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Lo que hay más allá de un nombre. Entrevista con Luis García Montero.

 

Luis Garci¦üa Montero 22Hoy no se habla de poesía con Luis García Montero a pesar de considerarse, tras 35 años de trabajo, uno de los poetas más importantes de España. Hoy se habla de novela, de su prosa contundente y al mismo tiempo dulce como su voz pausada, y clara como sus ideas. Se habla de Alguien dice tu nombre, la tercera novela del escritor granadino cuya historia revela la posibilidad de encontrar espacios de luz debajo de la piel muerta del miedo y  la indiferencia. Un relato de iniciación, de aprendizaje del amor, la literatura y la política.

León Egea, el protagonista, escribe su diario de aprendiz de escritor o  su cuaderno de ejercicios de conciencia, como prefiere llamarlo. En él narra su vida durante el verano de 1963, lejos de su familia, a la que dejó atrás en un pequeño pueblo de Jaén para irse a estudiar filosofía y letras. Durante esas vacaciones consigue trabajo vendiendo enciclopedias y en su pequeña oficina encuentra también el amor. Intenta seguir las lecciones de su maestro de literatura y pronto descubre la diferencia entre teoría y práctica, entre las apariencias y la realidad.

A 418 Km. de Granada, escenario de la novela, en una cafetería de la Gran Vía madrileña conversamos sobre literatura, la admiración hacia los maestros, el compromiso político y el paso a la madurez de un joven que representa a una generación que vivió, llena de rebeldía, la década que, para el escritor, fue el verdadero comienzo de la transición española.

En No me cuentes tu vida, Juan  refleja, en gran medida, lo que es Luis García Montero, y en Alguien dice tu nombre hay mucho de usted en León. ¿Por qué esa necesidad de contarse a sí mismo?

“En la literatura hay dos cosas fundamentales: La conciencia de que la literatura está unida a la vida y que la escritura siempre es autobiográfica, hable de lo que hable, y en segundo lugar, la conciencia de que el yo biográfico necesita elaborarse para que el personaje literario sea del autor pero también del lector. El personaje literario es como una plaza pública hospitalaria en donde el lector pueda entrar y vivir la historia en primera persona. Confieso que creo que lo he conseguido mejor en esta novela que en la anterior. En la anterior tenía la voluntad de contar mi formación política y poética, mi relación con Rafael Alberti, con lo que supuso salir al extranjero, mi trabajo en la universidad. En este caso he elaborado más el personaje literario pero hay mucho de autobiográfico en el sentido de la admiración, por ejemplo. La relación que hay entre León y el maestro Ignacio, es una relación muy parecida a la que yo he tenido con algunos maestros literarios como el profesor Juan Carlos Rodríguez, que convirtió lo que iba a ser un oficio en una vocación. Me cambió la vida en el sentido que mi oficio es mi  primer ámbito de compromiso con la realidad y que la literatura dejó de ser una simple acumulación de datos o el aprendizaje de cómo se pone una nota filológica a pie de página, para convertirse en una apuesta por la emancipación humana y por el descubrimiento de lo mejor y más digno de la condición humana”.

Por eso no es casualidad que Consuelo, la enamorada de León, al final sea llamada “la maestra”. ¿Hay dos escuelas, dos aprendizajes paralelos?

“Si no creamos conciencias humanas capaces de imaginar a los demás y de utilizar a los demás como personas, los utilizamos como objetos y acabamos empleando la técnica y la ciencia en machacar a los demás más que  en dignificar la vida,  y eso se lo enseña Consuelo cuando le dice: Tu imaginación es muy importante, pero no sólo para inventar disparates, sino también para intentar ponerte en el lugar del otro.

He querido tener dos ejes paralelos representados por Ignacio y Consuelo, que tienen que ver con el acercamiento a la política y al amor. Eso que después se conoce como la transición, y que provocó cambios políticos, empieza en las costumbres de la vida española en los años sesenta. Se pasa de la España del subdesarrollo a una más abierta, a una economía capitalista parecida a la europea. De pronto a las playas llegan unas turistas que impresionan mucho porque vienen de Europa y significan otros modelos de mujer y empiezan a cambiarse las costumbres. En ese momento el diseño que para el papel de la mujer había impuesto el franquismo, el de la mujer sumisa que sólo obedecía al marido y cuidaba hijos, empieza a quebrarse y ahí está Consuelo que es una mujer con mucha personalidad, que ha vivido en París y que en medio de las dificultades de la época encuentra huecos de libertad para vivir de otra manera su feminidad y su papel en la vida. Esto me ha servido para insistir una vez más en algo que me ha enseñado la literatura: que es imposible la transformación de la Historia -con mayúscula-  si no se transforma la vida cotidiana. Tan histórica es una constitución o una huelga general como la manera que entendemos nuestro papel como hombres o como mujeres en nuestra vida privada”.

