Me estoy quedando sin amigos. Y ello se debe en gran parte a lo que los argentinos llaman “la grieta”, o la brecha política, económica y social que divide a su país de manera furibunda.
En otras épocas, hubiera sido impensable para mí considerar la idea de que ese fenómeno paralizante y riesgoso podría darse, con características propias, en los Estados Unidos.
El respeto a la Constitución, la división de poderes, una prensa fuerte e independiente y dos partidos políticos que durante mucho tiempo mantuvieron a raya a los elementos más extremistas, me hacían pensar que aquello otro al sur era el resultado de la fragilidad de las instituciones civiles en Latinoamérica y de las malas decisiones de sus gobernantes.
Con el brote del movimiento conservador del Tea Party dentro del Partido Republicano en este país en 2009, sin embargo, podía advertirse ya lo que dijo una de las brujas de Macbeth: “algo malvado está en camino”.
Los pronunciamientos populistas, irrisorios y faltos de sensatez de una oscura gobernadora de Alaska devenida en candidata vicepresidencial, Sarah Palin, hoy lucen como preludio a la comedia de errores y horrores que desataría la campaña por la presidencia en 2016, llegando a su inverosímil clímax con la elección de Donald J. Trump como el presidente no. 45 de los Estados Unidos.
Fue fácil caer en paroxismos de incredulidad ante tal acontecimiento. Más difícil ha sido aceptar que las corrientes oscuras, profundas y rabiosas que propulsaron al multimillonario magnate de las bienes raíces, astro de la telerealidad y supuesto paladín de todo lo anti-políticamente correcto a la Casa Blanca estaban ahí, desde hacía tiempo, latentes, esperando el momento para brotar como tumores inmunes a la medicina moderna.
No hay Trump que dure 100 años… ni cuerpo que lo resista
Nocivo, radioactivo y tóxico ha sido el camino de disparates, insultos, metidas de pata, decisiones mezquinas y / o peligrosas que han trazado este presidente y su gabinete. De ahí que, cada pronunciamiento trumpista haya tensado más los lazos entre mis amistades y colegas que lo apoyan, y yo.
Pero, me mordía la lengua. Me aguantaba, porque consideraba que la política no debía ser tan omnipotente como para romper afectos.
Creyente de un modelo político centrista como único escape a la polarización que nos ha mantenido estancados desde Bush hijo, Obama, y ahora Trump, liberal en algunas áreas y conservador en otras, pensaba que los hechos, los datos, las acciones, la sensatez, predominarían sobre la pasión, la ignorancia, el fanatismo y las “fake news”.
Me equivoqué. El saldo de eso ha sido la pérdida de amigos, algunos de más de 20 años. Y esa purga lamentablemente no ha terminado.
Cómplices del silencio
La consabida gota que derramó la copa fue el silencio abrumador de estas amistades ante la catástrofe que se cernía sobre Puerto Rico con el huracán María el 20 de septiembre, y la secuela de calamidades que sembró la tormenta en la isla en la que nací y en la que todavía tengo personas a las que quiero.
Mientras Trump enardecía los ánimos nacionales con su megáfono virtual, Twitter, fustigando a futbolistas que reusaban pararse ante el himno americano a manera de protesta, María intentaba borrar del mapa a Puerto Rico y a las Islas Vírgenes de Estados Unidos.
La respuesta presidencial al desastre fue tardía, torpe y tremebunda, y únicamente se movilizó gracias a un público horrorizado en las redes sociales, a los gritos de la oposición, al espanto de otros países, y a los medios de prensa que por fin se pusieron las pilas para cubrir la noticia.
Mientras, mis amigos pro-Trump seguían posteando en las redes nimiedades o se concentraban en la controversia de la bandera y los futbolistas, defendiendo de manera velada las acciones del presidente. Cuando las imágenes de la devastación en Puerto Rico comenzaron a darle la vuelta al mundo, alguno que otro salió de su obnubilación política para entonces solidarizarse con la situación en la isla. En ningún momento, sin embargo, tuvieron, ni han tenido, la entereza y la objetividad de decir, “Apoyé a Trump, pero lo que está haciendo, está mal”.
No hay excusa.
El “Unfriending”
El sentido de impotencia ante lo que acontecía en Puerto Rico, la vergüenza de ver cómo se comportaba este presidente, haciendo comentarios crueles, inmaduros y ridículos sobre la situación, y la abismal defensa de sus acólitos, me llevaron a postear una carta en Facebook en la que, tras dar mis razones con lujo de detalle, pedía a todo aquel que todavía apoyase a Trump que se desprendiera de mí como amigo. Que me hiciera el notorio “unfriending”. Que me desamigara.
Algunos de esos amigos que leyeron la carta, trumpistas de clóset, no se pronunciaron al respecto ni me desamigaron. Al menos no todavía.
Los que sí admiten su predilección por el hombre en la Casa Blanca de piel anaranjada, cabello inexplicable, manos de muñeca y corazón negro, se comunicaron conmigo. Y para mi triste sorpresa, en vez de tratar de entender las razones que me habían llevado a hacer un pronunciamiento de esa índole, radical para mí, o de reflexionar sobre lo que había escrito, culparon a los medios, a Obama, a la Sra. Clinton, a la “intolerancia” de los liberales, a mí, etc. Ahí me di cuenta que había no una grieta entre nosotros, sino un abismo.
¿Cómo zanjar ese espacio tan ancho entonces cuando ni siquiera reconocen lo que este presidente y sus amanuenses han desatado? Esa misma interrogante la compartieron y analizaron en la universidad Yale a principios de octubre, 20 de los más importantes politólogos en los Estados Unidos, según informó el portal de noticias Vox en una historia del 13 de ese mes, https://www.vox.com/2017/10/13/16431502/america-democracy-decline-liberalism. Su veredicto es aterrador: de seguir las cosas como van, la democracia estadounidense peligrará de manera seria en los próximos 20 a 30 años.
Mi argumento entonces para desamigar es que lo que vivimos ahora mismo en los Estados Unidos va más allá de simples discusiones políticas. Está en juego la esencia pura de nuestro país, con todo y sus defectos, como tierra defensora de libertades universales e ideales nobles.
Nunca he querido que a Trump le vaya mal, porque si es así, nos va mal a todos. Pero como los valores que encarna el trumpismo son completamente ajenos a mí y me repugnan, no hay manera posible entonces de que esas amistades puedan seguir adelante conmigo como si nada.
El precio de desamigar ha sido alto, la decisión penosa. Pero, si tengo que escoger de qué lado de la grieta quiero estar, eso lo tengo muy claro: no es del lado del señor que ocupa la presidencia.