Hace algunos meses, quienes nos interesamos en ese género emergente que es el microrrelato nos dimos con la noticia de que la editorial española Paréntesis cerraba sus puertas. Imagino que por culpa de la crisis, la razón del momento para echar abajo cualquier iniciativa editorial en la península, no lo sé, el hecho es que, de la noche a la mañana, los autores que había publicado en dicha casa vieron sus libros en la calle, sin nueva oportunidad de llegar a los lectores. Pienso en particular en el caso de Jesús Esnaola (Donostia, 1966), quien con Los años de lluvia, su primer libro, aunque no su primera incursión en el género, supo convertirse en un referente para quienes escribimos (o intentamos hacerlo) microrrelatos. Por eso, quienes hemos leído Los años de lluvia no podemos más que sentirnos defraudados frente a la suerte que le ha tocado vivir al libro, un conjunto de ficciones breves cada cual mejor que la otra, pero que por razones que son ajenas a las literarias terminó sus días en el sótano de una editorial moribunda (antes de la guillotina reservada a los ejemplares que no se vendieron).
He de confesar que no solamente he leído Los años de lluvia el año pasado y ahora, con ocasión de esta reseña, sino varias veces pues los microrrelatos de Jesús Esnaola se leen de manera fulgurante debido a esa poco frecuente mezcla de un estilo sencillo con unas ambientes intensos, en los cuales late una multitud de significados. Que no se me malentienda, por favor. Cuando digo estilo sencillo me refiero, antes que nada, a una manera de escribir que va directa al grano, sin florituras ni preciosismos, un lenguaje en el que cada elemento contribuye a desarrollar esas atmósferas tan propias a Esnaola, espacios de imprevistos, circunstancias de sorpresas, vertiginosas varias, algunas horrendas, las cuales no se encuentran exentas de humor. Al mismo tiempo, por medio de alusiones o ambigüedades finales, el estilo de Jesús Esnaola subraya intrigas que son dejadas abiertas, cuando no plantea desenlaces inesperados, gracias a la capacidad evocadora, el poder de sugestión del microrrelato, según lo entiende el autor español. De hecho, los mejores textos de Los años de lluvia –pienso, por ejemplo, en “Capitalismo”, “Mariposas”, “Sensaciones”– conjugan muy bien la necesidad concisión con la necesidad de entregarle al microrrelato una trascendencia singular.
Dividido en dos grandes secciones “Un vago secreto” y “El tiempo de papel”, las cuales le dan coherencia global a los textos, Los años de lluvia muestra la solvencia de su autor pues casi siempre se mantiene la calidad de lo contado, se manifiesta el cuidado en la palabra; en muy raras ocasiones decae el aliento narrativo (pienso en particular en algunos de los microrrelatos del final que bien pudieron ser editados sin que se perdiera la impresión global). Es bien sabido que el microrrelato como género exige del autor las dos cualidades que la lectura del libro me hace reconocer el Jesús Esnaola, el trabajo en el lenguaje y la necesidad de formular con un puñado de palabras un texto que no se cierre en la interpretación sino que se despliegue a una multitud de interpretaciones. Dejo, en ese sentido, una muestra de la narrativa del autor español, un microrrelato que, a mi parecer, manifiesta bien lo que es la literatura de Jesús Esnaola, una literatura que apuesta por lo breve como medio de acceso al mundo, que en su realismo cuenta anécdotas que, poco a poco, adquieren un espesor y un alcance que escapan de la comprensión clara o unívoca del texto, sino que plantea toda una serie de posibles que quedan ahí, dispuesto a que el lector los atrape:
El chubasquero
Mañana va a llover, dijo Matías Orozco mirando al cielo despejado ante el pelotón de fusilamiento.
A la voz de fuego del sargento Romero, los seis soldados que formaban el pelotón dispararon y Matías cayó al suelo. Cuando los soldados se retiraron, el sargento se acercó al cuerpo de Matías y contó los impactos de bala: sólo cinco. Furioso, se dirigió al barracón, el cobarde que había fallado el disparo se iba a enterar de quién era él, pero no le hizo falta preguntarlo. Hipólito González preparaba sobre su catre la ropa del día siguiente, de permiso; entre las prendas seleccionadas estaba el chubasquero.
Espero leer otra vez Los años de lluvia pero ya no en el ejemplar de Paréntesis sino en una nueva edición. Me es sublevante imaginar que los lectores de microrrelatos, cada vez mayores en su número, no tengan la posibilidad de acceder a la primera publicación de Jesús Esnaola. De poco sirve el activismo del español, su generosidad para promover el trabajo literario de sus coetáneos, discutir todo lo relacionado con el género en nuestros días, en el marco de talleres, encuentros, entrevistas, cuando resulta complicado, si no imposible, acceder a su propuesta literaria. Quedan advertidos editores, españoles y latinoamericanos, Los años de lluvia se encuentran libres y buscando un editor. Acoger el libro de Jesús Esnaola en sus catálogos sería un acto de estricta justicia.
Félix Terrones