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París me matas

Un simple trayecto desde su natal Barcelona a la ciudad de París que significó para un veinteañero Enrique Vila-Matas un rito de iniciación literaria. A mediados de los años setenta el escritor aún inédito vivió entre febrero de 1974 a enero de 1976 en la capital francesa, lugar de sus héroes literarios –Georges Perec, Celine y tantos otros– con la intención de buscar inspiración para escribir su primera novela, La asesina ilustrada. Para vivir esa vida de escritor que supone debe tener, alquila una buhardilla propiedad de un mito de las letras francesas, Marguerite Duras. Pero las cosas no salen como piensa. Esos dos años que lo marcaron a fuego, donde la joven promesa catalana se encuentra con otros escritores que viven allí su sueño de artista, han quedado reflejados en la autobiografía París no se acaba nuncapremio Rómulo Gallegos.

A través del recurso de la autoficción Vila-Matas explica su vida de idealizado poeta maldito en esa ciudad mítica, ya que sólo desde otro relato mítico –la construcción de su vida– se puede abordar París. En las páginas de esta obra, también, resuena otro escritor que la abordó y sumó ladrillos a su leyenda: Ernest Hemingway y París era una fiesta.

Para Vila-Matas, París y la cultura francesa son el punto de partida y llegada, el sitio en que todo artista debe estar. Con esta posición, a su vez, el autor catalán se suma a una lista de otros compatriotas con el mismo destino. Si bien la emigración española a Francia comienza en el siglo XIX y, básicamente, por cuestiones económicas, en los años anteriores a la Guerra Civil y poco después, siempre hubo españoles que buscaron ese país, y más precisamente París como destino, ya sea como exiliados políticos o como artistas en busca de nuevos aires de inspiración. Escritores como Pío Baroja, Azorín y Unamuno – por nombrar las caras más visibles de la Generación del 98– tuvieron “su experiencia francesa”, algo si se piensa lógico: la cultura francesa era el faro de Occidente, y autores como Balzac y los poetas simbolistas como Rimbaud y Mallarmé, lecturas de formación.

Durante las primeras décadas del siglo XX otros escritores españoles siguen emigrando a Francia seducidos por el surrealismo y otras vanguardias artísticas en plena ebullición. Aún cuando en España los problemas políticos se fueron disipando después de los primeros años de la Guerra Civil Española, la tendencia de la elección de los artistas españoles continuó a Francia. Es necesario destacar que el nacimiento de nuevas vanguardias en el cine –nouvelle vague– como en la literatura y filosofía – OuLiPo y existencialismo–seducen a intelectuales de otras culturas como a españoles en las décadas de los ´60 y ’70.

“Fui a París a mediados de los años setenta y fui allí muy pobre y muy infeliz”, escribe el autor apenas empieza el libro. La distancia que dan los años otorga el placer de ser impiadoso consigo mismo. Pero la obra, con ese estilo que lo sostiene, confiesa años vitales de su formación.

Vila-Matas está en París, la ciudad de sus ídolos literarios, sabe medianamente el idioma francés, ama caminar por sus calles, abrazar la bella arquitectura francesa, y vive en una idílica buhardilla propiedad de una escritora que es una “vaca sagrada” como Marguerite Duras.  Sin embargo el joven autor piensa que todavía algo le falta para abrazar la cultura francesa, la vuelta no está del todo completa. Se da cuenta por fin que un escritor además de serlo, debe parecerlo. Con humor, confiesa:

“Vestía con ropa negra de la cabeza a los pies. Me compré dos pares de gafas, dos pares idénticos, que no necesitaba para nada, me las compré para parecer más intelectual. Y me puse a fumar pipa, que juzgaba (quizá influido por fotografías de Jean-Paul Sartre en el Café de Flore) que quedaba más interesante que dar caladas a simples cigarrillos. Pero sólo fumaba en pipa en público, pues no podía gastar tanto dinero en tabaco perfumado. A veces, en la terraza de algún café, mientras simulaba leer algún poeta maldito francés, me hacía el intelectual y dejaba la pipa en el cenicero (a veces la pipa no estaba ni encendida) y me sacaba las gafas con las que aparentemente leía y me quitaba las otras, que eran idénticas a las primeras y con las que tampoco podía leer nada. Pero eso no me hacía sufrir demasiado, porque yo no pretendía leer en público a los poetas malditos franceses, sino simular que era un profundo intelectual de terraza de café de París”.

Como se lee, Vila-Matas es despiadado con el joven que ha sido. El humor anudado a la ironía es una de las claves de su estilo, y lo que hace tan disfrutable este libro que el autor define como “autoficción”, los hechos se funden en un trabajo de imaginación, y ofrecen una obra de calidad artística.

