre qué tipo de influencia podrían haber ejercido sus abuelos (tres árabes, uno polaco; todos judíos) sobre su inquietud literaria, y cargaba también la historia de su abuelo polaco sobreviviente de Auschwitz. Esta anécdota se convirtió en relato, cuatro años después, en el cuento que le da nombre a su siguiente libro: El boxeador polaco. “Epístrofe” y “Fumata Blanca” (otros dos cuentos de este mismo libro), a su vez, fueron reescritos e hicieron parte de dos novelas: La pirueta (2010) y Monasterio (2014).

Así gira esta espiral, así se rearma este puzle literario a través del tiempo, la experiencia y el oficio.

“Ese proceso que ahora parece ser intencional no lo fue. Yo llevaba la historia de mi abuelo conmigo a todos lados (quizás aún la llevo), y en algunos cuentos se me salía y luego volvía a esconderse. “Fumata Blanca” y “Epístrofe”, que inicialmente escribí como cuentos, eran en realidad historias más grandes pero que tardaron en llegar, en irse cuajando, hasta que las escribí en La pirueta y Monasterio. Y algo muy similar ha sucedido con mi próximo libro, que acabo de terminar. Todo esto, que parece un bonito plano arquitectónico de una obra en proceso, también se ha ido formando ante mí, espontáneamente. Y es que mi manera de trabajar es muy de cuentista; no hay una planificación como la que requiere una novela, por ejemplo. Simplemente me dejo llevar por las historias. Aunque luego, claro, viene el ingeniero a poner orden y armar el conjunto. Mis libros, entonces, poco a poco empiezan a formar una especie de andamio o de sistema.”

Y para seguir tejiendo esa especie de telaraña, este constructor de estructuras literarias –que abandonó la Ingeniería Industrial hace ya muchos años- adelanta que en Monasterio hay pincelazos del libro que está a punto de terminar, y que posiblemente saldrá primero a la venta en Francia que en España, en 2015.

UNA HISTORIA. TODAS LAS HISTORIAS

Desde que El boxeador polaco se publicó en inglés comenzó una ola de traducciones que ha llevado a que la obra de Halfon se lea en más de ocho idiomas entre ellos alemán, italiano y portugués pero también el serbio y el japonés.

¿Por qué una historia tan personal como la suya, contada de manera testimonial, en primera persona, por un narrador que además lleva su mismo nombre, se convierte en una historia tan universal?

“Mi intención no es hablar de lo universal ni de conceptos generales. Lo único que me interesa es contar la historia de un hombre a la vez, sea ese hombre un académico experto en Mark Twain, un pianista gitano, un abuelo polaco, una chica israelí. Pero creo que si lo hago bien, si logro armar a ese personaje y darle voz con sinceridad, de pronto esa voz se vuelve todas las voces. La anécdota que narro en “El boxeador polaco”, por ejemplo, una historia tan mía, algo tan íntimo, tiene ramificaciones muy profundas, como la salvación y el poder de la palabra. Pero ¿cómo una voz tan personal ha podido resultar dando ecos hasta en Japón? No lo sé. Ese es el misterio de la literatura, el misterio del arte, ¿no? Su universalidad. Yo no te puedo decir cómo funciona pero puedo ver que funciona, que hay una universalidad de la estética. No sé qué hice o qué hago para que eso suceda, pero a veces, con suerte, sucede”.

Menciona a algunos de los personajes de sus cuentos. Habla de ellos con distancia, pero yo siento que en cada una de sus historias está también la historia de Eduardo Halfon, ¿Es así?

“Por supuesto, porque cada personaje es una especie de espejo que voy poniendo ante mí. No me interesa el académico de Mark Twain, me interesa mi visión de él. No me interesa mi abuelo, sino mi perspectiva de mi abuelo. Todos mis personajes no son más que espejos para verme a mí mismo, como reza el epígrafe de El boxeador polaco”.

Desde El ángel literario plantea esa falta de límites entre la verdad y la ficción, entre la realidad y lo imaginario ¿le gusta transgredir esos límites?

Me gusta transgredirlos para así acercar al lector. Quiero que el lector se meta en mi universo al igual que un niño se mete en un cuento infantil: sin dudarlo, sin cuestionarlo. Quiero que el lector me confíe plenamente, ciegamente, que me tome de la mano y me permita entrarlo a mi universo. Leer es, en el fondo, un acto de fe”.

¿Por eso recurre a ficción para contar un hecho real?

“Aunque arranco siempre desde mi realidad, necesito de la ficción. Manipulo esos elementos de mi realidad a través de la ficción. Uso los hechos para crear acercamientos a una verdad, una verdad que Werner Herzog llamaba ‘la verdad extática’ o ‘la verdad del éxtasis’, es decir, una verdad que sientes, que percibes como una especie de éxtasis. Al final de Monasterio el lector deberá sentir o intuir algo, más que pensarlo o racionalizar qué está pasando o qué es lo que le quiero decir. Muy similar a la música, supongo, que o la sientes o no la sientes. Algo así, pero en un plano distinto. Una literatura que no me haga sentir es estéril y eso a mí no me interesa. Me interesa la emoción y la sensualidad del arte”.

LETRAS Y NOTAS MUSICALES CON VIDA PROPIA

Para Eduardo Halfon la música es tema y a la vez lenguaje: pienso en las palabras como en mi instrumento”. Eso se nota en el ritmo y la cadencia de cada párrafo; en su método de trabajo parecido, según él, a las improvisaciones del jazz; en las bandas sonoras, tan exquisitas y variadas, que pueden escucharse en historias como la de La pirueta, y por supuesto en las melodías que acompañan y sustentan su proceso creativo.

