La literatura mexicana vive una renovación constante. Jóvenes plumas aparecen en el horizonte día a día y sin descanso. Si hace algunos años aún era imprescindible vivir en la Ciudad de México, las nuevas tecnologías y los movimientos literarios llegados principalmente del Norte han roto el centralismo cultural. Lo mejor es que esa misma ruptura se da también en los géneros, tonos y temas. Desde poetas hasta ensayistas, y desde novelistas hasta vanguardistas de las redes sociales, la literatura nacional ofrece una multiplicidad de propuestas, tan amplia y colorida, como el propio territorio.
Ese mismo abanico siempre activo provoca un fenómeno de autofagia casi natural. La literatura mexicana se alimenta a sí misma. Existe un mercado, varios circuitos y un sinfín de proyectos, oficiales y de la sociedad civil, que mantienen un flujo constante de nombres, obras y sellos. Sin embargo, el dinamismo de la literatura mexicana al interior no es el mismo que al exterior. Si bien los autores nacionales han reconocido siempre abrevaderos internacionales para alimentar su obra, los escritores mexicanos suelen saltar fronteras sólo hasta que han sido “avalados” por academias extranjeras. A la limitante anterior se le suma el lenguaje. En países no hispanohablantes se vuelve casi imposible tener un eco importante si no es a partir de traducciones.
El fenómeno en Estados Unidos se da en este sentido. A pesar de los millones de latinos que viven en el país, la literatura en español, y con ella las letras mexicanas, sigue estando rezagada en comparación con las letras anglosajonas.
En este panorama un esfuerzo como el de la antología Tiempos irredentos. Unrepentant times de Nagari/Katakana Editores, proyecto cultural comandado por Omar Villasana, es trascendental. El volumen no sólo muestra a jóvenes escritores mexicanos con una calidad destacada, sino que además los presenta traducidos. A partir del engranaje español-inglés, inglés-español, los textos bilingües seguramente encontrarán cauces de exposición en los diversos circuitos literarios de Estados Unidos. De esta manera, desde académicos, hasta amantes de la lectura, podrán gozar de una mirada, actual y precisa, de algunas de las voces más interesantes de las letras nacionales.
La antología abre con el prólogo de Elena Poniatowska, ella misma una representante internacional de la literatura mexicana, quien señala la línea argumental del libro: “En cada una de las historias prevalece la originalidad y el gozo de la escritura, rasgos que distinguen a los autores, pero también está presente la violencia, móvil de cada uno de los relatos y que fue la consigna bajo la cual mi amigo Omar Villasaña —compilador de la edición— convocó a los narradores”.
Para sustentar lo establecido en las primeras líneas, el primero de los cuentos corre a cargo de Alberto Chimal, de las firmas mexicanas más importantes de la última década. Su texto, titulado “Frío”, no decepciona al lector. Como ya lo ha demostrado una y otra vez en su obra, Chimal vuelve a combinar lo perverso con la candidez, lo doméstico con lo místico, lo grotesco con lo sacro, para brindarnos una excelente pieza narrativa que seduce desde las primeras líneas: “Cosme Valek es su seudónimo. Su nombre de batalla. Su identidad secreta. Quién sabe cómo se llamará de veras. Estoy en su consultorio de paredes blancas y piso blanco”.
Los otro antologados, cuyos cuentos mantienen la intensidad de la apertura, son Erika Merguren, Isaí Moreno, Yuri Herrera, Úrsula Fuentesberain y Lorea Canales, en ese orden. Con este conjunto de autores, Nagari/Katakana Editores comienza un camino editorial que seguramente establecerá puentes no sólo entre la literatura mexicana y Estados Unidos, sino entre las letras en castellano y el resto del mundo.