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Noche tropical en New York

Miami tiene una larga tradición literaria de género noir  con nombre y apellido: Noir Tropical


 

Siempre hay un motivo para volver a New York. Esta vez mi hotel quedaba en el SOHO, cerca a la librería McNally donde debía llegar a las 7:30PM. En esos días New York era castigada por una tormenta invernal, felizmente el trayecto era corto. En la puerta de entrada a McNally, un cartelito con una palmera anunciaba que Pedro Medina León daría una charla sobre el Noir Tropical de Miami. Entre amigos, interesados en el tema y curiosos, eran pocas las sillas que quedaban libres y a todos los identificaba un denominador común: “¿Qué es el Noir Tropical? Más allá de Miami Vice, de Miami no se conoce nada”.

Miami se inscribió como ciudad en 1896, y sus primeras manifestaciones literarias de trascendencia empezaron a aparecer hacia la década de 1940, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, tras experimentar un grandísimo crecimiento demográfico. Davis Dresser, marinero de parche en el ojo, abandonó el oficio para dedicarse a su verdadera vocación: escribir libros. Una veintena de ellos fueron novelas policiales o de misterio ambientadas en Miami, pero un Miami rubio y de ojos azules, muy diferente al que conocemos ahora. De sus obras nació el inspector privado Michael Shayne, hombre apuesto y elgante que se movía entre lo más selecto de Biscayne Bay y Miami Beach, y que fue el primero en ser llevado a la televisión, por la cadena NBC.

Para muchos la cuenta de representantes del noir en Miami empieza en la segunda mitad de la década de 1960, con las novelas del inspector Travis McGee, personaje de Jhon D Mac Donald. Después de servir a las fuerzas armadas en la Segunda Guerra Mundial, Mac Donald había adoptado al sur de la Florida como su nueva casa. La saga de Travis McGee ha sido uno de los grandes best sellers del género y, aunque sus tramas no son propiamente ambientadas en Miami, si no en Fort Lauderdale, aprovechando mucho sus playas, se le considera un autor local (en esa época, ni Miami Beach era parte de Miami).

Hacia finales de los setenta y durante los ochenta, Miami fue la puerta de entrada de cocaína al país, los asesinatos a sangre fría habían colapsado la morgue y los cuerpos debían acumularse en carritos de compra de Publix o en camiones que le prestaba la cadena Burger King, y el anglo empezaba a sentirse invadido por el latinoamericano. Sin embargo, esa fue una de las etapas más prolíficas de la literatura, incluso el debate sobre cuál es la gran novela de Miami se remonta a ella. Parte de la crítica considera que 8thStreet de Douglas Fairbairn, es precisamente esa gran novela. Esta novelita pulp, cuenta la historia de Mead, anglo, dueño de un dealer de autos en la Calle 8, que es extorsionado por la mafia cubana. Mead, además, es testigo del cambio por el que atraviesa la ciudad, ya sea en la Calle 8 donde empieza a tomar coladitas en cada esquina y almorzar lechón, o en Miami Beach, donde vivía en un hostal, que también se veía “invadida” por judíos y cubanos llegados en el éxodo del Mariel. Pero más valioso fue el aporte de Charles Willeford, creador de la saga de cuatro novelas del inspector Hoke Moseley, implacable a la hora de resolver un crimen, aunque un anti héroe en todo el sentido de la palabra: vivía en el hostal “El Dorado”, y se desenvolvía en ese hampa en el que se convirtieron el Downtown y Miami Beach debido a la presencia de latinoamericanos.

