Pedazos de tiempo traducidos por una hoja de arce

    Estamos hechos de contrastes culturales y claroscuros históricos. De acercamientos que se postergan y de reconciliaciones incumplidas. La poesía nos despierta con su golpe de ráfaga, nos recuerda que las heridas solo sanan cuando se ventilan, cuando las palabras, tanto tiempo arrodilladas, se ponen de pie de nuevo y los fantasmas cobran voz. De esto nos habla el poemario Des morceaux de temps (Pedazos de tiempo), de Jean Sioui, poeta de la nación Wendat que hoy habita en una reserva urbana en la Ciudad de Quebec, Canadá.

     El libro fue publicado en 2023 por la editorial montrealense Mémoire d’encrier, sello reconocible por sus finas portadas monocromáticas y su cuidada maquetación interior. Una propuesta editorial que propone, además, un nuevo horizonte de textos y de autores, una apertura hacia un diálogo postergado entre sociedades y paradigmas. El libro llegó a mis manos en noviembre del 2024, un fin de semana que visitamos, por casualidad, una Feria del libro de primeras naciones, como bien confirmo gracias a la dedicatoria del autor, que me escribió “tiawenhk” de su propia mano, lo que quiere decir “gracias” en wendat.

     Como de costumbre, releo tarde los poemas, traduzco del francés a duras penas y reseño a deshoras, perdido entre interpretaciones e historias que se iluminan con sabiduría ambivalente. Mis pensamientos, que no terminan de hallar la salida de su propio laberinto identitario, convergen con un violento intercambio histórico que sucedió en el norte de América.

     De entrada, el libro se plantea como el llamado de un anciano al blanco, que pudo ser su amigo, pero la posibilidad de una relación solo podía darse si se miraban “cara a cara”. El lenguaje poético, con todos sus restos de carnicería, aprendizajes impuestos y de libertades oprimidas, se muestra como el camino facilitador de otro encuentro.

     El poeta ha tenido la oportunidad de escribir y publicar gracias a que logró vencer el alcoholismo, como cuenta Sioui en el prólogo. La poesía fue su tabla de salvación en medio del naufragio que supone sentirse “un sueño de voces fantasmas”, una de las tantas imágenes que lo frecuentan. La condición de crecer en un medio que prohibía su cultura y condenaba el espíritu de su pueblo a las sombras, llevaba a los miembros de las reservas a sumergirse en las drogas y la bebida. Son hoy conocidas las políticas que entre los siglos XIX y XX se practicaron en Canadá para promover el aislamiento de los pueblos autóctonos, frenar el uso de sus lenguas y la separación e internamiento de niños separados de sus familias. Esta cruda parte de la historia ya se entrevé en el epígrafe de Charles Péguy con que inicia el libro “La invasión de la vida interior es infinitamente más peligrosa para un pueblo que una ocupación territorial”.

     Cuerpo, lenguaje y territorio, todos en recuperación y reactivación simbólica, son la madeja que teje este poemario iluminado por las paradojas del desencuentro:

 

Vivo en una reducción

que un bus atraviesa

para llegar a la ciudad

 

Proyecto imágenes sobre los árboles

en los límites de una tierra

comprada después del robo

de mis cuarenta acres

 

Vos visitás mis senderos iluminados

 

Guardá tus fotos en el álbum de viajes

 

Recuerdo de un camino de luz

nacido a punta de nuestras raíces

 

     El poema no se trata de una fachada turística, no ofrece una mirada tranquilizadora del mundo. Resulta estremecedor el contraste entre esta idea del viaje despreocupado del paseante, sin compromiso con las inequidades detrás de los discursos de reconciliación. La realidad histórica desperdiga semillas de certeza desoladora entre los versos.

     No obstante, a través de la poesía es posible sanar. Virar la mirada hacia la naturaleza confirma el vigor por recuperar el ser en este mundo. Las raíces se nutren de las líneas familiares, que significan el arraigo con toda forma de vida de su territorio:

 

Soy del clan de los osos

 

Dejé un lápiz sobre un tronco

 

Les pedí a los osos dibujar

mi árbol genealógico

    Como soy del clan de los Oses (el apellido de mi madre), traducir este poema me activó la emoción fonética de mis raíces, la casa materna, los tíos y las tías, los primos y las primas, las gallinas, los conejos y la milpa, la genealogía de una infancia extinta cerca de un volcán. Sensación similar me invadió cuando me encontré con la voz de Sioui que nombraba, simbólicamente, otra de mis raíces nominales:

 

Un árbol me escribió

sobre una hoja de arce

que le recuerde al mundo

esculpir corazones

sobre su cuerpo

 

     Como también soy del clan de los Arce, percibir este mensaje entre las hojas me estremece desde la raíz del árbol que yerguen mis palabras.

     Un factor que llamó mi atención del sistema literario de Québec, y de Canadá en general, es la cantidad de voces y editoriales que se suman a la traducción y a la publicación de autores autóctonos. La literatura se vuelve una luz para estas memorias que, en algún momento, se ha querido abiertamente eliminar. Cuando he ido a las ferias del libro, me encuentro una oferta de relatos, poesía, novelas, teatro, investigaciones, de buena calidad y propuesta confrontativa, con casas editoriales independientes como Tryptique y Hanneronak, fundada por el mismo Jean Sioui, además de Mémoire d’encrier.

     Pocos refugios de diálogo quedan abiertos, la expansión del populismo fascista marcha irrefrenable por el mundo y la situación parece encaminarse hacia el exterminio. Por eso necesitamos una poesía capaz de cruzar nuestras miradas entre los helechos, como lo sugiere el último poema del libro. Volver a las raíces del espíritu procurando, siempre, encontrarnos con el otro, comprendiendo las cicatrices de nuestras herencias. Esta esperanza, acaso fantasmal, quizás sea el último bastión que nos salve de la debacle de este verano hecho pedazos.

 

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