Cervantes
un principiante que promete mucho
Shakespeare
un jovencito que dará que hablar.
N. Parra
Esto no es una novela ni una nouvelle o un cuento largo. Es un registro o, como decía Parra, un “resumen de la materia tratada hasta aquí”. El libro de Jorge Armando Ramírez da un repaso por temas y preguntas a las que la literatura ya se ha acercado pero ahora con el giro de la resignación a donde los límites de la posmodernidad nos orillan, es decir, si antes el nihilismo y su idea decadente de la civilización nos ofrecían respuestas y/o propuestas de rendición, formas de asimilar o de incorporarse al ritmo de la vida, con La extinta morada, Jorge Armando Ramírez nos recuerda que eso es imposible, que la soledad es el camino y la verdad y la vida, que nunca alcanzamos a ser o identificarnos con el otro, porque tampoco alcanzamos a hacerlo con nosotros mismos. Ya desde el inicio, con unos epígrafes implacables de Beckett, Perec y Novalis, se nos advierte hacia dónde se dirige la novela, si es que con el título no tenemos suficiente.
La novela sigue a tres personajes que son narrados de forma alternada, Braulio, un anciano, Mauro, su hijo y Tadeo, quien fundó una comuna a donde Mauro se va a vivir un tiempo, se narra alternadamente capítulo tras capítulo, en la historia. Uno en tercera persona, otro en segunda y otro en primera. Utiliza tres momentos principales en los que intercambia el tiempo. Uno, en el que su Mauro ingresa a la comuna de psicólogos en las afueras de una ciudad; otra, cuando abandona ese lugar y otro cuando debe regresar a su antigua casa en busca de Braulio, su padre enfermo y perdido en la ciudad. Según Cirlot, la casa es el lugar femenino, la madre ausente, la morada extinta en la que se nos introduce en el título se termina por difuminar con la muerte de esa otra forma de pertenecer representada por el padre. Lo curioso de haber abandonado el seno familiar tras la muerte de su madre y hacer “un último y desesperado intento por alejarte de cualquier espejo que regrese la imagen de la que ya estás harto. […] En definitiva, pretendes encontrar la forma inmediata de estar en el mundo, de permitirte disfrutarlo sin que nadie delate tu posible impostura” (Ramírez 27), es que nunca se deja de buscar esa casa arrebatada, y terminar por darse cuenta que eso imposible, no hay casa inmutable porque el hombre nunca es el mismo, la realidad tampoco y la idea de comunidad que pudiera surgir resulta siempre un despropósito que con el tiempo se demuestra innecesario. Quizá en el fondo esa es la meta principal de la muerte: que no observemos el final pronosticado, la ausencia de un hogar y cómo el crecer no es más que ese indetenible alejamiento de la casa, de la pertenencia.
Hace poco leía a Gustavo Faverón Patriau, un escritor peruano radicado en USA, decir en su cuenta de Facebook que: “El peor déficit de la ficción contemporánea en general, pero notoriamente de la ficción en castellano, es que casi nadie escribe sobre ideas. Es como si, de tanto repudiar la alegoría en favor de la novela (para decirlo siguiendo a Borges) ahora los novelistas creyeran que solo se puede contar historias sobre gente y no historias sobre nociones, emociones, pánicos y pulsiones. Quizás es tiempo de hacer la novela una cosa un poco más abstracta, volver a 1922 y comenzar otra vez desde ahí”. La extinta morada no cuenta la vida de la gente sino, como las novelas publicadas en 1922, entre ellas En busca del tiempo perdido y Ulises, busca contar ideas, mostrar ideas. Por eso es por lo que al principio de este texto decíamos que el libro de Jorge Armando Ramírez no es una novela sino el resumen de la materia tratada hasta aquí, como dijo Novalis: “La filosofía es en realidad nostalgia, un impulso de estar en todas partes en casa”. Esta novela nos confirma que esa casa ya no es habitable, que ya todos somos extranjeros e inadaptados, que ya la han derrumbado en esa búsqueda por gentrificar, adornar, hacer un copy-paste hasta de la educación, como dice Fito Páez: “habrá que declararse incompetente en todas las materias del mercado”. El libro de Jorge Armando Ramírez no es una novela sino muchas, en sus apenas 87 páginas.