Después de la tormenta, viene el drama. Tras varios días de incesantes nevadas, aprovechamos un intervalo climático favorable para asistir al teatro. Fuimos a ver un montaje escogido por pura intuición, gracias a palabras como “autoficción”, “Namibia” o “decolonial”, captadas al vuelo en una sinopsis que encontramos en internet. El espectáculo se llamaba Pistes, dirigido por Natalia Fontalvo, el cual se basa en un texto dramático de la autora francesa-senegalesa Penda Diouf. La representación se realizó en el marco del festival internacional de artes multidisciplinarias y electrónicas “Mois multi”, que se desarrolló durante todo el mes de febrero en diversos teatros, galerías, librerías y espacios culturales de la ciudad de Quebec. El nombre del festival señala el carácter abierto, híbrido y experimental de los espectáculos, performances, exposiciones, talleres y conferencias que se dieron lugar, de los cuales –lamentablemente– no puedo detallar gran cosa, pues el único evento al que pude asistir fue este al que ustedes están por seguir la pista.
De entrada, en lugar de acomodar al público en las butacas del teatro Premier Acte, nos hicieron ingresar al pequeño escenario, cercado por cortinas blancas que servían como pantallas donde se proyectaban en el horizonte inmediato las imágenes de un desierto inexpugnable, campos de concentración y trenes repletos con africanos encadenados. Ochenta espectadores, de pie, reducidos a la incertidumbre del acto por/venir. Daba la impresión de ser uno más de aquellos hombres, mujeres y niños hacinados en vagones que transpiran la libertad amputada por el colonialismo. Aquel efecto asfixiante comenzó a volverse vibración musical gracias al performance de la brasileira Flávia Nascimento, quien cantaba y tocaba la percusión, al tiempo que la actriz Carla Mezquita Honhon caminaba entre nosotros y nos introducía en la trama. Después de varios minutos, las imágenes se apagaron, las telas cayeron y las butacas del teatro al fin se revelaron frente a nosotros. Se nos invitó amablemente a sentarnos.
Pistes es un relato de viaje, pero transportado a la modalidad dramática. Es la historia personal de la autora, Penda Diouf, a raíz de un viaje de descubrimiento que realizó por Namibia, país del sudoeste africano en el que se interesó debido a la admiración que guardaba por el atleta Frankie Fredericks, medallista olímpico en 100 y 200 metros planos. De ahí la metáfora de las pistas y desafíos por superar. La historia de su viaje conecta con la vivencia de su propio cuerpo racializado, marginalizado y humillado por la sociedad y las instituciones educativas francesas, pero también se enlaza con otra gran historia olvidada, el genocidio de los hereros y nama, ocurrido en el África del Sudoeste alemana a principios del siglo XX.
El montaje era un ir y venir, una carrera que mezclaba este despiadado episodio histórico con la música en vivo, el juego desgarrador de la actriz con elementos textiles que llegaban a involucrar al público y las imágenes que se desplegaban como otra dimensión significante. Todo ello, por cierto, me ayudaba a comprender mejor el mensaje, pues como migrante que soy, la lengua francesa todavía me resulta un paisaje nublado de sentidos.
Salimos emocionados de la función, con un nudo en la garganta y conscientes de que, como humanidad, la situación de hombres y mujeres marginalizados y violentados aún se repite, sin ningún tipo de decoro, en las noticias día a día. Se vienen a mi memoria, sin más, las crudas escenas de migrantes deportados desde Estados Unidos a paisitos que nada que ver como Costa Rica o Panamá, que agachan la cabeza para permitir el paso de migrantes de Yemen, Azerbaiyán, Vietnam, Georgia, Rusia, China, Jordania, Uzbekistán, Afganistán, Vietnam, China, Tayikistán, Kirguistán, Camerún, Somalia, Ghana, Pakistán, Nepal, Angola, Somalia y Sri Lanka; familias completas, menores de edad, mujeres embarazadas, personas mayores, tratados como criminales, encerrados en “albergues” que, en realidad, son centros de detención, expulsados de un sistema que propone, a su vez, levantar imperios turísticos sobre cadáveres y ciudades demolidas.
Después de la tormenta, viene el drama de un mundo que las potencias se reparten como un pastel. Como dice el poema de Vallejo, “la vida me gusta mucho menos hoy”; sin embargo, la experiencia del arte abierto, del teatro de múltiples prismas, construido desde la diferencia creadora, el ensamblaje de la dignidad y la reivindicación de la memoria, nos conmueve y nos arroja hacia la pista de una resistencia impostergable, la única que nos permita soñar con una primavera posible.