A propósito del escritor español Juan Bonilla, quien ganó el premio de la primera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, con su obra Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral, 2013), he hurgado en la vida de este rebelde personaje que da origen al texto. Vladimir Maiakovski (Baghdati, 1893 – Moscú, 1930), un poeta ruso de origen humilde, a lo largo de su vida hizo una obra completa, una mezcla contradicciones, de miseria y lujo, de amores y traiciones. Un poeta de una vida convulsionada, rebelde, agitada; un poeta que trabajaba para que su poesía no quedara en los libros, hermética, cerrada, sino para que pudiera trasladarse a la calle y sumergirse en la vida de los demás.
Cuentan las personas cercanas a Maiakovski que algo que resaltaba en el poeta siempre estaba en su forma de vestir, pues mientras que sus compañeros futuristas se vestían con trajes llamativos y refinados, en Maiakovski era común verlo una camisa amarilla en forma de remedo al obrero ruso de entonces. Y para tal fin, se compró muchas camisas del mismo tipo para andar casi a diario con ellas.
Y en su literatura también mostró ese estilo rebelde. Tal es el caso de sus obras de teatro, las cuales escandalizaron mucho a espectadores y a quienes como visitantes externos se enteraban de sus creaciones. Un hecho para el recuerdo ocurrió durante la primera representación de Vladimir Maiakovski (1914), donde el público mantuvo, en principio, una actitud despectiva en el Luna Park de Petrogrado. El actor Mguébrov, cronista de lo que ocurrió, contó que esa vez “Maiakovski llevaba su habitual blusa amarilla; iba de un lado para otro, fumaba de una forma natural, como si no estuviera en un escenario. A su alrededor se movían los muñecos. En sus movimientos y en sus palabras había algo de incomprensible y terrorífico, pero ¿es que acaso la vida no resulta también incomprensible y no está a veces llena de aconteceres terroríficos? Los espectadores se veían forzados a escuchar con atención y con sus comentarios llegaban casi en algunos momentos a representar el papel del coro. En efecto, cuando el poeta se dirige a los miserables muñecos gritando con su voz potente: ‘Vosotros, pobres ratas…. ‘, la sala se llenó de murmullos y risas contenidas que parecían sugerir el tímido arañar de las ratas a una puerta cerrada. Y en la escena final, el público comenzó a gritar: ‘No te vayas, Maiakovski…’”
Escribí todo esto
de vosotros
pobres ratas.
Sentí no tener pechos:
Os alimentaría como nodriza bonachona.
El propio Maiakovski en su autobiografía recuerda con vanidad que la obra teatral fue «desesperadamente silbada». Ese estilo lo hizo único e irrepetible. Fue admirador de Einstein e iniciador del futurismo en su país. Fue amigo bastante cercano del escritor Víktor Shlovski, uno de los primeros teóricos del formalismo ruso, pero enemigo a rabiar de Máximo Gorki y Filippo Marinetti.
Como político, militó en el Partido Bolchevique, motivo por el cual tuvo muchos problemas con las autoridades de Moscú durante largas temporadas. Fue detenido en varias oportunidades, la primera apenas a los 13 años acusado de formar parte de la imprenta clandestina del Partido Comunista. Pero algo más grave vendría después, cuando fuera encarcelado a los 17 años por organizar una fuga de mujeres que purgaban condena en una cárcel.
Se identificó con el poder de Lenin. Su labor fue constante, desde editar poesías hasta escribir obras de teatro y guiones cinematográficos para el Ejército Rojo y para las Instituciones del Estado obrero. Exaltó la figura del líder ruso en un poema y, por supuesto, la épica de la Unión Soviética en Octubre (1927). Del mismo modo, criticó la burocracia soviética a través de su comedia La chinche (1929).
Su espíritu siempre combativo y revolucionario lo llevó a publicar a los 19 años, junto a David Burliuk y Velimir Jlénbikov, su manifiesto futurista La bofetada al gusto del público (1924). Este manifiesto atacaba a la literatura del pasado y proponía “arrojar por la borda del barco de la Modernidad” a un grupo de autores importantes para la época, como era el caso de los grandes Dostoievski y Tolstoi.
Se ha dicho mucho sobre Maiakovski. Sobre todo, acerca de su muerte repentina. Diversos problemas políticos y personales pudieron ser la causa de su suicidio. Sin embargo, todo ello no excluyó su calidad poética y el valor literario que le dio a la poesía soviética de entonces y que, además, trascendió en el tiempo. El hecho de no ser comprendido se basa principalmente en cuestiones de tipo formal. Maiakovski usa constantemente elementos populares, tradiciones de la Edad Media, y artes circenses. Lo que pretende en el fondo es tratar de desligarse de aquel futurismo llano, simple. Por esa razón, quizá sea el poeta que mejor comprendió el cambio en las artes a partir de la vanguardia, tal como debería ser.
Finalmente, comprendido o no, Maiakovski se pegó un tiro un 14 de abril de 1930. Serían entonces las 10:15 a. m. cuando buscó a la muerte en el callejón de Lubianski. Dicen incluso que el revólver que usó fue el mismo que habría utilizado doce años antes para su papel en la película No nací para el dinero. En palabras de Stalin, Vladimir Maiakovski sería acaso el mejor poeta de la era soviética, un poeta que le declaró la guerra a la burguesía rusa y al poder, a la vida y a la propia muerte.
¡A todos!
No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor,
nada de chismes. Lili ámame.
Camarada gobierno, mi familia es: Lili Brik, mi madre, mis hermanas y Verónica Vitaldovna Polonskaya.
Si se ocupan de asegurarles una existencia decente, gracias.
Por favor den los poemas inconclusos a los Brik,
ellos los entenderán.
Como quien dice
la historia ha terminado.
El barco del amor
se ha estrellado
contra la vida cotidiana
Y estamos a mano
tú y yo
Entonces ¿para qué
reprocharnos mutuamente
por dolores y daños y golpes recibidos?