Algunos libros buscan sin éxito darnos lecciones explícitas de conducta, reordenar la sociedad, causar un levantamiento que —en medio de un auge de las estéticas de acusación— divide a los “buenos” de los “malos”. Por momentos, esta sobrecarga de valoraciones puede alcanzar la inflación del discurso y también desmerecer narraciones que implican un imaginario distinto, definido por sus relaciones con lo mediático, la filosofía de los afectos de la primera adultez y, desde luego, por la supuesta banalidad de la vida diaria.
Natalia Mardero ha escrito en las 106 páginas de Cordón SOHO (Estuario Editora, 2014) una novela que no trata de convencernos de supuestas grandes verdades ni, mucho menos, de las alternativas para una vida sexual más imaginativa. No es precisamente que esta obra no se nutra de relaciones complejas entre hombres y mujeres —las hay, y a decir verdad son el centro del texto— o de la relación diaria con la cultura de masas (referencias a carpetas de mp3, muros de Facebook o películas con Harvey Keitel y Madonna), sino que Cordón SOHO es una novela que en la sencillez de su construcción episódica expone pero no impone, ni trata de normalizar una sola visión de mundo, a pesar de que se enfoca en las peripecias de una banda de amigos. He allí, quizá, el gran acierto implícito del texto de Mardero: sintonizar con un grupo social montevideano y con una generación que empieza su adultez entrado el siglo digital, pero a la misma vez representar complicaciones y afectos universales. Porque Cordón SOHO, sin lugar a dudas, es un pequeña novela universal.
Suena irónico que una obra que comunica y contextualiza los modos y los miedos de un grupo de jóvenes adultos de clase media en el barrio de Cordón pueda ser capaz de conducir tanta alteridad, después de todo los protagonistas son parte de una comunidad que escucha música en inglés y no cita nunca las películas con títulos en castellano, sin embargo, es precisamente esa conexión —la conexión musical, audiovisual y ciberespacial— la que hace de la novela de Mardero una suerte de drama romántico que bien pudo ser llevado a la pantalla por el hongkonés Wong-Kar Wai, el tailandés Pen-ek Ratanaruang o la estadounidense Miranda July. Visto de este modo, Cordón SOHO trasciende los obvios límites geográficos del tiempo de la historia y simboliza en las constantes ilusiones de Valentina, la protagonista enamorada de una chica inasible, ese “no saber” y ese “no paralizarse” que asociamos con la incertidumbre y la transitoriedad de los afectos en la época de la inmediatez global y la difusión de emoticonos. Sin embargo, no se trata de uno de aquellos libros pedantes que buscan sembrar partido: en Cordón SOHO Mardero descarta las lecciones de moralidad y el juicio barato, dejando que el lector, a partir de un relato aparentemente banal, forme su propia opinión acerca de las cosas.
Como en una continuación de canciones independientes almacenadas en nube —al igual que en el propio playlist que la autora recomienda en la primera página de la obra— Cordón SOHO presenta una secuencia de sensibilidades y emociones que flotan entre la incandescencia del delirio y la tibieza de la vacilación, delineando un camino no resuelto todavía, hecho de corazones esperanzados y fragmentados, de bits que se apoyan en inconvenientes y risas y en un final abierto que no nos hace extrañar otro tipo de resolución.
El futuro, nos lo dice la novela en alguna página, está aún por definirse, y Natalia Mardero lo cuenta con un montón de muchachos que en su mayoría no han alcanzado los cuarenta, algunos panzones, otros guapos e indescifrables, que van y vienen en medio de una balacera de iconos gestuales, canciones de The Magnetic Fields y maratones de TV.