Cuando Miami se encontraba en el punto más bajo de la pendiente en 1984, se estrenó la teleserie Miami Vice, que tomó los elementos prestados de las novelas noir, los combinó con colores pastel y aprovechó todos los beneficios que ofrece la pantalla. Sin proponérselo, la serie alcanzó los niveles más altos de rating a nivel nacional y Miami empezó a respirar otros aires. Entonces surguió un noir con patente propio, tropical, con palmeras, cerca al mar, con choque de culturas anglo e hispana. No es casualidad que la segunda edición de Stick, de Elmore Leonard, otro de los grandes representantes del Noir Tropical, en la portada lleve como imagen una camisa con palmeritas; y que en Miami Blues, de Charles Willeford, igualmente en la portada de su segunda edición, aparezca una mujer en traje de baño entre dos palmeras.

Llegar en los ochenta a Miami siendo hispanohablante era sinónimo de delincuente, y allí llegó el escritor español Juan Carlos Castillón desde Centroamérica, con un visado de tránsito, y se quedó veinte años. Aunque su novela Nieve sobre Miami vio la luz en el 2003, fue escrita quince años antes y es la única obra en nuestro idioma, de esa época, que se asoma al Noir Tropical. Con una portada de Ocean Drive y sus luces de neón, cuenta la historia del Loco, un ex guerrillero Centroamericano que emigra con la idea del American Dream, pero pronto se da cuenta que para llevar un Rolex en la muñeca y sentarse al volante de un convertible, había que meterse en el negocio del narcotráfico. Castillón igualmente nos muestra en este libro el choque de culturas entre el hispano y el anglo, así como la rivalidad entre las distintas comunidades de hispanos, además de retratar el submundo –que no retrata el anglo por falta de conocimiento– de los trabajos de dishwasher del recién llegado, de las habitaciones de bajo presupuesto compartidas por varios inquilinos, de la nostalgia a la tierra lejana y la santería.

Los legítimos herederos del Noir Tropical en estos días quizá sean Les Standiford y Caarl Hiaasen, a pesar de que aquí hay muchísimos que lo escriben. Standiford, quien ha compilado la antología de cuentos Miami Noir, en la que reúne a quince autores y cada uno escribe un cuento ambientado en una zona distinta, es además una de las voces más autorizadas para hablar del tema. En español es poco lo que se encuentra, el cubano Andrés Hernández Alende hace unos años publicó la novela el Ocaso, que prometía ser la saga policial del detective Fernando Estrada, pero no ha dado más frutos.

Entre los asistentes a McNally se encontraba la escritora y académica Naida Saavedra, a quien le dimos la palabra en el panel. Saavedra sostiene que la literatura en español se encuentra en un gran momento al cual ha llamado New Latino Boom, y que parte de ese boom era que estuviéramos ahí, hablando sobre libros y literatura, pero en nuestro idioma. Es cierto que la literatura en español ha crecido mucho en los últimos diez años, pero soy escéptico cuando pienso en su futuro, porque esto que se está viviendo ahora no se recicla, no tiene sucesores, los que vienen detrás de nosotros –nuestro descendientes– son angloparlantes. En mi caso, cuando empecé a impulsar la literatura en Estados Unidos, era un joven de poco menos de treinta, ahora soy un cuarentón que sigue siendo el joven que tiene una propuesta alternativa –lo dicho: no hay sucesores–. Lo que sí es cierto, y esto me da tranquilidad, es que el público para nuestra literatura, acá en Estados Unidos, se reciclará mientras existan universidades con programas de maestrías en Literatura y Doctorados en español, que por suerte los hay cada vez más. Después de la intervención de Naida y el intercambio de preguntas y respuestas con el público, cerramos la actividad con la firma de algunos de mis libros.

La despedida con los amigos afuera de la librería fue breve, la noche del SOHO estaba más fría que cuando llegué, la vereda se había cubierto por una capa de hielo, brillante como la escarcha, y las palabras parecían congelarse con la estela de humo violeta que salía de nuestras bocas. Cada quien tenía una ruta diferente, la mía fue rumbo al West, por Prince Street, con las manos en los bolsillos del abrigo, encorvado por el frío, barriendo el suelo con la mirada y siguiendo las coordenadas que marcara mi instinto para llegar al hotel.

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