Calentó una jarra de chocolate hasta el punto máximo de ebullición, la sirvió en cinco tazones e hizo que la bebieran apresuradamente, de un sólo sorbo. Se calcinaron faringes e intestinos.
Murieron en un par de horas.
La imagen de los niños fue un impedimento moral para la persistencia de sus actos. Los cuerpos aún tibios por el líquido ardiente, las mejillas inflamadas, las lenguas irritadas sobre sus labios encarnados; la garganta escaldada de los pequeños parecía dolerle. Le recordaron su propia infancia, confinada bajo la incuria de su padre: un matarife del Rastro Municipal.
No soportó la ternura en los cuerpos de los infantes, tomó la pala y se dirigió al jardín… se arrepintió, se trataba un acto demasiado ingenuo, pues encontrarían los cuerpos sepultados con gran facilidad. ¡El cuchillo!, pensó…, aún así, tardaría horas en escindirlos. Se dirigió al corredor, enfiló a la puerta que dirige a la carnicería —negocio familiar que se administra a un costado de su antiguo domicilio—. Una sonrisa de satisfacción se trazó en su rostro, al ver de nuevo el blanco inmaculado del recinto. Los ganchos para separar intersticios, las cuchillas cortas de hoja estrecha, los cuchillos de media luna, los cortantes y las sierras para productos congelados, todo se encontraba en el mismo lugar. Tomó las afiladas sierras manuales y las observó contenidamente. Volvió a ser un niño. Giró hacia la cámara de congelación, todo le parecía adecuado para suprimir la ternura, depurar la inocencia y concebirlo a su antojo, sin la menor especulación. Se decidió al final por la sierra eléctrica. El ruido casi melódico de las navajas le produjo deleite. Usó los mismos cortes de ternera para desmembrarlos. En cinco horas descuartizó los tres cuerpos en treinta partes iguales. Los introdujo en un molino para carne. Empaquetó el producto en tiras de plástico y las compactó en la cámara fría. El rocío de la mañana acarreaba ya a los primeros empleados.
Salió del lugar con los tacones de su madre puestos, serpenteando por las calles inclinadas del extrarradio, tarareando esa canción, la melodía de siempre, aquella balada que se entona cuando todo sale bien: Baby its slow / when lights / go low / there’s no help / No…