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W 2071

En un pasillo subterráneo, en una disco debajo de la ciudad, el más joven de ellos abrió la blusa de la chica mientras los otros la sostenían. Se maravillaba por cómo la luz tibia de los neones coloreaban sus senos. A medida que una de las lenguas recorría sin prisa la aureola de sus pezones, otra, dejaba colgar un hilo de saliva que se extendía hasta los labios. Al sentir la vibración de la música golpeando detrás de las paredes, la joven cerró sus ojos. Sonreían, y se la comían viva.

Había alguien más que observaba al otro extremo del túnel. La piel que vestía era como la crema de porcelana que se prueba lamiendo primero el borde de su frasco. Quise amarla y masticar su alma hasta que no quedara nada de ella.

Inmóvil, atenta, testigo como yo del goce; también mantenía su distancia. Para mí era perfecta. Su cabello azul contrastaba con el naranja de los neones. Me costó quitarle los ojos de encima, pero con mucho esfuerzo logré bajar la mirada. Abrí mi carne, o la percepción óptica de mi carne y ajusté mis matices; esta vez, a la ya gastada cortina de tonos transparentes. Si alguien me viera venir vestido así, sería como el ver a una remembranza de rostros y luces mandarinas que vislumbran al ras del ojo, pero que cuando las buscas, ya no están allí. Me fui acercando a ella, invisible, pero reflejándolo todo.

Al llegar reconocí su olor y todo en mí se prensó.

Tan cerca, -ahora te tengo-  pensé. Giré la cabeza hacia la cogida que estaba por culminar. La otra joven, aquella que previamente se dejaba violar, intoxicada de sexo, apretaba las manos contra el concreto, desprendiendo un espasmo furioso. Luego le siguieron una cadena de rugidos roncos, ahogados, escalofriantes. Viré de nuevo, pero mi chica de porcelana, de cabellos azules y naranjas, a quien ya tenía conmigo, había desaparecido.

Cambié de nuevo mi configuración física haciéndola más humana, pero no continué mi camino hasta ver que el último de los chicos terminara de correrse.

*

Por ese pasillo de neones naranjas, se elevaba en pedazos, pasando a través de las ranuras de vidrio, un tenue hilo de perfume de mujer. Lentamente gobernó el humo asfixiante dentro del baño. Era la segunda vez que la percibía sin haber podido verla; su delicado aroma fulguraba al rozar la base de mi paladar. Como lo hace la cocaína virgen, cuando chorrea por la garganta, recién sacada como un pan del horno, algo así. Yo me había encerrado en unas de las cabinas para disolver y diseñar nuevos personajes entretanto cagaba en el inodoro. Los tubos fluorescentes, verdosos, que limitaban la base de esas cabinas; esos mismos instalados hace décadas atrás, titilaban, aún conservaban un poco de vida. La primera vez que sentí ese aroma fue tan solo hace un par de horas atrás, cuando la gente comenzaba a perder el control:

En el centro de la inmensa bóveda, abrumado, inhalé entre los jadeos, gruesas bocanadas de un vapor espeso y húmedo; delicioso y asqueroso al mismo tiempo, salpicado por la piel trémula, y por el aliento de una multitud bañada en sudor y escarcha. Exhausto y empapado, saboreé con la lengua la punzada dulzona que se guardaba secretamente dentro de aquella atmósfera. Fue ese perfume. No había podido ver quien lo llevaba, pero sí la olía a través de las impresionantes torres, hechas del cuerpo de mujeres semidesnudas, amontonadas entre los hombres que esperaban ansiosos para consumirlas, a lo largo del strobe de la gran cámara.

Cuando finalmente el Dj arrojó el beat y la audiencia levantó los brazos en un solo grito; ya el perfume que me desplazaba a otro tiempo, desprendido de una piel de porcelana, dormida sobre un musgo cubierto por la luz de la madrugada, se había disuelto por completo.

Y no logré ponerle una cara a esa delicia.

Pero volvió. Y era ahora, aquí en este baño, cuando saboreé nuevamente su presencia.

Un eco de tacones la acompañaban, así que tomé mi tiempo y esperé. Regresé a mi lugar ideal con ella, en donde yacía sin prendas. La encontraba acostada, y me recibía hundiendo sus pies en el terciopelo húmedo del pasto, cobijados por un manto lunar. Allí memoricé cada atributo de su rostro, el azul en su cabello, su piel de mermelada blanca. Metí mis dedos en su boca al mismo tiempo que la probaba, acelerando el ritmo, hasta vaciar en ella una corriente de perlas con cada disparo.

Pero aquí, dentro de esta cabina, permanecí inmóvil, atento, con la mirada perdida en el seguro de la puerta, en el ruido que venía de afuera; los grifos abiertos, el motor de los secadores, y el chillido detrás del rimel y las máscaras.

