Para leer ARKONTIKA, el poema extenso del poeta venezolano Pedro M. Madrid (19 de junio de 1958-15 de octubre de 2013) que consta de 60 numerales, y editado en un hermoso libro por su hermana la escritora y editora María Gabriela Madrid, es necesario escurrírsele al mundanal ruido y, como en una sesión de “retiros espirituales”, estar dispuesto a nadar— sin salvavidas— por las torrenciales aguas del vacío y la soledad, de la angustia y del desasosiego, con la frente alta y la mirada extraviada del ciego iluminado dispuesto a saltar y ahogarse en el líquido que lo contiene.
Arkontika, es la metáfora de un viaje desde la nada y hacia la nada: “Un suspiro entre dos eternidades” como dijera Sartre refiriéndose a la Existencia humana, como lo es también para el poeta. Arkontika es un poema filosófico y como tal, descansa en una Idea. Es una idea que apela a la explosión de la sensorialidad para trasmitir su mensaje. Y su mensaje bebe desde el torrente antiquísimo del pensamiento oriental: la inmovilidad del ser, la quietud como camino para llegar a la plenitud. Como quien dice: livianos de equipaje se llega más rápido a la esencia que es el vacío.
Para que el lector se familiarice con la extraordinaria vida del poeta, transcribo unas líneas de la semblanza escrita por su hermana María Gabriela, quien al respecto dice:
“…Inquieto mostró en sus años de adolescencia el desapego a lo material y a lo cotidiano y exploró a través de la lectura: el Budismo, el Hinduismo y el Taoísmo. A los diez y ocho años vivió año y medio con sus tíos escritores en Grecia y estudió Filosofía Helénica y Bizantina. Con sus ansias de saber, este ávido lector vivió en España y estudió Filología. También vivió en Boulder y Trinidad-Colorado donde perfeccionó el inglés. A su regreso a Venezuela Pedro M. Madrid M. se gradúo Cum laude de Filósofo y dominó varios idiomas: español, inglés, portugués y mandarín. Desempeñó cargos diplomáticos y vivió dos años en Brasil; siete años en China y en comunión con su cuerpo y alma practicó en incontables ocasiones el Tai-chi. Vivió en Londres, estudio Finanzas y visitó frecuentemente París, ciudad que por su amplio conocimiento sintió como propia (…).
Fue amante de los deportes extremos. Como ciclista realizó varios recorridos siendo los más significativos el sistema montañoso de la vuelta franco-española de los pirineos y el viaje por carreteras de asfalto y tierra desde Caracas a Santa Fe de Bogotá. Como escalador admiró la inmensidad y misterio de las montañas andinas y conquistó varias veces el pico Bolívar. Como nadador, en Venezuela las distancias no existían y atravesó a nado desde cayo Sombrero al cayo de enfrente iluminado tan solo por los rayos del atardecer. Practicó el Buceo en mar abierto donde los peces no estaban presos como cuando niño en busca de más espacio los cambió a la bañera.
Como ciudadano del mundo nunca le perteneció a nadie y fueron muchos sus amores donde subyugado ante los placeres mundanos, fue un gran conocedor de vinos y con su paladar gourmet todo formaba parte de la conquista. Pedro M. Madrid M. vivió intensamente. Su angustia por un mundo desigual lo llevó a cuestionar y buscar respuestas ante lo que lo rodeaba. En el verso que remata el poema 5 de Arkontika escribe: Hay un milenio repartido entre las hambres (…)”.
Debo afirmar que el poeta recoge— con una apabullante capacidad de síntesis— los códigos que rastrean la huella de la cultura de Occidente, imponiendo su propio criterio. Se regodea con la inconmensurable belleza que rodea el misterio de la presencia del hombre, del mundo y del universo. El verbo del poeta venezolano es cónsono en la gigantesca garganta del poeta inglés William Blake, en su vigor y su aura mística de iniciado, pero en contravía del optimismo del vate inglés. Mientras que en la metáfora de Blake: “A la atareada abeja no le queda tiempo para la pena”, para Madrid “La abeja laboriosa es una heroína insensata” (Poema 13). Y ahí se inicia el camino de nuestro poeta hacia la concepción de la vida como caída, lo cual justifica la inmovilidad esencial, la idea de la Transitoriedad, impronta que pregona a lo largo de todo su poema.
El poeta Pedro Madrid se solaza también en las fuentes de la cultura grecorromana incluyendo en el zurcido de su mensaje, literatura oral, mitos y leyendas. Con la recreación del mito de Sísifo pone al descubierto el absurdo de llevar a cuestas esa piedra— que es la responsabilidad de vivir— hasta la cima para luego dejarla rodar a la base, bajar y volver a subirla, y así todo el tiempo. No tiene sentido, concluye el poeta. Albert Camus y Jean Paul Sartre serán sus maestros más inmediatos de donde tomará su descarnada tendencia existencialista.
La fisura vital de Madrid lo lleva a retomar la imagen del “insecto” de Kafka en La metamorfosis, para empaquetarlo en el lenguaje surrealista de Breton y lograr las esplendorosas imágenes de su poema 6:
Soy el sueño invernal de un insecto
Sueño que soy el insecto
O el insecto me sueña.
Parezco dejar traspasar el suceso humano,
Trasgrediendo los símbolos de un cielo derrocado.
