Con Rendición, Ray Loriga logra un punto interesante de sordidez, comedia y apocalipsis en una estructura narrativa tipo diario que va enganchando en cada página. Con una descripción psicológica y emocional notable, es una historia de amor y desamor, pero también de rebeliones y de rendiciones. El tono en primera persona es tan sincero como cómico, ingenuo y muy triste. Luego de diez años de guerra, sin entender bien por qué ni quien ganó, pero con el dolor de tener a sus dos hijos en el frente de batalla, el narrador nos comenta la ciudad transparente, el campo de refugiados al que va a parar junto a su esposa, un niño que adoptaron como su hijo y todo el pueblo. En la ciudad transparente a nadie le falta un plato de comida, ni trabajo ni vivienda, pero a través de las paredes se puede ver todo y se perdió la privacidad. Todos a su alrededor están conformes e incluso felices; fueron desplazados hasta de su propio inconformismo. Las cosas ya no huelen. El narrador empieza a sufrir sus contradicciones vitales porque no se puede estar bien siempre. Lo privado se convierte en público y todo es sometido a la votación de la mayoría. Lo que está bien escrito no necesita de procedimientos para bajar línea. Leí a Ray Loriga a mediado de los 90 cuando era el ícono del escritor rockero madrileño con Héroes, hermoso libro de relatos que tenía esa linda historia del chico que se metía en la canción de David Bowie. Más escritor con Caídos del cielo, obra de culto y muy de época sobre la huida sin rumbo de un chico y una chica secuestrada. Con la futurista Tokio ya no nos quiere pasaba a ser uno de los escritores que más me gustaban por aquellos tiempos, con la historia del dealer que vende una droga para perder la memoria y así borrar los recuerdos no deseados. Rendición tiene lo mejor de Loriga.