– Yo creo, que la trenza más gruesa en la personalidad del diseñador psicótico es … considerar que el sufrimiento de sus diseños es algo real al ser enfrentados ante el concepto del horror; y percibir los gritos como sinceros, cuando se les consume, o se les mata por placer … –

La chica de porcelana comenzaba a desdibujarse, así que empujé el seguro con mi pulgar y salí hasta los espejos. Ninguna de sus amigas olía como ella. Todas me observaban, como cuando se descubre al asesino al final del corredor pero el terror no permite que te muevas. De ellas, hedía un funesto olor a cigarrillo y saliva seca, enjuagadas en varios turnos de alcohol. Acerque mi nariz al cuello de la primera, cerrando los ojos. Luego la segunda, y la tercera. Estaba convencido. Ella ya no estaba allí.

                                                                           * *

Para poder llegar a los baños de la disco, había que recorrer un pasillo negro con luz anaranjada.

En él, una pareja acorralaba a una chica bajo los neones. Me quedé un rato observándolos. No había humanidad, solo una fuerza primitiva en como se agarraban; quizás, excitados aún más por la claustrofobia de estar encerrados en un pasillo, lleno de gente respirando con la boca abierta. Mientras el varón comía bordeando los labios de la más joven; la hembra, la mayor del trio, la acariciaba con una palma debajo de la falda, enredando la otra en su cabello, jalándola con fuerza hacia arriba para revelar la nuca y así ofrecerla a la boca del varón. Ambos provocaron en la chica un furioso gemido que fulminó la música de fondo.

Al fondo del pasillo, otro chico formando un diminuto remolino tornasol a la altura de su pecho; cambiando el color de su piel, y desvaneciéndose en el aire. El ácido sublime ya se deshacía en mi sangre. Sonreí y volví a disfrutar de los amantes. Habían acabado. Los tres se abrazaban en un coro de carcajadas, desgastados, en éxtasis. Se separaron, cada quien por su camino. – “Nunca más volverán a verse.” – pensé.

Me retiré. Necesitaba revisarme los ojos.

Ya en el baño, me acomodé el vestido y el cabello frente al cristal. Entré a una de las cabinas y me senté sobre el inodoro. Entre centenas de símbolos y calcomanías pegadas en la pared, una frase en particular, escrita con tinta desgastada, llamó mi atención: “… afuera, y para el desconocimiento de todos, tres figuras, atrapadas detrás de los espejos, se descomponen en silencio (23/5/2071) … ” Saqué de mi cartera un delineador y retoqué sus palabras, porque estaba segura de que no durarían escritas mucho tiempo. Luego, las taché, escondiéndolas debajo de una mancha negra.

Escuché a mis amigas entrar. Toqué con la punta del dedo el borde del frasco de perfume. Acaricié mi piel por debajo de la oreja, y salí. Ellas prefirieron esperar un rato más.

Entre la multitud, crucé las salas y los corredores. Llegué a la entrada que conectaba directo al callejón principal. Ya afuera, entre los caminos, una marea de personas iban y venían; vestidos con faldas cortas y pantalones traslúcidos. Algunos se decoraban con una aleación de barbas debajo de peinados perfectos. La mayoría de ellas, lucían sus ojos pulsando colores que combinaban con el de sus cabellos, suavemente atados por auras digitales.

                                                                             * * *

Los gritos de la joven acabaron segundos después de que su cuerpo se disipara: como una figura en una polaroid, pero a la inversa… o como la estela, o la resonancia que queda en el aire cuando el suspiro desaparece…

Así, la figura asesina disfrutó de las últimas sobras. – “… ésta estuvo muy muy buena …” – susurró. Así se quedó quieto en el sitio, exprimiendo lo poco que quedaba del pertubador gozo, con los ojos cerrados y la boca entreabierta; saboreando aquel perfume de porcelana que aún le chorreaba por la boca. Entonces, el diseñador cruzó la avenida principal, y antes de llegar a la acera se extinguió como un prisma que cae en un ácido de agua… en el agua de una ciudad de aquellos tiempos.

Nadie se percató del crimen, o nadie existía ya con la sensibilidad suficiente para reconocerlo. A lo lejos, bajo la tormenta, los reflectores chocaban con la tormenta. Las modelos continuaban bailando frenéticamente sobre los camiones entretanto la lluvia les lavaba las lágrimas y el maquillaje. Conmovidas, y sin saberlo, seguían a la perfección las instrucciones secretamente sembradas en sus cuerpos. Instrucciones de como mantenerse en movimiento, sin perder el ritmo, así estuvieran convencidas que estaban felices, y bailaban solo por el intenso placer que el bailar les producía.

 

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Muela

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