Ni los ritos de la justicia,
Ni la siembra de armonías en las discordias,
Impiden que las estaciones quiebren el ritmo,
De los seres que pasan de cadencia a cadencia,
Angustiados por la vida.
Permítanme una digresión para recordar que en el panorama de la literatura nadie podría ejemplarizar de manera más patética la decisión de darle la espalda a la realidad vacua e intrascendente, como Melville y Bukowski. El personaje Bartleby de Herman Melville con su perentoria frase: “preferiría no hacerlo” y la sentencia lapidaria que Charles Bukowski ordenó para su tumba: “Do not try” No lo intentes. Igual que Madrid, nos guiñen el ojo para susurrarnos su verdad: la vida no merece acción alguna, pero la existencia hay que beberla hasta el fondo. No busques nada que no hay nada, solo vive intensamente.
El pesimismo filosófico de Pedro Madrid me recuerda por oposición a Nietzsche en Así hablaba Zaratustra. La voz del poeta se convierte en la palabra de un iluminado cuya misión es la de señalar con una voz estentórea, cósmica y telúrica la noticia de LA CAIDA del hombre, pese al derroche del universo borracho en las mieles de su esplendor. Dice Madrid en su poema 27:
Sube a la montaña desierta del silencio
Y contempla testigo,
El suave movimiento en derredor
Del viento.
Si la buena nueva del profeta Zaratustra quien vociferaba el advenimiento del “superhombre y la “muerte de Dios”, en el poeta venezolano no hay lugar para tan desmedido optimismo: el hombre es un pobre individuo ahogado en su soledad y carcomido por los linderos de la vacuidad y el sinsentido.
De otra parte, no puedo dejar de comparar Arkontika con el poema Piedra de sol (también uno de los más largos en lengua española) del poeta mexicano Octavio Paz. Ambos son un viaje en la ebriedad espiritual de una noche inacabable en donde—como en El Aleph de Borges—se contiene en el tiempo y en el espacio toda la historia cultural de la humanidad a través del enfebrecido poeta que delira. En el poema 24 Madrid dice:
“En una noche de danza alocada/Una mujer tomó mi mano y Un carruaje opulento nos llevó a su mansión” (…)
Y los casanovas de hojalata,
Desenfrenados y a la vez rítmicos,
Latieron sus corazones mezquinamente
Babeando ante los senos caídos;
Palpando vaginas enlutadas por la pólvora
De polvos repetidos y repetidos.
Comparemos con Octavio Paz cuando escribe:
No hay nada frente a mí, sólo un instante/rescatado esta noche, contra un sueño/de ayuntadas imágenes soñado (…)/mientras afuera el tiempo se desboca/golpea las puertas de mi alma/el mundo con su horario carnicero…
Las reminiscencias y los coletazos, los ecos y la alta poesía de Madrid, me recuerda también al poeta nacional Walt Whitman. Igual que él, su estilo literario es experimental, escribe en verso libre y, con un tono profético, celebra la naturaleza, la sexualidad, la salud física y el ser. En el Canto de mí mismo. Dice Whitman: «soy todo el hombre» y se revela como «turbulento, carnal, sensual». Igual fórmula cabe para trazar un escorzo crepuscular de la imagen de Madrid.
El poeta en su adultez
Y como saltimbanquis enfebrecidos, sigamos saltando sobre el banquete exquisito de nuestra cultura: el poema El barco ebrio de Arthur Rimbaud debió gustar mucho a Pedro Madrid (connasieur de las letras francesas) pues Arkontika se me parece al semblante del poeta embebido de horizonte y borracho de éxtasis existencial. En tres años Rimbaud escribió su poesía simbolista que marcó un hito en la poética universal de todos los tiempos, para luego desaparecer en la manigua de la jungla africana en busca de diamantes. En poco tiempo y en dos libros: Arkontika y Las alas perdidas— Madrid crea un destello cuyo reflejo vivirá por mucho tiempo deslumbrando a sus expectantes lectores. Madrid igual que Rimbaud Capta los aspectos más inusuales de lo palpable y no se queda corto en proclamar oráculos que dotan a sus versos de un aura mística y un tono enérgico destinado a perdurar, como si sus palabras escondieran misterios irresolubles que solo podemos intuir porque el ritmo las esconde en un universo que resume lo arcano, crisis como pesadilla y factor positivo que establece un inaudito crecimiento lírico que sabe mantener la equidistancia entre mente y exterior para crear piezas únicas, de asombrosa modernidad de la que muchos deberían tomar nota, devorar, asumir y reinventar. Para terminar, los dejo con el poema 60 con el cual el poeta venezolano aterriza de su magno viaje en la magistral pieza poética ARKONTIKA.
Todo el mundo pisa sobre una sombra
Todo el mundo escribe nombres en las dunas de los
Desiertos
Todo el mundo tiene el sigilo del oscuro teniente de
Cosas rotas
Todo el mundo reconstruye y perece sin permanecer
Todo el mundo es fatal en la vida llena de muros
Todo el mundo sube la escalera más larga para prender
El cielo con tenazas de langosta.
Todo el mundo quiere agitarse en el círculo de la sin
Razón
Todo el mundo olvida para tragarse el alivio de alguien
Todo el mundo lleva en la espalda el mareo de los
Siglos
Todo el mundo levanta la mano y dispara a un hueco
Del universo
Todo el mundo…