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Miguel León-Portilla: siempre tendrán en mí un amigo

          Es una ventaja enorme, para la historia de la península de Baja California, que escritores y cronistas connotados, tanto nacionales como extranjeros, se hayan fijado en ella y la hayan hecho el centro de su atención, el foco de sus descripciones, estudios e indagaciones. La lista es larga y va desde los exploradores españoles del siglo XVI a los viajeros del siglo XXI, pasando por misioneros, gambusinos, prospectores de minas, publicistas turísticos, naturalistas y biólogos marinos, sin faltar antropólogos, arqueólogos y periodistas, con figuras de la talla de Hernán Cortés, Miguel del Barco, Junípero Serra, Luis Diguet, José María de los Ríos, Ulises Irigoyen, José Revueltas, Fernando Jordán, John Steinbeck, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Gutierre Tibón, Ricardo Garibay y Erle Stanley Gardner, entre muchos otros.

          En el siglo XX, sin embargo, los que más se preocuparon por dilucidar lo que era Baja California, en términos nacionales, fueron los historiadores. Y entre ellos, el más destacado fue sin duda Miguel León-Portilla (1926-2019), que aquí, en nuestra entidad, puso en marcha proyectos institucionales, en colaboración entre la UNAM y la UABC, para la investigación científica de nuestro pasado peninsular. De esa labor generosa y fructífera es de la que habla el libro del historiador David Piñera, Miguel León-Portilla: su palabra y presencia en Baja California. El propio Piñera, en su prólogo, deja bien claro el propósito de esta obra dedicada al homenaje de su maestro y amigo en las lides de la historia bajacaliforniana:

          «Al lado de la imagen ampliamente conocida del estudioso de la cultura náhuatl, del académico destacado en el medio universitario, del humanista presente en diversos ámbitos culturales, hay otra faceta de Miguel León-Portilla poco o no conocida a nivel nacional: su profundo interés en la historia de la península de Baja California y en la significación de ésta por su proximidad con Estados Unidos. Durante cinco décadas mantuvo contacto con estas latitudes bajacalifornianas; del sur y del norte, sensible a sus diferencias y a la vez a su unidad peninsular. De eso trata este libro: alienta el propósito de reflejar los rasgos distintivos de su trayectoria en la región; de ahí la esperanza en que sea de interés para el lector local y el de otros ámbitos. De entrada hay que señalar que León-Portilla, apartándose de una actitud intelectual frecuente, que enfoca la atención sólo en el centro del país, supo ver más allá y percibir las peculiaridades de esta región, haciéndola objeto de su estudio y de su afecto. Da testimonio su abundante producción historiográfica bajacaliforniana y su labor que propiciaría la fundación de instituciones que perduran hasta hoy, así como tareas que generarían beneficios sociales tanto en el aspecto cultural como en el ideológico».

          Provisto de buen número de imágenes memorables que dan cuenta del paso de don Miguel por nuestras tierras y de los amigos que en ella hizo para siempre, el libro de don David es un recorrido afortunado por los encuentros que tuvo León-Portilla en la Baja California de sus afectos y querencias, incluyendo sus viajes, sus afanes, sus conferencias y descubrimientos tanto en nuestra entidad como en el sur peninsular. Pero Piñera va más allá de lo simplemente personal y anecdótico, ofreciéndonos un panorama de las múltiples colaboraciones y opiniones que este gran historiador tuvo a bien ofrecernos, durante más de cincuenta años de contacto cordial con los bajacalifornianos, sobre esta región de nuestro país que tanto quiso, que tanto expresó en artículos, ponencias, libros y clases magistrales desde los años sesenta del siglo pasado hasta su muerte, en 2019.

          Por eso mismo, uno de los puntos nodales de este libro es que don David tiene el tino de señalar las aportaciones bibliográficas de su homenajeado a la historia de Baja California, especialmente en su etapa novohispana, plena de exploraciones y choques culturales entre occidentales y nativos. Y es que Piñera muestra las obras que León-Portilla, con su afán indagador y con su curiosidad inagotable, puso a circular como editor y prologuista para descifrar los misterios del pasado peninsular, obras de Francisco Xavier Clavijero, Miguel del Barco y Francisco Palau, por ejemplo, que abrieron nuevos horizontes de comprensión y entendimiento a nuestro pasado regional.

          Pero sus mayores contribuciones, que don Miguel investigara desde la UNAM, su casa de estudios, fueron dos libros que hoy son rutas de conocimiento imprescindibles para valorar lo nuestro: Cartografía y crónicas de la Antigua California (1989) y La California mexicana. Ensayos acerca de su historia (1995). Piñera ahonda en ambos tratados y nos proporciona no sólo una reseña de sus logros sino un recuento vívido de León-Portilla como persona y como erudito. Por eso este libro es un retrato completo, a profundidad, con afectuosa sabiduría, de don Miguel y su amor por Baja California y, específicamente, por aquellos bajacalifornianos que se han dedicado a exhumar los tesoros de nuestro pasado. Como el propio León-Portilla lo dijera en un discurso ante la graduación de historiadores de la UABC:

          «Ser historiador bajacaliforniano implica un grande honor y a la vez profunda responsabilidad. Es dedicación de la propia existencia a reunir, interpretar y ofrecer testimonios acerca de un rico pasado. Inmensa alegría tendré cuando en mi próxima y muy deseada estancia en el norte de nuestra península, vuelva a encontrarme con ustedes y pueda enterarme acerca de las investigaciones que están llevando a cabo. Queridos colegas: quiero pedirles no olviden que siempre tendrán en mí un amigo».

          De ahí que Miguel León-Portilla: su palabra y presencia en Baja California sea un libro que nos recuerda lo que tanto le debemos a este insigne historiador mexicano, que nos hace presente el impulso que don Miguel dio a los historiadores locales para que pusieran manos a la obra y rescataran del olvido los legajos del pasado, los cofres del tesoro de tiempos lejanísimos, tiempos que no por ser lejanos dejan de pertenecernos, de dialogar con nosotros, de enseñarnos a apreciar lo nuestro. Y que lo hizo desde un estilo que, sin dejar de ser académico, presentaba atributos literarios, destellos poéticos.

          De esa manera, su narrativa histórica fue memorable para los lectores de su obra no sólo por los datos que aportaba sino por la forma de contar el pasado, iluminándolo con el relato de aspectos notables, de episodios vívidos, de personajes notorios.  Y especialmente de vivencias personales que añadieron una certera calidez a las historias que contaba, a los descubrimientos que siendo suyos compartió con todos nosotros.

          David Piñera lo ha señalado con precisión y simpatía: en don Miguel León-Portilla tenemos a un enamorado más de nuestra península, a un promotor de sus relatos y leyendas, a un cronista incansable de sus esfuerzos y experiencias. Un libro de celebraciones que don David ha escrito para el maestro querido, para el colega apreciado, para el amigo sin par. Un hombre renacentista que hizo del pasado mexicano su camino de vida, su lección esencial.

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