La única virtud del estrafalario Donald Trump es su absoluta sinceridad. Nadie que lo vote podrá decir que lo ha hecho engañado.
La sociedad norteamericana es difícil de comprender desde el punto de vista europeo. La ausencia ideológica de su clase política es un misterio y no se puede medir más que con sus parámetros. La dicotomía derecha izquierda que se da en Europa se convierte en Estados Unidos en un enfrentamiento entre liberales y conservadores, encarnados respectivamente en el Partido Demócrata y el Republicano, cuyos donantes imponen luego su política a los gobernantes. En Estados Unidos la palabra socialista es un insulto y comunismo está vetado del lenguaje políticamente correcto. A Barack Hussein Obama lo han tachado de socialista y musulmán. El presidente afroamericano, que llegó a la Casa Blanca con la ilusión de hacer cambios, se va con un mandato discreto y un premio nobel de la paz que debería devolver: nada ha podido hacer para no ser devorado por el establishment. Tampoco se ha enfrentado a él. Y en política exterior ha perdido una oportunidad de oro al no pedir perdón a Japón por el mayor acto terrorista de la historia de la humanidad: las bombas atómicas que borraron Hiroshima y Nagasaki. El mandato de Obama toca a su fin y el futuro de la gran potencia es sumamente incierto, oscuro tras este período de discreción de ocho años que ha encarnado el primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos que tampoco ha hecho mucho por sus hermanos de raza (sigue matando la policía norteamericana un número de afroamericanos con impunidad absoluta) ni por el continente de sus ancestros.
Ni los más fantasiosos distópicos podían pensar que un multimillonario chalado, de peluquín rubio y gusto atroz, que se rodea de mujeres curvilíneas, podría ser el candidato republicano a la Casa Blanca, pero el fenómeno Trump rompe esquemas y sólo es posible en Estados Unidos. Con un discurso que no oculta su marcada xenofobia, machismo a ultranza y coqueteos con la extrema derecha fascista, Donald Trump es un animal escénico que alardea de forma obscena de su riqueza y aspira a dirigir a la macropotencia militar con todos los riesgos que eso supone para la supervivencia del planeta. Lo lamentable del caso es que buena parte del pueblo norteamericano, aquejado de analfabetismo político, le ría las gracias (la lista de chistosos letales de la política norteamericana es larga), asuma sus argumentos reaccionarios y crea en su afán patriotero de salvapatrias del que alardea. Michael Moore, el provocador cineasta, quita hierro al sainete norteamericano y asegura que matemáticamente es imposible que el candidato populachero llegue a la Casa Blanca sin contar con los votos de la población hispana, a la que constantemente insulta, los negros (Donald Trump alardea de un pasado próximo al KKK) y las mujeres, a las que desprecia haciendo gala de un machismo recalcitrante. En un país obsesionado por la corrección política, Trump encarna al blasfemo lenguaraz que dice barbaridades y no se desdice de ellas. Su discurso bronco y elemental llega a mucha gente.
Hasta ahora Donald Trump era un multimillonario hortera, propietario de un edificio espantoso de la Quinta Avenida neoyorquina que se rodeaba de modelos despampanantes. Si consigue derrotar a Hillary Clinton, puede convertirse en uno de los más nefastos presidentes de la historia de Estados Unidos, puesto que ostentaban Richard Nixon y George W. Bush.
Cuesta imaginar que un mandatario estadounidense pueda empeorar más la situación en el mundo de lo que ya lo hizo Bush. El mundo desde la invasión de Afganistán y la destrucción de Irak, Libia y Siria es infinitamente peor y más inseguro, pero Trump, un demente, puede empeorarlo y hasta borrarlo. Curiosamente los elogios internacionales al líder de los republicanos vienen por parte de Vladimir Putin y Corea del Norte.
Los ciudadanos son corresponsables de sus gobernantes y de lo que hacen estos. Los alemanes lo fueron cuando votaron a Adolf Hitler en 1933 y lo encumbraron al Reichstag porque el führer no ocultaba su ideología basada en el odio, la revancha y el expansionismo. La única virtud del estrafalario Donald Trump es su absoluta sinceridad. Nadie que lo vote podrá decir que lo ha hecho engañado. El patético personaje del peluquín rubio puede provocar el Armageddon, y si eso sucede será responsabilidad de los que le voten.