Ponerse en el lugar del otro también enseña a alejarse de radicalismos. Hay bandos, siempre hay bandos, pero en la particularidad del individuo no se puede ser radical, ¿verdad?

“Eso tiene que ver con la reivindicación de las palabras. Si reducimos el mundo a un lenguaje pobre se pierde su riqueza. Yo creo que la prisa acaba convirtiéndose en dogma.  Los dogmas son las prisas de las ideas, es dividir el mundo en titulares tajantes que sean: bueno o malo, blanco o negro, sí o no, y eso es incompatible con una mirada que quiere matizar, que quiere saber que dentro de cada hay alguna cosa negativa o que dentro de cada no hay una cosa positiva. Pues eso tiene que ver con saberse poner en el lugar del otro y comprender al otro. A mí me gusta mucho la literatura como símbolo del contrato social  porque es un lugar de encuentro entre autor y lector, entre lector y personajes.

Yo entré en la literatura porque mi padre me leía ‘La Canción del Pirata’ de Espronceda, y me fascinaba ese  pirata que era capaz de perder su vida por mantener su libertad. De pronto te das cuenta de que te metes en la piel del personaje y descubres tu propio rostro y la rebeldía del pirata, que  había sido la rebeldía de Espronceda, acaba convirtiéndose en tu rebeldía, que había sido la rebeldía que mi padre me estaba transmitiendo, y se crea un juego que dialécticamente es muy importante. Aprendes mucho de ti mismo si eres capaz de ponerte en el lugar del otro sin dejar al otro sin lugar, porque más que borrar al otro lo que quieres es descubrirte a ti mismo. Eso es un mecanismo de la literatura que me parece una verdadera lección de democracia, de respeto”

León, en algún momento, se identifica con Pio Baroja, ¿lo hace por honrar su capacidad de observar la realidad y su manera de indagar en la psicología de sus personajes?  (Dos  cuestiones que el chico de la novela trabaja continuamente como escritor incipiente) o ¿Qué es lo que quiere tomar del “nombre” de Pio Baroja?

“En una época de indiferencia y donde la vida es triste, se corre el peligro de invisibilizar las cosas positivas. La admiración es un sentimiento que nos vacuna contra la indiferencia y él admira  mucho a su maestro de literatura y a los escritores que le han ayudado a ver la vida de otra manera, en ese sentido admira al Pio Baroja de. León, como aspirante a escritor, intenta llevar a la práctica los consejos de su maestro, y este  le dice que aprender a escribir es aprender a mirar la realidad y claro, una de las referencias imprescindibles de la mirada de la realidad es Pio Baroja. Después él entra en contacto también con la literatura más joven de los años 60 y admira mucho a Juan Marsé, que es otro referente importante.

En la novela la reivindicación de las palabras hace que vayan en paralelo el aprendizaje de la escritura con el aprendizaje de  la vida. Aprender a vivir es también aprender a hacerte dueño de tu propia vida, como los escritores se van haciendo dueños de sus argumentos y de sus finales.

En las 226 páginas de la novela, publicada por Alfaguara, García Montero no deja atrás su alma poética. Esos años aparentemente quietos se revelan en un calendario detenido en el tiempo; de García Lorca toma prestados el calor y la sequía como alegorías de la opresión y el agobio de la dictadura; uno de sus personajes camina como si le “dolieran los zapatos”  porque camina por una sociedad que le duele; un disco de Georges Brassens, escondido en un cajón de un armario, cuenta que ya no se escuchan sólo coplas en tierras andaluzas… que las cosas que están cambiando. Como estas, muchas más alegorías recorren el libro, pero sobre todas ellas está lo más importante que se evidencia en el  sorpresivo final de la historia: Cuando no hay libertad las apariencias engañan doblemente.

¿Por qué esa pausa en la escritura de poesía?  ¿Qué le aporta, como escritor, hacer poesía y qué hacer narrativa?

“Cuando uno va cumpliendo años como poeta, entre los cuidados que hay que tener es la voluntad de no repetirse, porque si un poeta se repite empobrece mucho su poesía. No sólo produce mala poesía, si no que ensucia lo anterior y acabas leyendo lo que escribiste antes como si perteneciera a una receta más que a una palpitación. En ese sentido yo me he impuesto la lentitud al escribir poesía. Tengo un libro bastante avanzado-espero acabarlo el año que vienen-, pero voy escribiendo poesía sólo cuando creo que hay algo nuevo que contar, y claro, eso me deja mucho espacio para escribir ensayo, colaborar con la prensa  y dedicarme a otro tipo de emoción creativa.

