Apertura
Un checo se gana la eternidad
con su teclado seteando el futuro
como sentadito en Ocean Drive.
Los ojos a un cielo sin nubes,
esquivando las copas de las palmeras,
descubren un sol omnipresente
que se descompone en un flare abrasador.
Una estampida de flamencos
salidos de una postal abarrota
una imaginaria alfombra roja.
A vuelo rasante,
un mar calmo y cínico quiere salpicarnos los párpados.
Cuando el neon resalta las letras del nombre,
el checo
–que en aquel entonces era también eslovaco–
lo apoya con una percusión suntuosa.
La ciudad sin sombra no da tregua
y la windsurfer improvisa una acrobática vanidad
solo para refrescarse el cabello.
Unos pechos turgentes e inquietos,
sin cara,
acopian atenciones turísticas.
Héctor profesa una derecha de técnica depurada
que replica cuadro a cuadro
el manual de estilo Jai Alai.
Sobre el océano ya más crespado y rocoso,
el vértigo creciente.
Una a una emergen las estrellas
y ocupan el centro de la escena.
Los gates escupen.
Fustas inclementes disparan babeantes corceles
hacia el infinito desatino humano.
Una flota Rolls Royce espera paciente
la irrupción de su capricho.
Edificios al pie de la playa esconden
el templo del despilfarro.
Vuelo rasante y suicida.
Dos papagayos ensayan
una coreografía de son caribeño.
Un galgo que paga 6 a 1 desata maldiciones
en casi todos los apostadores.
El sur pujante
–recién lavadito–
se expresa en los brotes espejados de Brickell Avenue.
Dos bellezas integradas en bikinis
abandonan la terraza art deco
para levitar rumbo al muelle.
En algún momento deberían cruzarse
con el Checo
–que en aquel entonces era también eslovaco–
quien ya debería ir cerrando
su inmortal performance.
Una regata de lanchas offshore diagrama
estelas tan blancas que señalan como flechas
los cólicos a punto de embarcar en los cruceros del puerto.
Downtown recibe la noche
texturando sus edificios con lucecitas monocromáticas.
Hay un fade a negro,
una pausa
mínima pero suficiente para que el mundo reflexione
sobre la reinvención,
una más,
de esta ciudad esquizofrénica y caótica.
Una corta reflexión porque al final de esa apertura memorable,
ese mundo solo espera una cosa:
que aparezca de una vez Sonny Crockett
y encierre a ese narco
hijo de su puta madre.
Bilis Angelical
¿Dónde dejé mi bilis angelical?
¿Dónde?
¿En el burdel de calle solitaria?
¿En el vino barato del Seven Eleven?
¿En el alley donde pinté tu nombre con orines?
¿Dónde?
¿En las entrañas de un mendigo?
¿En los ojos del possom de la medianoche?
¿En el vómito de Washington Ave?
¿Dónde?
Volveré sobre mis pasos
intercalando cada tanto
un pas de deux.