Es desconcertante saber que alguien pueda dañar una obra de arte expuesta en un museo. Es más desconcertante aún saber que esta obra de arte es una pieza de cerámica que pertenece a la antigua dinastía Han de China del 200 AC-300 DC y es valorada en un millón de dólares. Pero cuando presenciamos este acto realizado por un artista contemporáneo importante, nos preguntamos el sentido de esta acción. En un acto de provocación, el artista chino Ai Weiwei se fotografió quebrando uno de estas piezas invaluables. Después, un plácido domingo en Miami, un visitante hizo lo mismo en su muestra del Pérez Art Museum (PAM). Esta persona, ante los ojos de los guardias de seguridad, levantó uno de los dieciséis jarrones de la dinastía Han y lo soltó para quebrarlo en pedazos. Como lo muestra el video del incidente en el Museo, el visitante se mostraba sereno luego de lo que había hecho. Y cuando fue detenido por las autoridades y le preguntaron porque había roto el jarrón, respondió que lo hizo en protesta por la falta de representación de artistas locales en los museos y ferias de arte en Miami. El visitante era Máximo Caminero, artista plástico de pintura modernista con influencias de pintores como Tamayo y Matta.
Tras el desconcierto y la indignación de los representantes del museo, Caminero se disculpó en una conferencia de prensa y dijo que no tenía idea que el jarrón estuviera valorado en un millón de dólares. A Caminero le pareció que el jarrón que estaba cubierto con pintura de pared, era un jarrón de Home Depot. “Pero el jarrón era mío” dijo de una manera filosófica y casi misericordiosa Ai Weiwei cuando se enteró del incidente.
Pero, ¿a cuántos de nosotros no se nos ha escapado un traste de la cocina en un momento de ira? ¿O un teléfono? ¿O un dispositivo electrónico ahora que es tan difícil separarnos de ellos? Las emociones y los objetos parecen estar ligados de alguna manera misteriosa. Rompemos objetos también en señal de alegría, como cuando molemos a palos una piñata o en el caso de los griegos cuando quiebran copas de vidrio en momentos de celebración. Y mucha gente todavía disfruta de los globos de agua en época de carnavales que se avientan para reventarse.
Con la curiosidad de la historia del jarronazo vigente, me fui a visitar la muestra en el museo PAMM. Al llegar al complejo cultural del PAMM -que también incluye un futuro museo de ciencia-, me percaté de la relevancia de este proyecto. La ubicación del museo tiene un atractivo estratégico, ha unido magistralmente el paisaje turístico de Miami: espejos de agua de mar, vegetación paradisiaca y embarcaciones sofisticadas con la arquitectura postmodernista, el arte y pronto la ciencia.
Tenía que hacer esta visita para entender la protesta del jarronazo. En la sala principal del museo PAMM, la obra de Ai Weiwei muestra su fuerza metafórica y política ineludible. Las instalaciones, objetos, esculturas y fotografías expresan la voz de los más silenciados en China y los que sienten que han perdido la libertad de expresión.
Ai Weiwei es grande. Sabía que era grande pero en ese espacio del PAMM, la fuerza de la voz que Ai Weiwei ha logrado hacer llegar a las masas de gente en diversas parte del mundo (Ai atribuye gran parte de su popularidad al internet) fue cuidadosamente calibrada por los curadores de esta exposición.
En la sala donde se encontraban los dieciséis jarrones, solo quedan quince y un guardia de seguridad más para reforzar la vigilancia de la instalación. No pude resistir escuchar los susurros de la gente al entrar a esta sala acerca del artista de Miami que había quebrado el jarrón. Era como si el incidente del jarronazo hubiera añadido un elemento sonoro lleno de argumentos y conjeturas acerca del valor que se le atribuye a una obra de arte. Aparte de sustentar la instalación de Weiwei, estas especulaciones del público parecían haber favorecido la muestra incrementando la asistencia.
Como parte de la muestra, textos de Ai Weiwei son proyectados en una de las paredes del magnífico anfiteatro del museo. En este escenario discreto pero contundente, me senté a leer y sentí la seriedad del compromiso que Ai Weiwei tiene con los menos afortunados en China. En este espacio sobrio de muros de concreto, se percibe esa voz que este artista poderoso y sensible ha sabido diseminar con su trabajo.
Ai Weiwei vivió en carne propia la perdida de libertad de expresión que el tanto protege y promueve con su trabajo. En el 2010 fue acusado erróneamente por evasión de impuestos y llevado en custodia permaneciendo ochenta días en prisión. Pero las razones de su arresto parecían haber sido otras. Ai Weiwei se encontraba en medio de una investigación que indagaba acerca de los materiales de construcción utilizados para la construcción de los colegios derrumbados durante el terremoto del 2008 en Sichuan.
Mientras estaba perdida en esta experiencia subliminal, creí entender porque Caminero había tenido esa reacción de protesta en la sala del museo. Si Caminero fue atrapado por ese deseo de libertad que profesa Ai en sus ideas y en su arte sacando a la luz la voz del más débil, del indigente, del reprimido, entonces esa protesta espontanea de la cual habló Caminero en una de sus entrevistas, que lo llevó a romper el jarrón a pedazos, no es justificada pero si sentida, es quizás absurda, pero cargada de simbolismo. Caminero protestó por sus propios ideales como artista visual en Miami, pero en mi entender se dejó atrapar por la voz de Ai Weiwei que trasciende las fronteras ideológicas rescatando el sentido más puro y la apreciación por la libertad de expresión en este mundo global.
httpv://youtu.be/5eboKTSOukk