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MASCOTAS

Cuando suenan las llaves en la puerta de entrada, Coco se abalanza hacia ella y espera impaciente a que se abra. Francisco entra cansado y con el ceño triste.  Tiene que apoyarse en la pared porque Coco dando saltos de entusiasmo, casi lo tira al suelo al extender sobre él sus fuertes patotas, lo que dibuja una sonrisa en la cara de Francisco. Coco le sigue jadeando recorriendo el pasillo y antes de llegar al dormitorio, Misifú ya se ha subido a sus hombros y lo acaricia con su ronroneo. En mi distancia, apenas alcanzo a ver la figura de Francisco, solo sus piernas agitándose por el aire. Tumbado sobre la cama ha iniciado un juego  de innumerables carcajadas. Risas que alborotan al delicado Karuso, que desde los barrotes inicia sus trinos solicitando la atención de todos. Apenas unos minutos después, Coco atraviesa la casa con grandes carreras y descuelga del perchero su correa. Francisco coge su largo blanco bastón, es la hora del paseo, del ejercicio,  y como todos los días Misifú les esperará recostado en el sofá, mirándome fijamente. Desde mi acuosa esfera veo sus grandes ojos como si estuviesen pegados al cristal prestándome toda su atención, mientras queda volando por la casa el silencio de Karuso.

                Es una gran responsabilidad cuidar de Francisco, pero también nos produce una gran alegría su afable compañía. Vemos lo útil que es para nosotros, lo feliz que nos hace y la seguridad que nos da cuando algún peligro acecha nuestra casa. Por eso, glup, aguardamos su llegada, glup, glup, glup, con gran satisfacción.

¡Qué mascota más buena hemos elegido!

Mª Jesús Campos

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