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Mariana Graciano: «El extrañamiento sigue ahí»

Mariana Graciano nació en Rosario en 1982 y desde el 2010 es neoyorquina. Hace cuatro años publicó La visita, un libro de cuentos que se puede leer como dieciséis variaciones sobre la infancia, lo aparentemente cotidiano y el recordatorio de que el pasado, como dijo Nabokov, “es un país extranjero: allí hacen las cosas de manera diferente”.

Ahora Mariana publica una novela (o fiction-memoir) bajo el título Pasajes. En ésta el lector encontrará a Sofía, quien también llega a Nueva York desde Argentina, se siente desplazada, conoce gente que va y viene, de a poco llena la ciudad con recuerdos y finalmente deja de sentirse desplazada. Sofía es una toxicóloga que pasa mucho tiempo haciendo gráficos, ilustrando células, bacterias y fórmulas químicas. Y por eso entremedio hay index cards con divagaciones y existencialismos científicos y filosóficos.

Leí Pasajes en un vuelo de Washington DC a Nueva Orleans. Una semana después, ahora volando desde Nueva Orleans a Washington DC, volví a leerla y esta vez anoté frases, ideas y dudas que fui guardando en mi agenda. Aquella misma tarde le envié a Mariana una serie de preguntas que ella respondió en un par de días. Lo que sigue es el resultado de aquel intercambio.

Comencemos con la (clásica) duda sobre géneros literarios y expectativas. Yo tengo una respuesta (a la cual llegué luego de leer Pasajes para esta entrevista), pero me interesa la tuya. ¿Crees que Pasajes es una novela?

No creo que sea una novela en un sentido tradicional pero quizás si es novella, cuento largo o novela breve. Un editor me dijo una vez que lo veía como “fiction-memoir” y me gustó ese término. De todas maneras, los formatos literarios sólo sirven para romperlos o al menos siempre me interesó ese terreno de la ambigüedad. ¿En qué momento un poema se transforma en cuento o un cuento en un poema o en una novella? Varias de las entradas de Pasajes, por ejemplo, las pensé (o las edité) como poemas. También me parece que cada texto es lo que es y pide el formato que quiere. No hubo una reflexión previa respecto al género o al formato del libro. La historia salió así, en fragmentos, sin orden cronológico.

¿Cuándo escribiste las primeras ideas o páginas de Pasajes?

Es un texto breve pero que me llevó mucho tiempo de escritura y de edición. El primer fragmento que escribí (que es prácticamente idéntico a lo que quedó como comienzo de Pasajes) surgió a partir de un ejercicio de escritura de diario que nos propuso Sergio Chejfec en el máster de NYU. Eso habrá sido por el 2010. Después abandoné ese texto hasta el 2012 o 2013.

¿Y en qué momento lo vuelves a revisar?

Lo retomé con la intención de transformarlo en un cuento pero no lo logré. No me cerraba la historia en un formato tan breve y sentía que la historia pedía más cuerda. Desde entonces hasta ahora la sensación es parecida. Es un texto que me obsesionó y que nunca sé si está terminado. En ese sentido, creo que le vino muy bien la mirada de los editores para ayudarme a terminarlo y soltar.

¿Llevas diario?, ¿o llevaste un diario alguna vez en NYC y luego lo usaste para escribir Pasajes?

Llevo un diario ahora muy intermitente, con poca o nada de disciplina. Me gusta mucho escribir a la mañana apenas me levanto de manera automática, sin editarme. Es un ejercicio quizás más terapéutico que literario que hace muy bien. Los primeros años que pasé en NY lo hacía casi todos los días y sí, algunas de las entradas que aparecen en este libro fueron “inspiradas”, digamos, en entradas de mis diarios. Por eso tiene mucho de “memoir”. Mucho de lo que le pasa a la narradora me ha pasado a mí. Su vida y el contexto en el que escribe se superponen con mi vida y mi contexto de escritura. La distancia entre Sofía y yo vino por el lado de la ciencia y el discurso científico con el que no tengo ninguna experiencia personal. El vocabulario de la toxicología y la manera “científica” de mirar el mundo, sus síntomas y sus sentimientos me fascinaron.

Es un libro (me parece) sobre viajar y escribir: sobre el extrañamiento, como dice la narradora–o también sobre «el placer en la desubicación». ¿Crees que no tener un hogar es provechoso para escribir?

