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¿Sueñan los ricos con pobres felices?

Los 62 individuos más ricos del planeta tienen tanto dinero como 3.500 millones de personas, la mitad de la población mundial.

Lo reveló hace poco Oxfam, una organización no gubernamental (ONG) sin fines de lucro que lucha por erradicar la pobreza y el hambre, en un reporte publicado en enero, poco antes de la reunión del Foro Económico Mundial en la ciudad suiza de Davos.

Hace dos años, en enero de 2014, Oxfam informó que las 85 personas más ricas del mundo tenían la misma cantidad de dinero que la mitad de la población mundial. Y luego, en abril de ese mismo año, la ONG tuvo que modificar la cifra, después de un estudio de la revista Forbes: ya no eran 85 individuos los dueños de la riqueza de la mitad de la población mundial, sino 67. Ahora, menos de dos años después, son 62.

Casi la mitad de estos 62 superricos son estadounidenses, 17 son europeos y el resto es de China, Brasil, México, Japón, Arabia Saudita y otros países.

El capital se sigue concentrando en menos manos. Según Oxfam, la riqueza de los 62 multimillonarios ha crecido el 44 por ciento desde 2010, mientras que los recursos de los 3.500 millones más pobres han disminuido el 41 por ciento.

“El mundo es mucho más desigual, y la tendencia ascendente de la desigualdad se está acelerando”, dijo la directora ejecutiva de Oxfam, Winnie Byanima.

En América Latina, el continente con más disparidad, en 2014 el uno por ciento de la población controlaba el 41 por ciento de la riqueza. Pero si la desigualdad sigue aumentando al mismo ritmo, se calcula que en 2022 ese uno por ciento tendrá en sus manos el 99 por ciento de la riqueza de Latinoamérica.

Además, la caída de los precios de las materias primas amenaza con devolver a la pobreza a los 200 millones que salieron de la miseria entre 2002 y 2012. El problema es que escapar de las estadísticas de la precariedad económica no quiere decir necesariamente que se deje de ser pobre. Muchas de las personas que dejaron de figurar en los índices de pobreza han seguido sobreviviendo en condiciones de vulnerabilidad; la pérdida del empleo u otro desastre puede lanzarlos de vuelta al nivel inferior de la pirámide social.

La economista Rosa Cañete dijo que los gobiernos deben desarrollar “políticas que consigan equilibrar esta desigualdad mediante la obtención de mayores recursos por parte de los que más tienen para invertirlos en políticas públicas que garanticen los derechos de todos”.

Lamentablemente, eso no va a ser tan fácil, ni en América Latina ni en ninguna otra parte. Como dijo la directora ejecutiva de Oxfam, “las empresas multinacionales y las elites económicas juegan con unas normas distintas al resto, y rehúsan pagar los impuestos necesarios para que la sociedad funcione adecuadamente”.

Esta es la forma en que evaden los impuestos: Gabriel Zucman, profesor de la Universidad de California en Berkeley, ha calculado que unos 7,6 billones de dólares en patrimonios de individuos están en paraísos fiscales, fuera de los países donde residen esos individuos. Y 188 de las 201 mayores empresas del mundo están presentes por lo menos en un paraíso fiscal. Si se gravaran las enormes sumas escamoteadas al fisco, con el ingreso podría salvarse del hambre a los casi 900 millones de personas que padecen de malnutrición crónica. Podría erradicarse la pobreza mundial.

Pero la mayoría de los gobiernos no toma las medidas necesarias para aliviar una inequidad tan injusta como escandalosa. Una inequidad que condena a casi 900 millones de personas a la malnutrición crónica, que obliga a más de 3.000 millones de personas a vivir con menos de 2,50 dólares al día, mientras los acaudalados y sus aliados en el campo de la política disfrutan en lo alto de la pirámide una riqueza nunca antes vista. En medio de su jolgorio irresponsable e insolidario, deberían preguntarse por cuánto tiempo más la desigualdad será sostenible.

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