“Mientras escribía Monasterio, y casi sin darme cuenta, escuchaba las dos grabaciones de las Variaciones Goldberg, del pianista canadiense Glen Gloud. En 1955, Gloud hizo su famosa grabación de las Variaciones Goldberg, y luego, en 1981, grabó de nuevo la misma pieza (fue su última grabación, de hecho, realizada poco antes de morir). Las dos grabaciones son marcadamente distintas, en tiempo, en cadencia, en repeticiones, en volumen, aun en duración: la de 1955 dura 38 minutos: la de 1981 dura 51 minutos. Es decir, la misma pieza (Variaciones Goldberg), escrita por el mismo compositor (Bach), y hasta tocada por el mismo intérprete (Gould), no es la misma pieza. Y es que toda la música, cuando es etérea, se va saliendo de su partitura. Y todo poema, cuando es sublime, se convierte en mucho más que la suma de sus versos. Y toda literatura, con el paso del tiempo, avanza y retrocede y se vuelca sobre sí misma, se contradice y cuestiona a sí misma, y nunca está quieta”.

MONASTERIO: MUROS, IDENTIDAD, DISFRACES Y SALVACIÓN

Monasterio es una novela de 122 páginas que comienza con la llegada de dos jóvenes a Israel obligados a asistir a la boda de su hermana con un judío ortodoxo; es el relato de un viaje, de una búsqueda interna en Jerusalén, en medio de un territorio sagrado para judíos, musulmanes y cristianos; es el encuentro con un amor posible. Pero Monasterio también es literatura que surge de la experiencia del autor, que ejerce de herramienta transformadora y convierte dicha experiencia en una vida imaginada; creación literaria para dudar de todo y de sí mismo, para cuestionar, relativizar certezas, huir de dogmas, remover emociones y dejar al lector inmenso en una turbulencia tras leer su última página.

En Monasterio hay jaulas, muros, fronteras que separan países y culturas pero también los muros que nos imponemos a nosotros mismos, los que construimos al tomar ciertas decisiones en la vida…

“Y también tienen mucho que ver con el disfraz que decido ponerme, el vestuario que me va a salvar, los muros que creo me van a proteger o salvar. Están los muros que otros construyen para encerrar a una gente: el muro de Israel es el más claro, los muros de los guetos de Varsovia y Cracovia y Lodz -que fui a tocar en Polonia-, el muro entre Estados Unidos y México para tratar de detener a los emigrantes. Lo que pasa es que luego el ejército israelí descubre túneles, y el ejército norteamericano descubre túneles, y ningún muro es infranqueable. O sea, el muro es una ilusión. Hay algo que quiero decir con respecto a muros que salvan y encierran y que tiene que ver con el disfraz que me pongo, pero las palabras, siempre, se quedan cortas. Lo único que quiero es que el lector y yo sintamos juntos esa misma duda, generar en el lector las mismas preguntas que yo tengo, invitarlo a reflexionar conmigo sobre muros y disfraces y salvaciones, sobre la fuerza de la palabra y la impotencia de la palabra, sobre el poder de la mentira. Todas esas cosas. Monasterio quizás podría ser un libro verídico disfrazado de ficción. Bueno, como todos mis libros”.

Así es Eduardo Halfon: un ser honesto al plantear el territorio habitado por la incertidumbre como único escenario posible para su búsqueda literaria. Diplomático, discreto, prefiere no rebasar los temas literarios para tocar los políticos, mientras que “Eduardo Halfon” (el escritor, el fumador, el personaje narrador de sus historias) lo hace franca y abiertamente, especialmente en Monasterio. Pero, como el uno y el otro no dejan de ser el mismo, no puedo continuar sin preguntar:

Usted es árabe y es judío, ¿cómo se vive el conflicto entre Israel y Palestina al tener esas dos posibilidades en el alma y en la cabeza?

“Es una situación terriblemente triste, pero lo es para cualquier ser humano. En el libro está muy clara mi postura al respecto. Para mí, todo tipo de nacionalismo peligra con llegar a un tipo de fascismo, que es lo que sucede con ciertas ideologías del mundo y es lo que está pasando en Israel. Pero también en aquellas semanas de terrible bombardeos sale a flote el creciente antisemitismo en el mundo de gente que confunde judío con israelí y agrupa todo y empieza a ventilar su ignorancia, su intolerancia. Intolerancia que se percibe ya de ambos lados del conflicto, que son ambos lados de mí, de mi identidad. Lamentablemente existen en Israel personas como el taxista judío de mi libro, sumidos en su belicosidad y estupidez, y que aparece en el libro porque no me interesa hablar de un Israel para las guías de turismo o escribir sobre un Israel soleado y perfecto. Hay muchos Israel, como hay muchas Guatemala y muchas España. Un país también es legión”.

Hay muchos países en cada país, muchas culturas al interior de un territorio, muchas doctrinas al interior de una religión y muchas identidades también conforman a cada ser humano. Halfon es una clara muestra de esto y si bien esa mezcla judía, árabe, guatemalteca, polaca, y las identidades norteamericana y española que luego se han sumado no parecen causarle confusión alguna (No al menos sin cierto psicoanálisis”, aclara en broma), sus cuentos y novelas dejan ver un permanente afán por descubrir quién es en realidad, qué ha heredado de sus ancestros, qué ha hecho propio de cada lugar que ha habitado.

“Hay un acercamiento a querer entender la identidad, pero no mi identidad. Lo que pasa es que me acerco a la mía para tratar de entender la identidad como idea, o la falta de identidad como idea. No escribo sobre mis abuelos por nostalgia. Ni por amor. Es un interés literario. La motivación para viajar a Polonia o al Líbano es absolutamente literaria. La única motivación para un escritor es absolutamente literaria. Y lo demás es café y cigarrillos”.

 

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