Historiador, periodista, crítico, intelectual profundamente comprometido con la defensa de los derechos humanos, Osvaldo Bayer falleció el pasado 24 de diciembre a los 91 años en Buenos Aires. Había nacido en Santa Fe en 1927, en el seno de una familia de origen alemán, y de su larga e intensa trayectoria se ocupa la biografía Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado, del periodista y escritor Germán Ferrari (1969).
Sus primeros antepasados en pisar suelo argentino llegaron en 1891 con el apellido Payr, que luego el padre de Osvaldo decidió cambiar a Bayer, “igual que las aspirinas”, tal como contó en una de las tantas entrevistas que dio en los últimos años. Y tras una infancia de mudanzas, a mediados de los ‘30 la familia se instaló en el barrio de Belgrano. Su madre era una ferviente católica y su padre un hombre de ideas socialistas; este nutrió a Osvaldo de los libros que fue leyendo apenas entrado a la adolescencia, de los que siempre recordaría Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, y el Werther de Goethe, además de otros autores alemanes como Rainer María Rilke, Hermann Hesse y Thomas Mann. Por aquellos tiempos también comenzó a interesarse por la música (escribiría muchas notas críticas) y se hizo un experto en Wagner.
Empezó y dejó la carrera de Medicina, y luego la de Filosofía, para finalmente estudiar periodismo. A los veinte años, dando una charla sobre Wagner, conoció a María Luisa (Marlies) Joos, también de ascendencia alemana, quien lo acompañaría el resto de su vida. En las décadas del 30 y del 40 la comunidad alemana estaba dividida entre los simpatizantes de Hitler y los adherentes al socialismo, y no pocas dificultades debió afrontar la pareja, ya que el padre de la novia era un individuo conservador y rígido. Entre 1952 y 1956 ambos se establecieron en el devastado Hamburgo de posguerra, donde él estudió Historia, y a su retorno a Argentina comenzó una carrera periodística que no abandonaría jamás.
Historia de la infamia
La prensa lo llevó por infinitos lugares del país, pero acaso el que siempre recordó con más intensidad fue su trabajo en el diario Esquel, de la ciudad patagónica del mismo nombre, y tras su despido la fundación de La chispa, un periódico independiente por el que lo expulsaron del lugar. Ya de regreso a Buenos Aires y colaborando con múltiples publicaciones, ingresó a Clarín, diario que apoyaba al presidente Arturo Frondizi y tiraba casi 300.000 ejemplares diarios. Allí trabajó durante más de un década, siendo uno de sus secretarios de redacción. Entre fines de los 50 y principios de los 60, en una Argentina convulsionada por el cambiante e incierto panorama político, Bayer comenzó su militancia en el sindicato de la prensa, llegando a ocupar altos cargos en el gremio, incluida la secretaría general entre 1962 y 1964.
Fue ese también el tiempo que compartió con algunos nombres relevantes del periodismo de la vecina orilla, entre ellos Rogelio García Lupo, Rodolfo Walsh, Gregorio Selser, David Viñas, Juan Gelman, Roberto Cossa, Andrés Rivera, de quienes guardaría en algunos casos una incondicionalidad afectiva e intelectual, y otros de los que terminaría alejándose. Y ese también fue el tiempo de leer detenidamente a algunos referentes del anarquismo como Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin y Rudolf Rocker, y de acercarse a algunas organizaciones de corte anarquista, tanto en el terreno sindical como en el del pensamiento.
Impulsado por esos nuevos vínculos, a fines de los ’60 y escribiendo en la revista Todo es Historia, fundada por Félix Luna, investigó la figura de uno de los personajes más controvertidos del anarquismo porteño, y publicó en 1970 Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, libro que rápidamente agotó sus primeras ediciones. Dos años más tarde aparecerá el primero de los cuatro tomos de su obra fundamental, Los vengadores de la Patagonia trágica, también conocida como La Patagonia rebelde, en la que aborda los episodios ocurridos en aquella zona en 1921, cuando fueron fusilados unos 1.500 trabajadores rurales a manos del ejército. Su anterior estancia en Esquel y múltiples visitas a los lugares donde ocurrió la tragedia, sirvieron para que Bayer recogiera infinidad de testimonios de los sobrevivientes y conociera a fondo los detalles de una de las mayores infamias de la historia argentina.
Exilio y regreso
La Patagonia rebelde fue adaptada al cine por el director Héctor Olivera. Protagonizada por Héctor Alterio, Federico Luppi y Pepe Soriano, fue estrenada en 1974 tras un largo camino de prohibiciones y permisos, batiendo récords de público (en Uruguay la dictadura prohibió su estreno sin haberla visto). Y fue también una de las últimas razones por las que Bayer fue amenazado de muerte por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), obligándolo a radicarse con su familia nuevamente en Alemania, donde permaneció hasta fines de 1983.
En su obligado exilio conoció a Osvaldo Soriano, con quien forjó una enorme amistad que solo se vio interrumpida por la muerte del autor de Triste, solitario y final. Al regreso de la democracia a su país, retornó al periodismo y se dedicó de lleno a la defensa de los derechos humanos, apoyando en particular la labor de las Madres de Plaza de Mayo. Bayer terminaría distanciándose de Hebe de Bonafini tras una dura polémica a propósito de la intervención de los hermanos Schoklender en la organización y de otras actitudes de la fundadora (“Hebe llevó a la perdición a las Madres cuando las hizo oficialistas”).
Su obra literaria fue en aumento desde entonces. A Exilio, textos que publicó junto a su entrañable Juan Gelman en 1984, fue sumando la novela Rainer y Minou, de 2001, y otros libros de investigación y ensayos. También se volcó al cine, guionando varias películas, entre ellas el documental Awka Liwen, sobre la situación de los pueblos originarios diezmados en el siglo XIX, en particular tras la llamada Conquista del Desierto liderada por el general Julio Argentino Roca. Independiente, librepensador, Bayer fue sin embargo cuestionado por el apoyo que dio a los Kirchner en su política de derechos humanos, y por su simpatía hacia la Revolución cubana, a pesar de las denuncias al régimen realizadas desde el anarquismo.
Aunque parezca extraño en una biografía, la de Ferrari peca de exhaustividad. Son muchas las páginas que el autor dedica a recordar a los integrantes de las organizaciones sindicales de los 60, cuando Bayer militaba en ellas, y que ningún lector, por avezado que sea, podría memorizar. Esa exhaustividad se repite una y otra vez, como cuando da los nombres de los veintiséis integrantes de la cooperativa que editó la revista El Porteño, enumeración que quita vigor narrativo al texto y poco aporta al itinerario de uno de los pensadores más destacados de las últimas décadas.
Osvaldo Bayer. El rebelde esperanzado, de Germán Ferrari, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2018, 523 páginas