Sí, no tener hogar puede ser provechoso (aunque tener hogar también). Para mí en gran medida es un libro sobre el desarraigo. Creo que el extrañamiento en este caso se produce por eso, la descolocación de irse del lugar conocido. Hay algo que creo que le pasa mucho al que se va y vuelve tiempo después de ver todo con otros ojos. Es una experiencia muy intensa, eso que le sucede a cualquiera cuando después de muchos años vuelve a pasar por la puerta de la casa donde vivió en la infancia. Todo es tan íntimamente familiar y tan desconocido al mismo tiempo. Eso se potencia, me parece, cuando se trata de un país o de una ciudad en lugar de un barrio o una casa.

Hay mucho inglés en Pasajes. Y de hecho, me gusta que no pongas ni en cursiva ni en apóstrofes el inglés. Pero me voy a poner en el lugar de un lector hispano monolingüe, o de un académico de la RAE: ¿por qué hay tanto en inglés?

Creo que así como el texto pide un formato también pide un determinado vocabulario o, en este caso, un idioma o dos. La protagonista es argentina pero vive en Nueva York y tiene una relación amorosa con un gringo. El idioma de la casa y del trabajo pasa a ser el inglés aunque su lengua materna, y por lo tanto la que predomina en el relato, sea el español. Eliminar el inglés o tratarlo como un idioma extranjero en el contexto de vida de este personaje me parecería deshonesto.

Un aspecto que me llamó mucho la atención son las index cards con dibujos y anotaciones–¿de dónde son?, ¿cómo se te ocurrió introducirlas en Pasajes?

Los dibujos y anotaciones surgieron también espontáneamente en mis notas sobre Pasajes y en mis diarios. En algún momento me di cuenta que el discurso científico se basa en la observación y que la narradora, por ser toxicóloga, pasa mucho tiempo haciendo gráficos, ilustrando células, bacterias, fórmulas químicas. Me pareció natural que ella también dibujara como parte de su proceso mental. No son ilustraciones de una artista, son dibujos de alguien que observa los fenómenos de la naturaleza en términos de texturas, colores, desplazamientos, etc. y los trata de entender, de encontrar una lógica interna.

Hay una frase que me gusta mucho: «Ya tengo mi social security number. Ahora solo me falta cobrar.» Creo que representa muy bien el estado de un escritor que escribe en español y que (sobre)vive en NYC. El security number es como la confirmación de que uno puede ser parte del manoseado American Dream. Pero ahora falta hacer la plata y sobrevivir. Todo este preámbulo para acolchonar la siguiente pregunta: ¿cómo ves la escena (if any) de escritores que escriben en español y que vive en NYC? Descríbela un poco. Personalmente no creo que sea la reencarnación del París del Boom (y dios nos salve que sea así), pero me interesa tu opinión ya que tú eres neoyorquina y escribes en español y esta novela es sintomática de aquello.

No podría hablar en términos de escena o generalizar sobre el estado de la literatura escrita en español en NY. No creo que sea mi lugar ni sé cómo hacerlo. Lo que puedo decir es que personalmente siento que esta ciudad por el máster en NYU, por el doctorado que estoy cursando todavía en CUNY en español y los encuentros y presentaciones que suceden en McNally (gracias a Javier Molea) me dieron un núcleo de pares con quienes compartimos el oficio, los intereses, las preocupaciones. Sobre todo esta ciudad me permitió encontrar grandes amigas escritoras. Eso me cambió la vida y, en consecuencia, la escritura. No podría haber escrito este libro ni el anterior sin ellas, sin el intercambio constante. La colaboración que se da entre mujeres es muy importante y creo que de eso no se habla lo suficiente. Para editar este libro en particular me ayudaron muchísimo Soledad Marambio y Claudia Prado. Creo que quizás el haber trabajado el texto con el ojo el crítico de dos poetas fue fundamental en relación a lo que decía antes del formato.

Hay un momento en que la narradora comienza a llenar Nueva York con recuerdos. Me imagino que es el momento en que el extrañamiento comienza a desvanecerse. ¿Te acuerdas cuando te sucedió eso a ti?

¡Qué difícil! Si tuviera que elegir un día, diría que el día que ya no vi los edificios tan altos. Sofía también escribe sobre eso. Hubo un momento, que no sé cuándo fue, pero que al mirar hacia Manhattan desde Brooklyn la ciudad ya no parecía tan gigante. Igual el extrañamiento sigue ahí, sólo que se desplaza hacia otros objetos o lugares.

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