En el libro hay otro entrecruzamiento con la cultura francesa y es la estructura que eligió Vila-Matas para elaborar su autobiografía, que toca a un mito de la literatura del país. Si la estructura posee la sombra de una obra de Baudelaire, ese espíritu no termina en el poeta maldito. En una entrevista con el diario El País de España, el periodista Sergi Pàmies le comenta al escritor su respeto por el lado poco edificante de escritores como su extravagante casera Duras, a lo que Vila-Matas le confiesa que “estoy un poco harto de los yernos ideales, de todos esos escritores pulcros, limpios y ordenados que tanto proliferan. En cambio, hablo de esos otros escritores que no están en el cuadro de honor del colegio, conflictivos, poco o nada edificantes, cargados de defectos pero con talento. Creo que ese lado de Duras me influyó al escribir”. Marguerite Duras ayudó a forjar el estilo que utilizó en La asesina ilustrada pero mientras escribe en su buhardilla parisina las referencias literarias continúan sucediéndose, con “paneos” de libros de Boris Vian o Guy Debord, produciendo algo que solía hacer también un referente del cine francés como el director de Breathless.

Vila-Matas narra En París no se acaba nunca el encuentro con otros compatriotas que buscan como él embriagarse de esa cultura. En esos encuentros, el autor comenta uno sumamente particular con el joven millonario y excéntrico Tomás Moll –escritor inédito que prepara un libro– que siempre está acompañado por un secretario venezolano. Cuando Vila-Matas le pregunta el motivo de su libro al joven, se unen el presente, la generación del escritor catalán, con el pasado mítico español literario, ya que se hace referencia a Pío Baroja. Es una manera en la cual Vila-Matas reafirma que él es parte de una tradición española:

“A través de la recogida de datos sobre la vida que llevó Baroja hacia 1912 en su primer exilio en París iba preparando un libro que propondría un modelo de vida a escritores que se hubieran exiliado o tuvieran en el futuro que hacerlo: un modelo impecable, basado en la búsqueda descarada de la felicidad y diametralmente opuesto a la nada modélica vida que, según él, había llevado Baroja en París cuando en una asquerosa mesa con tapete escribía El árbol de la ciencia en su infame habitación del horrendo Hotel Bretonne de la rue Vaugirard”.

Una cultura no termina sólo en su literatura y, como dice el autor, París no se acaba nunca. Si en los escritores francesas Vila-Matas haya una sensibilidad, no lo es menos la inspiración que le produce caminar por sus calles. El autor catalán sabe que toda ciudad es una obra colectiva como una toma de rehenes:

“Hay pasajes de París en los que su cerrada atmósfera parece estar presagiando el fin de siglo. De nuestro mundo, por ejemplo. De nuestros días en París, como me sucedió a mí. Son los passages largamentes estudiados por Walter Benjamin, pasajes cubiertos que a veces pueden parecernos muy bellos pero cuya asfixiante atmósfera puede acabar recordándonos la de nuestra alma cuando en momentos melancólicos se impregna de realismo y nos dice la verdad, nos anuncia que el fin está próximo. Decía Louis-Ferdinand Céline en Mort a crédit que el siniestro passage Choiseul, el propio pasaje, había acabado siendo consciente de su innoble asfixia”.

Los cafés son el lugar donde la arquitectura y la literatura se juntan. La cultura ha hecho de los bares un sitio adecuado para intercambiar ideas, reflexionar sobre el mundo y las obras literarias que están escribiendo. En sus terrazas los autores locales, pero también aquellos extranjeros que saben íntimamente que Francia es la “cultura alta” de occidente y se sienten privilegiados de estar allí, pertencer a una clase única de creadores cosmopolitas, observan a la gente pasar ya que la contempación es otra manera de descifrar la realidad. Observar es otra manera de leer.  Vila-Matas tiene su lugar preferido en París y es el Café de Flore cuando afirma que “ya el día en que fui por primera vez al Flore sospeché que entrar en él significaba pedir asilo literario en el café, pasar a formar parte de una cadena de generaciones de escritores que se habían exiliado allí, exactamente allí. Yo aquel primer día sentí que ingresar en el Flore significaba abrazar una orden de escritores desplazados, aceptar algo parecido a la delegación de una continuidad”.

En ese lugar que Vila-Matas se siente un privilegiado, aunque en ese el linaje de pertenecer haya un riesgo: no estar a la altura de las circunstancias, es decir, la vara de la calidad literaria puede ser muy alta, algo que en el fondo le da pavor al joven aprendiz de artista que es el catalán.

Finalmente, Vila-Matas logra terminar su novela, como lo afirma en este trabajo. El mito francés ha sido tan importante que aún cuando han pasado más de treinta años, la leyenda de París sigue gravitando en su vida.

La sombra de Hemingway sobrevuela en toda la obra. Desde el título que Vila-Matas toma del libro del autor americano que también cayó rendido a Francia y a su capital. Esto es cierto, lo que resulta sumamente interesante al pensar que Vila-Matas ama la cultura francesa y, para reforzar aún más su pasión, utiliza a otro mítico autor para darle valor a su idea de que París es el lugar de todo artista. Como escribe Hemingway en el epígrafe del libro, “si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida”.

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