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Prólogo de Pilar Quintana a «Húmedos, sucios y violentos» de Kathy Serrano

El otro que nos habita

Pilar Quintana

Húmedos, sucios y violentos —qué gran título— contiene sesenta y seis microcuentos, repartidos en tres partes, Furiosos, Juegos y Oscuros, cada una con veintidós relatos, y, al cierre, en Migraciones, la cuarta parte, una obra de teatro breve llamada En muchos lugares del mundo.

Vi En muchos lugares del mundo en el Microteatro Lima en 2019. Eran dos actores jóvenes, un hombre y una mujer, en un cuarto pequeño y cerrado, sin más escenografía que unas prendas colgadas en ganchos. El público: sentado en bancos contra las paredes. Una puesta en escena sin aspavientos ni pirotecnia, que no necesita de más artificios porque su fuerza está en el texto. Se trata de los dolores, las dificultades y, sobre todo, las violencias que sufren los migrantes. Dura solo veinte minutos, pero es una obra grande: que comunica, mueve y transforma. A mí —literalmente— me hizo llorar y me dejó apaleada.

Los microcuentos de Húmedos, sucios y violentos hacen lo mismo. Son como un puño a la cara. Primero, la sacudida; luego, el desconcierto, la ofuscación; y al final, más tarde, cuando las emociones se han asentado, el moretón.

El archivo en PDF de la primera edición, que fue la que leí, tiene 182 páginas; los contenidos de la autora terminan en la 173. No es un libro corto, tampoco demasiado largo. Todos los textos, eso sí, son mínimos. El cuento más breve es de una línea: «Cuando despertó, su pene ya no estaba allí». Los más extensos, «Los lobos y Caperucita», «Bahía Arena» y «Del otro lado», tienen tres páginas. La obra de teatro, doce. Si embargo, no es una lectura que se deba hacer rápido o de corrido. Mi recomendación es leerse este libro en pequeñas dosis, como suelo hacer con los poemas: uno por día. La inquietud, como el veneno y el perfume, en frascos pequeños.

***

«Hace un momento he dejado mi cuerpo desnudo colgado en el baño». La frase es de «Vergüenza post mortem», sobre un hombre que murió asfixiado por el cinturón que ató a su cuello para darse mayor placer durante la masturbación. Se siente avergonzado, pero no porque al encontrarlo lo tomen por un suicida sino porque verán su pene erecto.

En Húmedos, sucios y violentos encontramos voces de gente muerta, agonizante, anestesiada, dormida y que todavía no nace. Gente que no está aquí, con nosotros en este mundo, que contempla su vida desde afuera y nos trae noticias —oscuras y perturbadoras— del otro lado.

Nos hablan en primera persona, como el suicida involuntario del cuento ya mencionado. Le hablan en segunda persona a un interlocutor: «Creo que ya se enteraron de que algo en ti no palpita», le dice una gemela a la otra en el vientre de su madre. O los conocemos a través de narradores externos en tercera persona: «Recuerda a su padre sobre ella».

Algunas de las protagonistas son víctimas, mujeres y niñas asesinadas o abusadas; otras son victimarias, Caperucitas vengativas y señoras criminales que encuentran placer en hacer el mal; otras más, deseantes, mujeres jóvenes o maduras, dueñas de sus placeres o dominadas por ellos, que descubren o redescubren su sexualidad. Y, así, entre los protagonistas hombres están los amados y los amantes, los cercenados y los canibalizados y los borrachos, los agresivos y los depredadores.

El libro da una vuelta completa alrededor de la condición humana y consigue darnos un panorama chocante y a la vez aterrador. La familia de «Familia perfecta» es perfecta y hace feliz a la protagonista porque todos sus miembros están muertos. La muerte, una presencia constante, se pasea unas veces furiosa y otras, seductora. Desde niña, el personaje de «Caballos» la ha presentido y por fin la encuentra sobre la alfombra de su casa. A la de «Contrato con la Muerte», aunque la esperaba con ansias, la toma por sorpresa. Hay asesinatos, suicidios y accidentes, muchos accidentes, y una cantidad notable de historias con médicos: un cardiólogo, una neurocirujana, una sexóloga, un odontólogo, una médica general, varias enfermeras, cirujanos y médicos de urgencias.

Hay, también, relatos juguetones sobre el placer y las exploraciones sexuales, pero en el deseo, según lo pinta la autora, siempre hay algo bestial. Aromas, salivaciones, saboreos, impulsos, penetraciones salvajes, la excitación salida de control. En «Servicio cama adentro» la nueva gata del padre Antonio se convierte en mujer y en «Invasión canina» es una perrita la que se transforma en «una mujer alargada y con cola». En «Cuestión de prevención» una mujer de larga cola compra un perro en el Barrio Chino para no seguir pasando sola sus días en celo. En «Cálido turismo» hay tratos sexuales con dragones y en «La puta Soledad» con una mezcla de perro y hombre.

Los niños —bebés, impúberes, adolescentes— de algunos cuentos son monstruosos: con la cabeza rapada y repleta de costuras, muertos, fantasmales, secuestrados, desaparecidos, violados, obsesionados, ganosos o extraños. En «Cárdenas»: la protagonista, una tímida niña de ocho años, se recuerda «regresando a casa con un ladrillo en cada mano». En «Del otro lado» un padre le advierte a su esposa que no deje a su hija, una niña que todavía tiene muñecas, verse al espejo. «La verdadera Alicia», dice, «la está esperando del otro lado».

¿Cuál es la verdadera Alicia? El cuento lo deja en suspenso, pero tal vez eso es lo que Kathy Serrano nos está invitando a reconocer. El otro que nos habita, ese que abominamos, que nos espanta y que procuramos ocultar hasta de nosotros mismos: nuestra sombra.

 

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