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Todo film es político

Confesion Slider?

El arte cinematográfico que trabaja temas histórico-políticos implica ciertos retos para el espectador. Hay quienes quizás se detengan en plena trama para buscar información sobre los eventos narrados o quienes, por el contrario, como con una especie de fe en el director, prefieren continuar sumergidos en la narrativa aun sin tener conocimiento sobre los eventos expuestos. En mi caso, cuando comencé a ver La confesión o L’aveu (1970) de Konstantinos (Costa) Gavras,  desconocía los eventos políticos que giraban alrededor de Antón (o Gérard), el protagonista. Sin embargo, opté por disfrutar (o sufrir) el filme sin detenerme a buscar información. Advierto que deseé hacerlo en varias ocasiones, no obstante, la representación de la tortura psicológica está tan bien lograda que no se necesita conocer su contexto histórico para admirar la pieza. Por supuesto, una vez vista la obra indagué acerca de los pormenores del famoso montaje del juicio sucedido en Praga en 1952 bajo el gobierno soviético estalinista. La película es una puesta en escena del libro de Artur London, L’aveu, en el que detalla lo ocurrido cuando fue apresado, torturado y enjuiciado.

La confesión captó la atención y el repudio de los partidos comunistas europeos al momento de su estreno, pues puso en tela de juicio su estado a partir de los actos atroces que se habían cometido en Checoslovaquia durante su tercera república después de la Segunda Guerra Mundial (1945-1960). En específico, en 1948 hubo un periodo de gran represión estalinista cuando los soviéticos tomaron el control en ciertas zonas del país. Por eso no fue representada en algunos países aunque esto no fue impedimento para que fuera premiada en 1971 con la cinta plateada del Sindicato Nacional de Periodistas Cinematográficos en Italia y con el más alto galardón a la cinta extranjera del National Board of Review de los Estados Unidos, así como a la mejor película extranjera de los premios Sant Jordi. Ésta también fue nominada por los premios BAFTA y los Golden Globes Awards. Por lo tanto, es seguro decir que la cinta tiene sus propios méritos sin tener que apoyarse en la importancia histórica que ocupa. La obra capta imágenes perturbadoras que revelan la desesperación del interrogado. Sin embargo, lo que mejor se logra es transmitir la consternación del personaje a la audiencia. Costa-Gavras muestra una serie de actos tortuosos, físicos y psicológicos, en contra de Gérard. Y aunque es cierto que todos estos modos de tortura están basados en hechos reales, el trabajo de dirección fílmica al igual que la actuación del elenco son magistrales y aportan a la calidad de la pieza. Algunos ejemplos de las torturas que experimentó el personaje son: el tener que estar constantemente caminando en la celda, poco tiempo para comer y para dormir (y solo puede hacerlo en una posición específica) y limitarle las cantidades de agua. No obstante, lo que más le afecta a Antón es que se le exige que confiese hechos que no cometió. Con insistencia se le reclama que diga la verdad, que exprese y delate actos de traición que supuestamente había cometido. Inmediatamente el público reconoce que Gérard no sabe de qué se trata, que no es un traidor y que no es culpable de lo que se le acusa. Luego, tras meses de intentar sacarle la confesión de lo no cometido, incluso al punto de hacerle creer que lo ahorcarían, los medios de tortura comienzan a modificarse.      Este cambio de juego da entrada a un nuevo personaje, Kohoutek, el elegante interrogador que con amabilidad logrará de una vez por todas la falsa confesión que el partido necesita del personaje. Redactan varias micro confesiones, basándose en hechos reales y conclusiones ficticias. En varias ocasiones Gérard recalca que los eventos no ocurrieron de ese modo pero ulteriormente el agobio, el cansancio y el aparente buen trato de su interrogador le hacen ceder el temple y firma las acusaciones. Poco a poco vemos cómo accede de forma fragmentada a aceptar la falsa confesión. Al final, ya en el juicio, el público conoce que se están acusando a catorce oficiales comunistas de alto rango y que la mayoría es de origen judío. Los cargos que se les imputan son conspirar en contra del gobierno y el partido. De estos, once fueron condenados a muerte y ejecutados, solo tres sobrevivieron entre los que se encontraba Gérard. Por supuesto, en estos momentos el espectador sabe que, del mismo modo que la confesión del protagonista fue forzada, así también fueron las confesiones de todos los acusados. Se reconoce que vivieron el mismo proceso tortuoso que la pieza muestra a través de la narración de Antón y que el juicio es un espectáculo público para eliminar del panorama político a estos individuos (así como para ocultar sucesos llevados a cabo por otros).      A pesar de mostrar la crudeza de los actos sucedidos, el filme igualmente revela el dolor y la pesadilla que vivieron estas personas a través de un proceso en el que se les obligó a auto-implicarse. De cierto modo, el público sufre ante lo que se presenta, ante una historia que pone en vilo los estándares de la honestidad. Que tener la conciencia tranquila no es suficiente si los demás te señalan como culpable. Costa-Gavras expone fehacientemente el sentimiento de impotencia que viven los personajes acusados, al mismo tiempo que presenta los aspectos más crueles del comunismo soviético, estableciendo uno de los filmes políticos más descarnado que existen de acuerdo a la crítica cinematográfica.

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