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Nobel a las distancias cortas

Por Carlos López-Aguirre

Una vez un comentarista deportivo comentó durante unos Juegos Olímpicos que todas las medallas valían exactamente igual, no importaba si había corrido en menos de diez segundos los cien metros planos o si habías competido en el maratón, en ambos casos, había un mérito que debía premiarse.

Aquel comentario me recordó las incontables veces que había escuchado ese cierto desprecio hacia los relatos cortos en conferencias y talleres de escritura, y ya no digamos los microrrelatos. Como si la cantidad o el tamaño fuera lo importante en un texto.

Cierto es que la gran mayoría de las obras que se han convertido en clásicos o en textos imprescindibles, como El Quijote, Los miserables, Ulises o Cien años de soledad, tienen un distancia considerable, eso no demerita a otras “pequeñas joyas” que también han logrado un lugar preponderante en la literatura universal como La metamorfosis (o transformación), Sostiene Pereira, Aura y, sobre todo, los libros de cuentos de grandes maestros del género como Chéjov, Maupassant, Borges o Cortázar.

Un relato, puede ser tan profundo y tan literario como cualquier gran novela. Son pequeñas piezas que consiguen con unas cuantas líneas, con unas pocas páginas, arrebatarnos el aliento, causarnos una carcajada o exprimirnos una lágrima. Podría decirse que es tan complicado como una novela. El escritor Junot Diaz, ha dicho en varias entrevistas, que muchos de sus relatos fueron escritos durante meses, incluso años.

Y quizá me equivoque,  tal vez me corrijan. Pero puedo asegurar que fue tan sólo un relato lo que nos hizo amar la literatura y la narrativa de un momento a otro. E incluso fue capaz de impulsarnos a intentar hacer algo cercano a lo que habíamos leído. En mi caso, el relato que me motivó fue En este pueblo no hay ladrones, de García Márquez.

Este Nobel es un tanque de oxígeno para un género que se niega morir por más que intenten matarlo editores y distribuidores. Al contrario, parece más vivo que nunca, en gran parte debido a la prisa congénita con la que vivimos a diario y, curiosamente, a los roles tradicionalistas enquistados en la sociedad. En alguna ocasión, la misma Alice Munro dijo en una entrevista que escribía cuentos porque era el tiempo justo que le concedían las siestas de sus hijos.

Debo confesar que jamás he leído a Alice Munro, a pesar de las incontables recomendaciones. Así que por desgracia no puedo hablar sobre su obra. Durante el día de la concesión me dediqué a investigar sobre ella y en general las críticas siempre le han sido muy favorables, lo que la hacía una candidata desde hace varios años. También me enteré de varias curiosidades como que es la decimotercer mujer en recibir el Nobel de Literatura (¡sí, apenas la número trece!) y que por eso decidieron concederle el premio este año, terminado en dicho número. O que igualmente se lo dieron porque desde hace tiempo se pedía un Nobel de Norteamérica, pero los académicos decidieron burlarse de los estadounidenses que lo solicitaban concediéndoselo a una canadiense.

Lo único cierto es que la razón que dio la Academia, señala el género literario como una razón básica para dárselo:

«Master of the contemporary short story»

Así de sencillo, como un cuento.

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