L empezar a escribir “Mañana no será lo que Dios quiera” me di cuenta de que no podía utilizar el tono frío del catedrático porque quería hacer que los lectores acompañasen a Ángel González a revivir esos recuerdos suyos en la república, la guerra civil y la postguerra, entonces abandoné el lenguaje del ensayo y ahí me entró el veneno de la narrativa. Ahora cuando, por disciplina, me impongo ir muy lento en poesía mi voluntad literaria me lleva a intentar los recursos de la narrativa, y por eso esta es mi tercera novela.

Si al escribir  poesía tengo que concentrarme para no repetirme, en novela me concentro para aprender, para ir dominando  cada vez más los recursos del género, porque son muy distintos. No es lo mismo condensar tu mirada personal en treinta versos, que  mantener durante 250 páginas las miradas de distintos personajes. No es lo mismo una estructura que mantienen largas distancias, que una estructura que lo que quiere es la condensación y la emoción de un instante. Por otro lado, también creo que la ficción narrativa y la ficción poética comparten su fin último: el conocimiento profundo de la condición humana, un ejercicio de conciencia que  nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a nuestras relaciones con la realidad”.

Para el escritor y catedrático universitario en la literatura y en la vida, las historias de amor y las de política van en paralelo, la esperanza está atada al conocimiento del pasado, lo público y lo privado evolucionan al unísono y la conciencia creativa es inseparable de la conciencia social.

“Al pensar en un rebelde joven de los años sesenta, pienso en el muchacho que se niega a la indiferencia y que quiere ser dueño de su propio destino. Algo muy parecido ocurre hoy cuando vivimos un cambio de época también muy lleno de incertidumbres. No soy nadie para decirles a los jóvenes cómo tienen que actuar porque son ellos los que inevitablemente van a descubrir las respuestas al mundo y al futuro que se les viene encima. Sí les puedo aconsejar  que miren al pasado porque  puede servirles, pero siempre tendrán que interpretarlo con sus ojos y sus necesidades. Lo que he querido es hacer un homenaje a esa parte de la juventud que en cualquier momento y en cualquier época, por difícil que sea, se niega a cerrar los ojos, asume riesgos y se compromete con el futuro”.

León termina mirando a su propio pasado, hay un momento en que se da cuenta que nunca ha mirado su historia…

“El nació en la postguerra más dura, había vencido un bando que decidió aniquilar el recuerdo de la república. Sus padres tenían miedo a hablar del pasado, la gente tenía miedo y él, en un momento determinado, tiene que preguntarse por sus abuelos y por lo que ocurrió en la guerra civil, y se pregunta por ejemplo,  ¿por qué un camarero de Granada, en el año 63, se identifica más con los alemanes que con los ingleses? Todo eso tiene que ver con una historia que había quedado silenciada durante muchísimos años.

Creo que la conciencia creativa es inseparable de la conciencia social. Uno mira la realidad y conoce las precariedades y en ese sentido el compromiso social del escritor pues tiene que ver con la vocación y eso ya  no es sólo de derechas y de izquierdas. Lo que  sí hemos aprendido es que un escritor que se compromete no puede ser sólo el repetidor de consignas de un partido político. En la historia, grandes maestros se han tenido que arrepentir  después de defender a partidos o a figuras que se presentaban como liberaciones sociales y que acabaron siendo criminales. La independencia debe ser el  primer compromiso del escritor, el segundo debe estar con la propia literatura, en nombre de las ideas no se puede sacrificar la calidad literaria”.

En Alguien dice tu nombre habitan también muchos de los maestros literarios de Luis García Montero. Entre líneas aparecen Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Tomás Moro, Federico García Lorca, Tolstoi y otros tantos, pero el más presente es Ramón del Valle-Inclán con sus series de tres adjetivos. Si para Valle-Inclán su Marqués de Bradomín  era feo, católico y sentimental y Madrid era absurda, brillante y hambrienta, para León Egea el mundo y sus habitantes también podían resumirse en tres adjetivos. Granada es una ciudad paleolítica, espesa y descabezada, Consuelo es rubia, perfecta y olvidada.

¿Cuáles son los tres adjetivos que definen a Luis García Montero?

“Yo me atrevería a utilizar la palabra Honrada, una novela honrada, me ha podido salir mejor o peor, pero la he hecho con mucho respeto por la literatura, por la palabra y concentrándome lo más posible por hacer una obra que rinda tributo a la literatura. En segundo lugar, me gustaría que fuese una novela útil que sirviese en un momento de dificultad para pensar en la realidad y que merece la pena dar un paso hacia adelante y no cerrar los ojos, para que los jóvenes no se sometan a la renuncia ni a la inercia de la comodidad y, en tercer lugar me gustaría que fuese una novela que despertase emociones, que llegase a un contacto emocional con los lectores”.

Esos son de su novela ¿y los suyos?

“Alguien que intenta hacer una literatura honrada, útil y emocional.”

 

 

 

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