Hace ya más de quince años, mientras realizaba un curso de técnicas editoriales, pregunté a mi profesora, una reconocida editora de un sello de renombre en España, por qué las editoriales no se comprometían más para fomentar la lectura entre niños, jóvenes y adultos. La mujer me miró con seriedad y, por primera vez, la vi enfadada. Me contestó que ese no era el papel de las editoriales, esa era una tarea que correspondía al gobierno, a las bibliotecas y a las escuelas. Y añadió con firmeza: el objetivo de una editorial es vender libros.
Durante mucho tiempo he meditado sobre aquella respuesta. En aquel momento no argumenté nada, quizá por falta de experiencia, quizá por el enorme respeto que siempre he sentido por el trabajo de dicha editora, sin embargo, en el fondo, siempre he pensado que su respuesta era, ante todo, una contradicción.
Es cierto que una editorial tiene como misión principal la venta de sus productos (perdón por utilizar una palabra tan comercial, pero si vamos a hablar de compra, venta y plusvalía, pues sigamos en esa tónica). Repito, si su misión es vender sus productos, antes que nada, la compañía debe asegurarse de un aspecto fundamental: tener potenciales clientes.
En cualquier cursillo para convertirte en un “emprendedor”, siempre subrayan que, antes de montar tu empresa, debes hacer un estudio de mercado para saber quiénes y cuántos clientes puedes tener, tomando en cuenta, por supuesto, los antecedentes de otros negocios y la posible competencia.
No obstante, una vez has echado a andar el negocio, la siguiente misión es mantener cautivos a tus clientes. Esta será la única manera de asegurar el futuro de tu compañía. Y es aquí donde veo la contradicción de mi antigua profesora.
Es cierto que en esos tiempos no había redes sociales (2006), ni se habían desarrollado los teléfonos “inteligentes”, ni tampoco existía Netflix, pero, como se sabe, la realidad va por delante de cualquier visión humana. Son pocos los que pueden prever el futuro a partir de la realidad en la que se vive. El mundo nunca dejará de sorprendernos. No obstante, los niveles de lectura, hablando concretamente del mundo hispanohablante, siempre han sido bajos, sobre todo por la mala calidad de la educación y las escasas o nulas políticas de fomento de la lectura de los estados.
Por eso, a pesar de los años que han pasado, o quizá precisamente porque en estos tiempos los niveles de distracción audiovisual son aún mayores, considero que el mundo editorial, en general, debe volcarse en atraer nuevos clientes, quiero decir, lectores.
Si la cadena de producción del libro, desde las editoriales hasta las librerías, quiere sobrevivir, es necesario que todos hagan un enorme esfuerzo para hacer atractiva la lectura, para lograr colocarla como una forma de entretenimiento alternativa.
Muchos de los términos que utilizado durante este artículo no me agradan, me parecen, más que comerciales, superficiales, porque para mí, la lectura es mucho más que una forma de entretenimiento. Es lograr que la mente se convierta en un motor de imaginación y de ideas. Que logra, por fin, convertir nuestra cabeza en una máquina de pensar, mientras reímos, lloramos, criticamos, aceptamos, nos indignamos, amamos u odiamos.
Pero para aquellos, como mi antigua profesora, que sólo se preocupan por vender libros, prefiero hablarles así: adelante… produzcan y vendan. Pero si quieren (queremos) sobrevivir, fomenten (fomentemos) la lectura.